José Carlos Requena

de Milagros Leiva al ministro de Educación, Morgan Quero (El Comercio, 15/12/2024), contiene un pasaje que resulta bastante ilustrativo del cariz presidencial de Dina Boluarte. Este resume una vocación por el oscurantismo y el ánimo condescendiente, cuando no cómplice.

Preguntado sobre el lugar donde estuvo Boluarte en febrero último –materia de investigación fiscal por su presunta relación con la ubicación del aún prófugo Vladimir Cerrón–, Quero respondió que no tenía “por qué saberlo”. Pero, habiendo recursos públicos en juego, no solo Quero debería saberlo, sino también la opinión pública en su conjunto. El rol político que ostenta la presidenta en un sistema presidencialista, valga la redundancia, no es menor. No en vano la Constitución Política le asigna la personificación de la nación (artículo 111).

Además, el uso de recursos públicos tiene una regulación específica, que todo funcionario y su equipo de asesores debe conocer. Si bien existe una esfera privada a la que todo ciudadano tiene derecho, en el caso de cualquier jefe del Estado, esta se reduce considerablemente.

Aunque el pasado reciente haga pensar lo contrario, el rol de quien ocupa la presidencia es fundamental. Además, el tiempo del que dispone es escaso. Una anécdota que circula en capitales de democracias desarrolladas –como la estadounidense– lo resume bien. Ante la pregunta: “¿Qué es lo más escaso en Washington D.C.?”, la respuesta es “el tiempo del presidente”.

Luego, el ministro Quero añadió: “Los presidentes no pueden estar todo el tiempo en el banquillo de los acusados”. Pero ¿quién ha ubicado ahí a los jefes del Estado? ¿Es la ciudadanía, desconfiada e ingrata? ¿Acaso los medios o las redes, tan hambrientas de ráting o ‘likes’, o de cualquier otra métrica?

Los enredos en los que ha terminado involucrada la presidenta parecen corresponder a una gestión errática de la comunicación pública; a una conducta, cuando menos, irresponsable de un cargo de elección popular; y, sobre todo, a un manejo negligente de los recursos públicos.

Frente a lo descrito, Quero, uno de los más connotados voceros gubernamentales, insiste en lo que ha sido el manejo político y comunicacional de esta presidencia: la reiteración de comportamientos y mensajes fallidos. Así, lo único que se consigue es colocar a la presidencia ahí donde no se la quiere colocar: en el banquillo.

El recurso más cómodo será siempre el de la victimización y la vocación de heroicidad. Le funcionó parcialmente a Pedro Castillo, durante su breve mandato. Pero difícilmente pueda prender en una presidencia tan impopular como la que lidera Boluarte. Mucho menos cuando lo que se ha visto es una recurrente contradicción y una pertinaz vocación por la opacidad. Es que ocupar la presidencia no debe ser un cheque en blanco para un comportamiento sin rendición de cuentas.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

José Carlos Requena es analista político y socio de la consultora Público

Contenido Sugerido

Contenido GEC