José María  Arguedas

En las últimas exposiciones de popular peruano comprobamos con desconsuelo cómo se ha extinguido para siempre la producción del “Toro” llamado de Pucará, de aquel que le dio prestigio nacional y luego universal al arte indígena peruano. Los “toritos” de Pucará que hemos visto en las ferias y exposiciones últimas se han convertido en piezas sin contenido mágico alguno, en objeto desconcertados en su forma y en su contenido. Y se han diversificado al ritmo de la voracidad de los negociantes.

Aquel toro modelado uno por uno como ofrenda a los dioses ha muerto. Pero su figura mágica, el lenguaje de toda una cultura en siglos integrada, esa figura no la hemos perdido. Creo que el “toro” de Pucará se extinguió porque era un objeto religioso modelado por los indios más aislados, con menores vínculos con el mundo urbano. Las artes de los mestizos han evolucionado mejor, en el sentido de que han conservado mucho en las nuevas formas la concepción que del mundo y de lo bello tienen sus artífices; tal es el caso de la imaginería, de los retablos y de los mates, que no fueron de uso exclusivo de los campesinos , sino que fueron burilados para el uso de la clase señorial urbana.

La otra gran fuente del arte tradicional peruano también se ha salvado: la música.

Ahora se imprimen millares de discos de música indígena y no solamente de la popular, sino de las danzas y ceremonias; matrimonio, haylli, herranza, aylas del Yarqa Aspiy, carnavales y algunas de estas muestras han de tener hasta milenios de antigüedad y es posible, por no decir seguro, que no pocas de estas muestras grabadas para la venta comercial se mantuvieron incontaminadamente indígenas durante siglos.

Otro testimonio valioso para el estudio de la cultura andina y el conocimiento de la naturaleza misma del ser humano es la literatura oral: los mitos, leyendas y cuentos. La literatura oral quechua, por ejemplo, guarda con una riqueza inagotable, en sus más sutiles formas, la interrelación de la cultura occidental y la indígena.

La narración oral, tan implícita y explícitamente, tan objetiva y tan subjetivamente, como la novela moderna, describe personajes y aventuras en los que la imagen externa y la entraña de la sociedad están expuestos e interpretados.

¿Se trata de “incorporar esta población a la nacionalidad”, de convertirla en más activa, en consumidora y creadora, a nivel moderno, liberándola de su marginalidad opresora y paralizante? No será eso posible sin que cambie sustancialmente el trato tradicional mutuo entre ambos mundos. El análisis de un solo cuento quechua nos ha permitido demostrar que, así como el señor considera “bestia lerda y fatalmente insustituible” al campesino quechua, del mismo modo la población quechua mira al señor misti como a una especie de monstruo que no respeta ni a su madre cuando se trata de acumular más riqueza. Ninguna de estas versiones es absolutamente cierta y justa.

Las artes plásticas y la música indígenas, ahora tan vastamente difundidas, han modificado la comunicación entre dos mundos antes tan divididos en el . La recopilación, el estudio y la difusión de la literatura oral daría a los gobernantes del país un mejor conocimiento del terreno, y a los universitarios y creadores de todas las naciones les llevaría un testimonio, el más bello y denso, sobre los caracteres más profundos de la naturaleza humana.


–Glosado y editado–

Este texto fue enviado por Arguedas a este Diario poco antes de su muerte y publicado unos días después de esta, el 7 de diciembre de 1969.



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.




José María Arguedas fue novelista y poeta peruano

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