Juan Paredes Castro

Entre todos los males que suele acumular el Perú, hay dos desbordes históricos que no hemos podido manejar y, sobre todo, controlar con éxito hasta hoy: el desborde político y el desborde territorial.

Nacimos a la vida independiente con una asamblea constituyente y una nueva Constitución. Pero el desborde pudo más. Tuvimos el primer golpe de y el primer presidente militar: José de la Riva Agüero.

Nacimos a la vida independiente con el territorio peruano todavía tomado y controlado en buena parte por las fuerzas militares españolas. Tuvimos que esperar dos batallas, la de Junín y la de Ayacucho, para sentirnos, como patria nueva, definitivamente autónomos.

Valga esta rápida mirada atrás para recordar que, al cabo de dos siglos y más, seguimos adoleciendo de lo mismo: el desborde político, con democracia o sin democracia, nos gana permanentemente. El desborde territorial también, ya no hacia afuera, con los diferendos fronterizos de antes, felizmente ya cerrados, sino hacia adentro, como lo advirtió el editorial de ayer de este Diario, con zonas prácticamente liberadas por organizaciones criminales como el Vraem, La Pampa, La Rinconada y ahora Pataz.

En la idiosincrasia peruana hay la dominante sensación de que el desborde político ha sido siempre así, y que cualquier desborde nuevo importa poco o nada. La otra sensación es que, como tenemos tanto territorio y tan rico en recursos, podemos darnos el lujo de no solo no explotarlo bien, sino hasta de perderlo en manos incompetentes o mafiosas.

Por suerte, hemos logrado cerrar nuestras fronteras. De no haberlo hecho, hoy podríamos estar perdiendo más territorios de los que hemos perdido en los siglos XIX y XX, para envidia de países que se han vuelto ricos con el equivalente a la veinteava parte de nuestro espacio físico.

En el primer tercio del siglo XXI, nada parece cambiar nuestro síndrome de batallas perdidas. ¿Podremos, por ejemplo, ganarles la batalla a las bandas criminales ocupantes del Vraem, La Pampa, La Rinconada y Pataz si primero no ganamos la batalla por fortalecer nuestros cinco sistemas en crisis: el político, el legislativo, el fiscal-judicial, el electoral y el policial-militar?

Todas las cruzadas anticorrupción no solo han fracasado, sino que los cruzados que se pusieron a la cabeza están hoy procesados por corrupción. Quién entiende la guerra de hoy entre fiscalía e Interior por el respeto de fueros, cuando hacia adentro de los dos sectores predominan sesgos, pugnas de poder y ruptura de jerarquías. ¿Cómo combatir a organizaciones criminales desde instituciones debilitadas por la injerencia de organizaciones ideologizadas interesadas en politizar la justicia y judicializar la política?

Hay más batallas perdidas: la de no poder cambiar el Estado como botín burocrático político por un Estado como ejemplo de servicios eficientes, y la de no poder impedir que 50 fuerzas políticas compitan por gobernar y legislar el país a partir del 2026.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Juan Paredes Castro es Periodista y escritor