Barbados ofrece una visa de un año a aquellos visitantes que quieran hacer teletrabajo con una atractiva oferta: playas de ensueño, Internet veloz, buenos hospitales, el contagio se controla y la inseguridad no es un tema mayor. Mia Mottley, la primera ministra, anunció esta medida a fines de julio para mantener el turismo y la economía en funcionamiento, diciendo que todo lo que se puede hacer desde la oficina en Londres o Nueva York, se puede hacer desde esta isla caribeña.
El teletrabajo tiene varias facetas, pero vamos a referirnos a tres que son nómadas porque pueden ser realizadas desde diferentes ubicaciones: uno es el trabajador del ‘gig economy’, que se conoce en España como ‘bolo’, y en Latinoamérica como ‘trabajo a destajo’. La segunda es el profesional que puede realizar tareas a distancia y la tercera es el empresario que administra su portafolio e inversiones desde lugares remotos.
El trabajador a destajo, el primer nómada, recibe un pago por servicio. Ejemplos de esto son los choferes de Uber, los repartidores, y especialistas como los traductores y programadores. Sus beneficios de salud, jubilación y vacaciones son de responsabilidad individual. Esta desintermediación fue alguna vez considerada la cima de la eficiencia digital, pero las críticas son concluyentes. En la película “Disculpa te extrañamos” (2018) del director inglés Ken Loach, el personaje principal trabaja en una empresa de reparto de encomiendas a domicilio, su jefe le dice que es un emprendedor y que logrará crecer, pero en realidad vive en medio de enormes tensiones psicológicas y sufre cada día para completar su jornada. Para la región esto no es nuevo, puesto que el trabajador informal es similar al empleado ‘gig’ de los países de alto ingreso.
Para el profesional, el segundo nómada, el futuro del empleo posiblemente será una combinación de trabajo presencial y remoto. Muchas empresas ya han anunciado que las oficinas no serán abiertas al menos hasta diciembre de este año. Google y Twitter han enviado a sus empleados a casa y algunas, como el conglomerado industrial alemán Siemens, han sido más radicales, instaurando el teletrabajo permanente para el personal ejecutivo. Muchas firmas japonesas están promoviendo acudir a la oficina solo dos o tres días por semana. Los organismos internacionales, la banca de desarrollo y el sector público, en muchos países, operan desde hace varios meses fuera de las oficinas.
La tercera categoría es el empresario remoto, o capitalista nómada, que busca oportunidades de inversión en mercados emergentes o simplemente trata de pagar menos impuestos (una motivación poco loable). Hay incluso un manual, “El capitalista nómada” (2018), donde el autor –que es estadounidense– reclama que en su país se cobran impuestos incluso si trabajan o invierten en ultramar. Hay un número vasto de empresarios extranjeros que viven en países como Georgia, Macedonia, Tailandia, Vietnam, o Sudáfrica, administrando sus intereses desde el exterior con permisos de residencia y nuevos pasaportes.
Estas tendencias no son nuevas, y claramente hay una gran distancia entre el trabajador a destajo, el ejecutivo y el capitalista nómada. En los países en desarrollo, la precariedad es evidente en la informalidad. Por ello organismos como la Cepal (Comisión Económica de la ONU para América Latina y el Caribe) proponen la creación de un ingreso básico universal para asegurar el derecho a la supervivencia durante esta crisis.
Es seguro que ejemplos como el de Barbados estarán en aumento, pero hay que recordar que el éxito no solo depende de otorgar visas, sino que requiere de centros turísticos y hoteles con infraestructura digital y seguridad para atraer talento y mantener las economías a flote. Los países de alto ingreso de Asia sufren con la pandemia, pero la actividad productiva se mantiene, observándose una rápida reconversión de cafetines y restaurantes en centros de trabajo compartido, donde por una suscripción se accede a Internet veloz, con tazas de café y bocadillos, en un ambiente aséptico para completar remotamente el trabajo de la oficina. La creatividad público-privada es esencial para mantener a las ciudades operando.
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