María Cecilia  Villegas

Hace unos días, un programa dominical mostró el daño que puede hacer una cuando pone los resultados financieros por encima de la ética. Frigoinca es una empresa que produce conservas y enlatados de la marca Don Simón. En el 2024, ganó 29 contratos por un monto de S/88,5 millones con el programa Qali Warma, proveyendo alimentación en nueve regiones del país. Qali Warma es el programa de alimentación escolar que brinda desayunos y almuerzos a más de cuatro millones de estudiantes de colegios públicos. En marzo, 23 estudiantes del colegio Gamaliel Churata de Cabana (Puno) tuvieron que ser trasladados hasta un hospital en Juliaca producto de una intoxicación producida por las conservas de pollo Don Simón que comieron ese día. La empresa, a través de la encargada de ventas, habría sobornado a un funcionario de la Dirección Regional de Salud (Diresa) para que cambie las muestras de conservas que debían ser analizadas. Algo increíble es que la misma Frigoinca decidió cuál sería el laboratorio que analizaría las muestras. Y, entonces, el funcionario de la Diresa concluyó que la intoxicación se produjo por el agua contaminada del colegio, librando así de toda responsabilidad a Frigoinca. La salud de los niños poco importó.

El escándalo debería ser mayúsculo al afectar al sector más vulnerable de un país: los niños que viven en pobreza. Sin embargo, los líderes empresariales no han levantado su voz de rechazo. Es probable que, como siempre sucede en nuestro país, el caso Frigoinca sea opacado por alguna nueva crisis y los responsables nunca sean llevados ante la justicia a rendir cuentas.

Las redes de corrupción no son nuevas. De hecho, la corrupción en el Perú y la captura de rentas por parte de grupos privilegiados –sin importar el estrato socio económico al que pertenezcan– no solo es una realidad; es endémica y está institucionalizada. La corrupción es un sistema que hace que nos desarrollemos en una sociedad sin valores y sin ética, donde coinciden un funcionario dispuesto a romper las reglas a cambio de dinero y un actor privado dispuesto a pagar por privilegios sin importar quién salga perjudicado. La realidad nos muestra, además, que rara vez los privados asumen la responsabilidad penal que sus actos conllevan. Y esta es una de las principales razones de la desconfianza de los peruanos en la empresa privada. Para los padres de familia del colegio Gamaliel Churata, las acciones de Frigoinca son un ejemplo de cómo actúan las empresas en el Perú. No es la realidad, porque hay muchísimas empresas que enfrentan a la corrupción y actúan con ética y un propósito elevado. Pero hay tantas otras que utilizan las mismas herramientas de Frigoinca. Y, si bien la corrupción nos afecta a todos, afecta en mayor medida a los más pobres, aquellos que necesitan del Estado para satisfacer sus necesidades más básicas como, en este caso, la alimentación de los niños.

¿Cómo responderles a esos padres, cuando lo cierto es que no hemos tenido el valor de enfrentar la corrupción y el impacto que esta tiene en el funcionamiento del país y en la confianza de los peruanos? Tenemos la obligación de cambiar la situación. Comencemos por cuestionar a las empresas y a los empresarios que no actúan con ética, que corrompen y cometen delitos. Callar nos hace cómplices.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maria Cecilia Villegas es CEO de Capitalismo Consciente Perú

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