Editorial El Comercio

Ayer falleció , primer vicepresidente del e integrante de la bancada de Fuerza Popular. Su deceso ocurrió en Arequipa, a donde había llegado en la víspera para participar en el evento minero Perumin. Según ha trascendido, el parlamentario sufrió una descompensación cuando se encontraba departiendo con unas amistades. Por ello, fue llevado a un centro médico en el distrito arequipeño de Punta de Bombón, pero no pudo ser atendido allí porque, tal y como ha contado a RPP Walter Oporto, gerente de Salud de Arequipa, dicho local solo funciona hasta las 7:30 p.m. En consecuencia, Guerra García fue trasladado al hospital de Mollendo, a unos 40 minutos de distancia, a donde –según explicó Essalud – llegó sin vida minutos antes de la 1 a.m.

Uno no puede dejar de pensar qué hubiese pasado si el local al que acudió el legislador en primer término atendiera las 24 horas. Quizás, dado el precario estado de estos establecimientos en nuestro país, el desenlace no hubiese cambiado. O quizá sí. Tampoco se puede dejar de pensar en los ciudadanos que a diario tienen que atravesar el padecimiento de acudir con alguna dolencia a un centro de salud solo para encontrar puertas cerradas o anuncios de que no hay atención.

Como reveló la Unidad de Periodismo de Datos de este Diario (ECData), en nuestro país casi la mitad de los establecimientos del primer nivel de atención –como al que acudió Guerra García. Esto es sumamente preocupante considerando que, según la OMS, en estos debería resolverse el 80% de los problemas de salud del país, dejando a los locales del segundo y tercer nivel de atención –como los hospitales– los casos más graves. Sin embargo, en el Perú esto no funciona así: en ninguno de los tres niveles.

Ya el año pasado, ECData había advertido que en el país carece de instalaciones adecuadas: presentan estructuras deficientes o cuentan con equipamiento médico obsoleto. Si así estamos por el lado de la infraestructura, en lo que respecta a los recursos humanos las cifras no pintan mejor. Hoy en el país hay apenas cuatro médicos por cada 10.000 habitantes. Si consideramos también en esta estadística a enfermeros y obstetras, el promedio sube a 18 (en la OCDE, el grupo de países desarrollados al que aspiramos a entrar, el porcentaje es de 30 por cada 10.000 habitantes).

Ello, por supuesto, sin considerar los múltiples problemas que se suscitan en los establecimientos médicos de todo nivel y que conocemos por denuncias de la prensa, con médicos que abandonan sus puestos durante el horario de trabajo para atender en clínicas privadas (o, como demostró este Diario por las postas de los distritos del sur de Lima, incluso para asistir a capacitaciones), con medicinas que escasean, cobros indebidos o citas que son reprogramadas sin ningún sentido de la urgencia.

Lo más alarmante de todo es que este panorama no es un tema de falta de recursos. En las últimas dos décadas, el presupuesto para el sector salud en nuestro país se ha multiplicado por seis, pero la pésima gestión de nuestras autoridades, con no poca corrupción en el medio, ha permitido que hoy tengamos hospitales inacabados o sin equipos.

Ni siquiera es necesario recordar la manera en que el provocó un desborde en nuestro sistema de salud para saber la tragedia que implica contar con un sistema de salud tan deficiente; basta con traer a la memoria las imágenes del colapso de los hospitales en Piura o Ica este mismo año tras para darnos cuenta de ello. Y el lamentable deceso del congresista Guerra García puede servir para volver a reflexionar en torno a este mal que día a día sufren miles de peruanos. Si hay una forma en la que sus colegas pueden rendirle un homenaje a su memoria, tal vez sea poniendo en sus agendas este tema.

Editorial de El Comercio

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