Juan Paredes Castro

En los duros nuevos tiempos de violencia, tiranía, crimen y corrupción, las democracias del mundo, incluida la nuestra, tienen siempre, por suerte, héroes que las defienden frente a villanos que pretenden destruirlas.

No solo se trata de héroes visibles como María Corina Machado, enfrentada a la tiranía de Nicolás Maduro en Venezuela, sino de héroes, unos anónimos y otros discretos, que viven y mueren en la paz y en la dignidad que buscaron para los demás, recordándonos la tendencia fatal de los peruanos y latinoamericanos a luchar por la democracia y las libertades cuando estamos a punto de perderlas o cuando ya cuesta demasiado recuperarlas de las manos opresoras.

Así como nos hemos olvidado muy rápido del fallido golpe de Estado de Pedro Castillo, del que no es solo responsable este sino el antivoto que lo encumbró en el poder, nos hemos olvidado también de los héroes que enfrentaron la insurgencia armada de los 60, y de aquellos otros que hicieron lo mismo contra el terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA en los 80 y 90 del siglo pasado.

Hace un par de días falleció en Lima, en la paz y tranquilidad que durante toda su vida buscó para los demás, el héroe discreto que quedaba en pie de la Patrulla Patiño, que combatió en la sierra central, en 1965, contra la guerrilla del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), liderada por el castrista .

El general de la Policía Nacional es el héroe discreto al que aludo.

Fue precisamente Terry González quien 59 años atrás, como teniente, tuvo que asumir, a sangre y fuego, y a la muerte en combate de su jefe, el mayor Horacio Patiño Cruzatti, el liderazgo que permitió no solo resistir y superar la peor emboscada que sufriera su patrulla por la guerrilla de Uceda, sino crear las condiciones estratégicas para que el Ejército definiera, tiempo después, la derrota del MIR.

Yo mismo hubiera caído tal vez en el olvido del general Terry si no lo hubiera conocido de cerca, en otra faceta de su vida, que impactó en la mía de niño. Recuerdo que fue presentado a sus 18 o 20 años como maestro reemplazante del titular en la escuela primaria de Sihuas, en Áncash. Me impresionó la franqueza con la que nos dijo que en el corto tiempo que pasaría con nosotros solo podía enseñarnos una única cosa: a ser buenas personas.

No tuve por aquel tiempo otro héroe que él, el héroe discreto al que conocería después mejor por largos años, a sabiendas de cuán reconocido fue siempre en vida como combatiente y líder de su institución y, sobre todo, como defensor de la democracia y las libertades.

Como Felícito Yanaqué, el héroe discreto de la novela del mismo nombre de Mario Vargas Llosa –un transportista piurano que por nada del mundo cede a la extorsión criminal–, el general Terry, como soldado y ciudadano, era distinguiblemente la expresión de valerosa decencia en medio de la villanía imperante.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Juan Paredes Castro es periodista y escritor