La vida cotidiana de la mayoría de los peruanos se está volviendo intolerable. Los sectores populares, en su mayoría informales, e incluso clases medias empobrecidas la están pasando muy mal. Los precios aumentaron en los mercados y, ahora que sus precarios ahorros se empiezan a agotar, deben reducir lo que consumen, a veces hasta la cantidad de alimentos. Las calles se han vuelto extremadamente peligrosas. A los robos, cada vez más violentos y frecuentes, se han sumado la extorsión y la disputa de territorios para controlarla con exhibiciones de poder cuasiparamilitares que empiezan a dar cuenta de que el Estado está perdiendo el control de las ciudades.
La situación en el mundo rural tampoco es alentadora. Múltiples factores han hecho que estos últimos años hayan sido muy malos para la agricultura y se viene un fenómeno de El Niño aparentemente fuerte. La gente –con buenas razones– no se hace muchas ilusiones de que se mitiguen sus efectos.
La mayoría percibe con desprecio y distancia el desastre en el que se han convertido los que tienen la responsabilidad de trabajar por su bienestar. Comprensiblemente, muy pocos están interesados en conocer en detalle lo que ocurre en las altas esferas del poder. Intuyen, sí, que no es nada bueno lo que el Congreso hace y deshace. Ahora, por ejemplo, la obsesión por destituir a la Junta Nacional de Justicia (JNJ), entidad que –de hacer bien su trabajo– podría mejorar paulatinamente la calidad de nuestros jueces y fiscales.
Esta semana la confrontación escaló cuando la Sala Constitucional de la Corte Superior de Lima emitió una cautelar para impedir el inminente desenlace. Por una mezcla de miedo por las consecuencias de su anunciado desacato, pero quizás más todavía porque contaron votos y no los tenían, han pateado el tema hacia adelante. Sin embargo, su insensatez parece inagotable. Lo que viene es eliminar las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias previas a las elecciones generales.
Si lo de la JNJ está en chino para la mayoría, esto sería afgano. Pero las consecuencias negativas serán visibles en las siguientes elecciones. Si ya antes urgía un filtro previo para evitar que, como en el fatídico 2021, hubiese 18 listas, ahora con 33 partidos políticos inscritos o a punto de estarlo podríamos tener fácilmente 25 candidatos a la presidencia y miles buscando una curul compitiendo con sus compañeros de lista. Ya de por sí eso es inmanejable, pero en un país en el que el crimen organizado ha sentado sus bases no es difícil imaginar cuántos de los candidatos serán financiados por ellos ni el perfil de los que –con su apoyo– saldrán elegidos.
Lamentablemente, el Ejecutivo mediocre y débil no es un balance y contrapeso para el Congreso. Prima el pacto, quizás no escrito, de no hacerse daño, pese a que el precio sea un país que se desmorona.
Dina Boluarte casi no gobierna, pero es un problema en sí misma. Su creciente frivolidad es la explicación de la caída de la excanciller Gervasi y del exembajador Meza-Cuadra, por tratar de darle gusto en su obsesiva búsqueda de fotos con grandes personajes. Sus viajes han sido tal desastre que, cuando viene uno en realidad importante, tememos el próximo desatino que nos avergüence.
Más grave todavía es la defensa incondicional de su hermano, cuya influencia en Palacio es conocida. “Cuarto poder” dio cuenta de un desproporcionado presupuesto para un pequeñísimo distrito de Cajamarca, cuyo alcalde tiene tanta cercanía con él que estuvo en su cumpleaños. Se parece tanto a lo que hizo Pedro Castillo en su momento y que escondía corrupción de los involucrados que da que pensar. Si el hermano no tuvo nada que ver, ¿quién en el Gobierno tomó esa extraña decisión?
Vivimos en un círculo vicioso. En la mala política que tenemos está el origen de los múltiples problemas que empeoran la calidad de vida de los peruanos y que produce la desconfianza en el futuro que aleja las inversiones. A su vez, el desprecio y, sobre todo, la distancia que suscita en la mayoría hace que los peores copen la escena pública y, por lo tanto, se alejen las soluciones.