De pie frente a una mesa, micrófono en mano, solemne como si estuviera a punto de declamar una fina poesía, Humberto Martínez Morosini empezó un elegante discurso sobre el periodismo deportivo en las Copas del Mundo. Firme y dispuesto, con el cansancio de sus ochentaitantos años en lista de espera, recordó que fue un periodista peruano con el privilegio de ver a su país en un Mundial. HMM no gritaba, él prefería hacerse escuchar en una sutil y eterna locución. Nunca necesitó ganar un concurso de canto para ser la voz del Perú.
Esa tarde de mayo del 2014, Martínez Morosini reaparecía en un evento público después de varios meses. Conocerlo en el auditorio del Colegio de Periodistas fue dar vida a esos pensamientos que también son recuerdos. Los Mundiales, las Eliminatorias, las noticias de la noche, las votaciones presidenciales, el gol en el rincón de las ánimas, el flash electoral, la hora de dormir para los niños. Con la sabiduría y pausa de los correctos veteranos, HMM daba clases sin previo aviso. Apenas lo anunciaron en la conferencia, se paró ante el público en un genuino acto de respeto. Su intervención fue una galería de imágenes en pasado, del presente muy poco para hablar. La actualidad del periodismo quizá para don Humberto era como un partido con marcador cero a cero. “Aquí no pasa nada”.
Fanático del fútbol, fue el líbero de la última línea que nunca perdió por goleada. Los homenajes en el día de su muerte repitieron valores que parecen perlas inalcanzables hoy en nuestra TV: sobriedad, templanza y distinción. Sin peleas mediáticas, liberado totalmente de cualquier posibilidad de escándalo. Martínez Morosini narraba las noticias con la prestancia de un maestro de ceremonias. Una especie en extinción junto a Pablo de Madalengoitia y Pepe Ludmir, caballeros nobles de la conducción en vivo y en directo (y para todo el país). Así busquemos al más obsesivo de los arqueólogos televisivos será imposible volver a encontrar a alguien como él en las pantallas. Era el último mohicano de una caja que aún no era boba.
Con una chompa ploma y la poca cabellera blanca, Martínez Morosini miraba a su audiencia como si estuviera aún frente a cámaras. Esa tarde de mayo el cuerpo sufría el desgaste, pero las cuerdas vocales resistían a la batalla del tiempo. Mejor imaginarlo otra vez diciendo “Buenas noches” minutos antes de que mamá nos mandara a la cama. Decidió mudarse al Congreso en plena confirmación de que nadie es perfecto. HMM enseñó que la trascendencia se gana con la marca registrada del estilo y no con una pelea tonta en Twitter. El dueño de las buenas palabras en la televisión peruana se ha ido. Cuando una de las mejores voces se apaga, un minuto de silencio no alcanza.