Hacer periodismo político en el Perú nunca será aburrido. Puede ser agotador, desgastante, frustrante a veces, pero aburrido nunca. Incluso en una semana que todavía no termina y que parecía que iba a estar marcada por el tedio debido a los intrascendentes viajes de representación de los congresistas, comenzamos el lunes hablando de los gustos y derroches gastronómicos de los parlamentarios. La frivolidad de nuestros representantes volvió a poner a prueba la capacidad de indignación de la opinión pública. Las respuestas que dieron algunos de los legisladores para justificar sus comelonas de los jueves fueron un descarado desafío a una calle que parece estar, por el momento, en calma.
Otra muestra de la variedad del imprevisible ‘bufet’ de la política local la tuvimos al día siguiente. El martes iniciamos la mañana hablando sobre el nuevo proceso contra un expresidente manchado por la corrupción. Pedro Castillo, preso en Barbadillo por el golpe de Estado del pasado 7 de diciembre, enfrenta ahora una investigación preparatoria por organización criminal, tráfico de influencias y colusión, y se le viene una segunda prisión preventiva.
Transcurrieron apenas unas cuantas horas cuando ya estábamos hablando de otro exmandatario embarrado por las coimas. Luego de varios años de su huida del país, el Gobierno de Estados Unidos otorgó la extradición de Alejandro Toledo por el caso de los sobornos por la carretera Interoceánica. Y, aunque la fecha exacta de su llegada al Perú aún se desconoce, su rendición de cuentas ante la justicia es inminente.
Un día después, pasamos a los ya conocidos disparates de un expresidente del Consejo de Ministros especialista en declarar sandeces y que es investigado como cómplice de un golpe de Estado. “Nadie puede estar seguro de que no caerá en esa pocilga que es ahora la administración de justicia”, chilló Aníbal Torres durante un conversatorio en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, al referirse al sistema de justicia que lo investiga. En ese mismo evento, su abogado Duberlí Rodríguez, que hace tan solo cinco años era presidente del Poder Judicial y de la Corte Suprema, llamó a quemar la Constitución del Perú.
En esta media semana también hemos sido testigos de las opacas reuniones de la presidenta Dina Boluarte con partidos de escasa representación o que acaban de lograr su inscripción, del internamiento en el penal de Lurigancho de un excongresista acusado de violación y de la noticia de la fuga de una sanguinaria terrorista en medio de su proceso por un atentado criminal.
Sin embargo, en la bien servida mesa del banquete político hay un plato que se viene enfriando día a día y del que ya nadie parece querer servirse: el adelanto de elecciones. Luego de haber salido del bucle en el que vivimos atrapados en las últimas semanas gracias a un Congreso que aprobaba, archivaba, reconsideraba y volvía a archivar proyectos, los ánimos adelantistas han quedado congelados. Ni siquiera los respaldos explícitos de Keiko Fujimori y César Acuña a la opción de anticipar los comicios han sido suficientes para minar la resistencia de derechas e izquierdas parlamentarias por quedarse hasta el 2026. Tampoco ha contribuido mucho el Ejecutivo a empujar el adelanto. Las invocaciones desganadas de hace unos días al Parlamento han sido reemplazadas por tibias tiradas de pelota.
Así las cosas, la desconectada clase política se alista para disfrutar de la hora del postre, sin tomar en cuenta que la indigestión de los próximos días puede venir representada en forma de protesta reavivada o incluso de un resurgir de la violencia.