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La excepcionalidad de la democracia
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La excepcionalidad de la democracia

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Esta semana me tocó dictar clase a unos estudiantes estadounidenses. Les presenté el problema de la inestabilidad política en el Perú desde la renuncia de PPK. Cuando les mencioné que hay una cárcel para los presidentes de la república, no tuve que explicar mucho más. No existe ningún otro país que tenga un recinto presidiario para los que fueron mandatarios. El único ángulo positivo de esta desgracia sería deducir que el Perú tiene un sistema judicial lo suficientemente independiente y sólido para encerrar presidentes.

Pero ese consuelo supone asumir que la gran mayoría del establishment político que ha gobernado el país ha sido corrupto, y que el rasgo que más define a los políticos peruanos contemporáneos es la desaparición del interés general. La generación política ‘Lava Jato’ les quitó cualquier estímulo a las nuevas generaciones. La consecuencia inmediata es el consiguiente alejamiento de la política de muchas generaciones jóvenes que rechazan la actividad política profesional.

En muchas de las mejores universidades del mundo hay legiones de peruanos que han hecho sus maestrías en políticas públicas, relaciones internacionales, desarrollo y educación. Algunos pocos entran a la burocracia peruana, pero al menos vuelven al Estado. Sin embargo, de esas generaciones, casi ninguna ha tomado protagonismo en la política profesional. El resultado es que todavía perviven algunos tejidos funcionales en la burocracia peruana, islas de eficiencia como diría Dargent; pero dentro de la política profesional, casi han desaparecido los cuadros jóvenes que puedan reemplazar a la generación política ‘Lava Jato’.

En teoría obligamos a los partidos políticos a incluir candidatos jóvenes, pero eso no basta para atraer a los mejores jóvenes a la vida partidaria. Para superar a la generación política ‘Lava Jato’ hay que comenzar por asumir que nuestra democracia es una excepcionalidad. Quizá deberíamos afrontar las elecciones del 2026 asumiendo que lograr tres elecciones democráticas consecutivas con relativa continuidad y estabilidad fue un espejismo republicano, un proyecto que se abrió paso más por la decrepitud del fujimorato que por una sociedad que consiguió desarrollar un tejido institucional democrático.

Lo auténticamente excepcional en el Perú fueron las tres elecciones consecutivas democráticas desde el 2001. Toda nuestra historia está repleta de dictadores, reformistas autoritarios y caudillos. El drama de los presidentes en Barbadillo han infundido un trauma indeleble en muchos ciudadanos jóvenes con vocación política que han desistido. Por eso, haríamos bien en entrar con pies de plomo al 2026, porque con más de cuarenta candidatos y la introducción del Senado, toda la literatura apunta a un consumado desastre. Y ya llevamos varias elecciones jugando a la ruleta rusa.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gonzalo Banda es analista político

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