Hemos tenido mucha suerte. Martín Vizcarra ha demostrado un liderazgo para tiempos de crisis muy superior a la gestión cotidiana de su Gobierno. Claro, firme y pedagógico, está logrando que aceptemos su autoridad y que lo obedezcamos en días tan difíciles en los que el miedo, la incertidumbre y las carencias materiales de muchos hacen tan difícil confiar en alguien. Esto se pone a prueba cada día, porque los que vienen serán más difíciles, dado el incremento inevitable del número de muertos, las dificultades que puede tener la repartición del bono y los tantos que reclamarán que a ellos también se les debió entregar.
No es nada fácil la tarea y, por eso, llama la atención que algunos personajes sigan metiendo cizaña frente a cualquier falla (¡como si pudiera no haberlas!). Por cierto, varios de estos últimos forman parte de la población más vulnerable, por lo que actúan como el alacrán que mata al sapito que lo ayudaba a cruzar el río, y cuando este, agonizante, le dice que esto terminará con ambos, el alacrán le contesta: es verdad, pero no puedo con mi naturaleza.
No todos los presidentes se han comportado a la altura del desafío. Muchos se han retrasado en tomar medidas y otros han hecho cosas que lindan con la locura.
Uno de los casos más llamativos es el del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que ha desafiado al coronavirus. Eso no afecta tanto a los mexicanos, lo sensato es defender la economía, les dice. Y ha seguido haciendo reuniones públicas y besando y abrazando a niños. Cuando acá ya había cuarentena absoluta, en México se prohibían reuniones de más de 1.000 personas (como lo leen: ¡mil!), y recién los colegios se cerraron este viernes. En una reciente conferencia de prensa, AMLO sacó un detente y un billete de US$2 y dijo que esos son los amuletos que lo protegen del virus. Y a sus cuates, ¿quién los protege? Ya una jueza federal le ha ordenado que tome medidas de protección para la población.
Mostrando que los extremistas de izquierda y derecha terminan actuando parecido, en Brasil, Jair Bolsonaro también ha hecho barbaridades. Ha venido sosteniendo que la prensa y los gobernadores rivales están presos de la histeria y que quieren debilitar a su gobierno. Siguió, en medio de la pandemia mundial, promoviendo concentraciones políticas masivas a favor de su gobierno. Esta indolencia frente a la amenaza se hace todavía más incomprensible cuando ya 22 miembros de la comitiva que viajó con Bolsonaro a Estados Unidos para su reunión con el presidente Donald Trump han contraído el virus. Si acá hay aplausos por las noches, en Brasil se han registrado masivos y merecidos cacerolazos contra el gobernante.
Por su parte, Trump negó, negó y negó la importancia del coronavirus durante bastantes días y, cuando la evidencia se hizo abrumadora sobre su equivocación y el tiempo que había perdido, cambió de discurso sin admitir error alguno. Sin embargo, aún no se atreve a tomar las medidas drásticas que se necesitan.
Boris Johnson, primer ministro de Gran Bretaña, es otro personaje que ha ratificado su pequeñez en esta crisis. Su tesis inicial: la economía primero y los muertos son inevitables. Su estimado: mínimo 20.000 muertos. Ya está retrocediendo ante la evidencia, pero le cuesta dar cada paso.
Otro caso lamentable es el de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España. Cuando ya el virus tenía más de un mes y 580 casos reportados, no solo permitió, sino que alentó, la marcha por el Día de la Mujer, que congregó a cientos de miles de personas en Madrid y en otras ciudades. Recién al día siguiente se empezaron a tomar medidas severas. Hoy los fallecidos son ya más de 1.000.
En Italia, donde los muertos superan los 4.000, las medidas son muy laxas, según el jefe del equipo de especialistas chinos que ha ido a apoyarlos. “Hay mucha gente en la calle”, les han dicho a los italianos quienes ya han derrotado al virus.
Estamos ante un momento diferente de la historia de la humanidad. No conocemos a ciencia cierta lo que nos depara el futuro. No hay garantía de que seamos exitosos pese al esfuerzo que estamos haciendo. Lo que sí sabemos es que aquí, en el Perú, y con nuestras precariedades, se está luchando en serio contra la enfermedad; y que si nos quedamos en casa tendremos más posibilidades de superar esta situación.