Giulio Valz-Gen

Aunque la coyuntura nos hace pensar que las declaraciones del “filósofo” son la “bomba” del momento, en realidad estamos ante un capítulo más de la serie (casi interminable) de fuegos artificiales que es la peruana.

Ilustración: Giovanni Tazza
Ilustración: Giovanni Tazza

No nos confundamos. Los fuegos artificiales (mal utilizados como suele pasar muchas veces en nuestro país) tienen la capacidad de quemar, destruir y matar. No son poca cosa. Pero, en su esencia, están hechos para entretener, dar un espectáculo luminoso y ruidoso que capte la atención de nuestros sentidos por un rato. Luego terminan y sigue la cotidianeidad hasta la siguiente oportunidad en que aparezcan.

En el caso de las declaraciones de Villanueva, que echan barro a propios y extraños, estamos frente a unos fuegos artificiales de alta gama, que retumban el ambiente por diversos lugares e instituciones del país pero que, en mi opinión, durarán, como dice Joaquín Sabina, lo que duran dos peces de hielo en un whisky ‘on the rocks’.

Por supuesto que el eco de los testimonios ha sido suficiente para iniciar (y que se sigan iniciando) investigaciones contra la multiplicidad de personajes que ahí aparecen. Es evidente que todo lo dicho por Villanueva tiene que ser corroborado y que algunas de las bombardas tienen más fuerza que otras (y que algunos pueden terminar presos si se corroboran los dichos). Pero no confundamos el ruido con las nueces. Acá hay más de lo primero que de lo segundo.

El gran parteaguas político de los últimos meses está relacionado al enfrentamiento entre la Junta Nacional de Justicia (JNJ), la exfiscal de la Nación y el rol que juega el Congreso de la República en donde varios sectores (muchos investigados por el sistema de justicia) buscan destituir a la JNJ.

Es un hecho que nuestra política está judicializada y que, al mismo tiempo, nuestra justicia está politizada. Los testimonios de Villanueva, teledirigidos o no, ponen en blanco y negro algo que, o sabíamos o intuíamos. Sin duda hay muchas cosas que cambiar y corregir, pero esas declaraciones están enmarcadas en el actual parteaguas.

No soy partidario ni de tener a políticos sujetos a acusaciones para las que no existían reglas penales (como las investigaciones por aportes de campaña por supuesto lavado de activos), ni tampoco de tener a periodistas expuestos en tribunales para que, al final del día, revelen las fuentes de sus investigaciones (sí, lo digo por aquellos que quieren ver preso a ). Ambas situaciones me parecen un exceso equivalente del que no soy partidario.

¿Son necesarios los cambios o las reformas? Claro que sí. Estamos en medio de un círculo vicioso y el problema es que los llamados a hacerlos son parte estructural del problema.

Si Dios quiere, un buen momento para proponer cambios es cuando llegue un gobierno nuevo con algún nivel de representación importante en el Congreso. Para que eso pase, es importante que el debate de reformas se instale desde hoy en la agenda (como hizo ayer este Diario a propósito de las reformas en el Ministerio Público) para que ojalá más de un partido enarbole las propuestas.

Aquello que salga de este parlamento está destinado a tener un gran signo de interrogación. Entonces, avancemos con evidenciar los problemas y esperemos con paciencia (que tanto escasea) el momento de introducir reformas serias.

La saga Villanueva aún no termina, pero está llamada a ser un escándalo como los que hemos tenido antes y en los que ha pasado poco o nada. Desde los ‘Petroaudios’, los Cuellos Blancos del Puerto, el propio Caso Lava Jato y otros, solemos quedarnos en el fuego artificial. Somos maestros de la observación y nos encanta el escándalo inicial. El problema es que muchas veces nos quedamos ahí y no entramos con fuerza a ver lo que esos fuegos buscan ocultar o, incluso, manipular.

Giulio Valz-Gen es Analista político de 50 + Uno

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