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La eternidad de lo temporal
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Seguido pienso: cuánto mejor podrían funcionar las cosas en el Perú si nuestros avances no dependieran de momentos esporádicos de estabilidad. En el índice Fraser, que mide la confianza para invertir en minería, el Perú subió 19 posiciones en el 2024 (“Desde Adentro” #315, SNMPE). Gran noticia, ¿no? Sí, y a la vez un solemne recordatorio del inmenso potencial –siempre cerca pero nunca al alcance– del Perú. El salto se explica por dos cosas: nuestro potencial geológico y la percepción de un 2024 menos convulso (Víctor Gobitz en “Desde Adentro” #315). Pero, ojo: subimos en el ránking, pero retrocedimos en frentes como seguridad y mano de obra.
¿Se imaginan en lo que podría convertirse el Perú si contáramos con un ecosistema de políticas pensadas en el largo plazo; con autoridades cuyos objetivos sean de política pública y no afanes personales? Más aún en un momento en que las condiciones globales juegan a nuestro favor… pero elegimos ser ese alumno que siempre aprueba por un punto, resignado a ser mediocre aunque tiene todo para brillar.
En el Perú optamos siempre por el atajo: por abrir puertas transitorias que se vuelven eternas. Así nació el Reinfo, como un registro excepcional para formalizar a los pequeños mineros, y se prorrogó tanto que la fecha final dejó de ser final. Lo mismo pasó con los retiros de AFP y CTS: medidas de emergencia que se convirtieron en costumbre, con un costo alto en el largo plazo.
Todos procrastinamos. Yo también le dejo tareas a mi yo futuro, que nunca tiene más ganas que el presente. Mientras lo haga yo, el costo es mío. Cuando ese hábito se vuelve parte de la identidad de un país, el problema es de todos. En el nuestro, los plazos se estiran hasta perder sentido. Lo transitorio nunca muere, solo cambia de fecha. Le hemos dejado tanto por hacer al Perú futuro, que olvidamos que no será tan diferente al Perú de hoy: los nombres cambiarán, pero los problemas tendrán los mismos retos. Y postergar lo difícil cuesta en vidas y oportunidades, no es un lujo que un país pueda darse.
Aquí, lo temporal termina siendo eterno y lo estructural difícilmente llega. Romper con la cultura del parche es nuestra reforma más necesaria, pero a la vez, la más esquiva. Suena simple, redundante y evidente, pero nadie ha encontrado todavía la manera de hacerlo realidad. Los datos del índice Fraser sirven como una advertencia nítida: el futuro no está solo en el subsuelo, sino en las decisiones que se toman arriba.

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