(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

La cultura humana siempre ha puesto límites y restricciones al comportamiento sexual. Es así porque –a diferencia de otras especies– la hembra humana no cuenta con una temporada de apareamiento o ciclo estral (celo), sino menstrual. Tampoco existe un marcado aumento estacional en los niveles de testosterona en el macho humano. Es decir, la receptividad sexual se mantiene sin importantes modificaciones durante todo el año, quizás siendo un poco mayor en los días más fértiles.

Las reglas sobre cuándo, con quién, cómo y por qué se tienen relaciones sexuales han variado enormemente en la historia. Estas normas no solo han sido resultado de presiones demográficas, pretensiones políticas o militares, creencias o ideologías, sino también de las tecnologías que se han desarrollado para disminuir o aumentar la probabilidad de concepción. Hasta hace muy poco tiempo, sin embargo, el inicio sexual era a muy temprana edad.

En el Antiguo Testamento, los rabinos establecieron como edad mínima para casarse los 12 para mujeres y 13 para hombres, edades refrendadas en los tiempos del Nuevo Testamento. En Roma, la pubertad marcaba el inicio aceptado del matrimonio, siendo 12 para las mujeres y 14 para los varones. En el Derecho Canónico de la Iglesia Católica de 1917, se establecieron las edades de 14 y 16, las cuales se mantienen vigentes en el último código de 1983.

En el pasado –tiempo rememorado por algunos conservadores– el despertar sexual de la pubertad y el matrimonio ocurrían casi al mismo tiempo. No se era abstinente por largo tiempo. La virginidad no era solo una cuestión de llegar al matrimonio pura. Era principalmente una forma de evitar el embarazo antes de contar con el respaldo de la institución encargada de la crianza: el matrimonio. Asimismo, era una manera de controlar la sexualidad femenina para asegurar que la descendencia fuera de un hombre en particular.

Llegada la modernidad, el matrimonio cada vez se posterga más debido al mayor tiempo dedicado a la educación y al trabajo. Así va aumentando la brecha entre el despertar sexual y el matrimonio. Solo para tener una idea, de acuerdo a la encuesta Endes 2016, la edad mediana de primera unión (matrimonio/convivencia) en el Perú es de 22,1 (oscilando entre 18 para mujeres sin estudios y casi 27 para las que tienen educación superior). La edad mediana de la primera relación sexual, sin embargo, es 18,6 (siendo 16,2 para mujeres sin estudios y 20,2 con educación superior). Vemos, entonces, que la brecha promedio entre inicio sexual y matrimonio es de dos años para las mujeres sin estudios, pero casi siete años para aquellas con educación superior.

Esta brecha tiene muchas causas, pero la introducción de métodos anticonceptivos modernos a finales de los años cincuenta fue uno de los factores determinantes. Por primera vez en la historia, el sexo se libera plenamente de la reproducción. No es coincidencia que la llamada revolución sexual se diera poco después de este hecho.

El embarazo adolescente es uno de los principales problemas sociodemográficos de nuestro país. Hace años que cerca del 13% de las mujeres llega a los 19 años con hijo o embarazada. Es por esa razón que con frecuencia se esgrime el argumento de que la abstinencia y la virginidad “conservada” serían buenas políticas para superar este problema. Mala idea. Mientras que el embarazo adolescente afecta al 42,3% de las mujeres con solo educación primaria, solo llega a ser el 9,6% para aquellas con educación superior. Las embarazadas adolescentes en el quintil inferior de riquezas llegan al 23,9%, mientras que es solo 3,6% en el quintil superior.

La evidencia no puede ser más clara. Las tasas más altas de embarazo adolescente resultan del matrimonio precoz, la pobreza, la poca educación y el difícil acceso a la salud sexual y reproductiva. Estos son problemas que no se resuelven vía la abstinencia y represión, sino con políticas que permitan a los jóvenes determinar libre y responsablemente cómo y cuándo disfrutarán de su sexualidad en forma segura. Esta libertad es extensiva, evidentemente, a aquellos que optan por la castidad y la virginidad.