Martín  Tanaka

La oposición a los gobiernos de y en ha pasado por muy grandes desafíos. ¿Estará cerca el momento de una transición y una vuelta a un régimen democrático?

Hugo Chávez, a pesar de que llegó al poder ganando las elecciones de 1998, construyó muy rápido desde el poder una base de apoyo para legitimar un discurso antisistema que le permitiera eliminar una lógica de controles democráticos. Mediante mecanismos plebiscitarios impuso una asamblea constituyente y una nueva Constitución, y luego nuevas elecciones generales en el 2000, en las que logró una amplia mayoría. No todo fue sencillo en los primeros años y, en el 2002, las protestas de la oposición lograron momentáneamente hacerse del poder, pero tampoco respetaron las reglas democráticas en nombre de las que supuestamente actuaban, lo que permitió la continuidad de Chávez. Luego, su gobierno se benefició de los altos precios de los productos de exportación, en particular del petróleo, de los que gozó la región entre los primeros años del nuevo siglo hasta la elección para su cuarto mandato consecutivo, en el 2012. Chávez murió antes de que se hicieran evidentes los límites de su régimen, y con Nicolás Maduro la cara represiva y autoritaria del régimen se hizo más evidente.

En la elección presidencial del 2013, Maduro logró imponerse por un estrecho margen a Henrique Capriles, en medio de elecciones no competitivas y, pese a las protestas nacionales y presiones internacionales, Maduro logró imponerse. Se reeligió en el 2018 en elecciones farsescas, en las que no se permitió la participación de la oposición, y esta finalmente optó por denunciar su validez. Para las elecciones de este año, la oposición nuevamente enfrentó el dilema: ¿cómo encarar elecciones que no son competitivas, en un contexto autoritario en el que el gobierno controla los organismos electorales y los poderes del Estado? Si la protesta social no parece bastar por sí sola para hacer retroceder al régimen, entonces tiene sentido aprovechar los espacios que abre el propio gobierno para intentar tener una mínima legitimidad, aunque no se trate de elecciones justas y transparentes. La mayor expresión de esto es el hecho de que se impidiera la candidatura de la ganadora de las elecciones primarias de la oposición, María Corina Machado, ni la de Corina Yoris, a quien Machado cedió la candidatura. Al final, la oposición terminó respaldando la candidatura de Edmundo González Urrutia.

A pesar de que no se trata de un juego electoral limpio, la oposición tenía ciertamente oportunidades de triunfo. La acentuación de la crisis humanitaria, el aumento del desprestigio del régimen y del rechazo de los ciudadanos es claro, y el discurso de la oposición se ha vuelto más moderado, enfatizando la necesidad de unir a todos los sectores del país y sacarlo de la postración en el que se encuentra, dejando atrás retóricas más confrontacionales e ideológicas.

Pero se trata de elecciones dentro de un gobierno autoritario. Desde el lado del régimen, también se enfrenta un dilema: mostrarse totalmente cerrados debilita su legitimidad, pero no pueden abrir el juego político al punto de exponerse a perder; de allí la escasa transparencia en el recuento de votos. Derrotar al régimen con sus propias reglas amañadas puede terminar siendo la clave de la transición.





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Martín Tanaka es Profesor principal en la PUCP e investigador en el IEP