Mabel Huertas

Una mujer aspirante a la presidencia acepta que consume cannabis en un medio radial, mientras en plazas públicas promete fusilar a todos los expresidentes corruptos. Una presidenta electa, que en campaña confesó hablar con su amado perro desde el más allá, se reafirma en demoler el Banco de Reserva Central. Otra presidenta, esta vez, centroamericana, con cuestionamientos internacionales por violaciones a los derechos humanos, se describe a sí misma en su cuenta de X (antes Twitter) como la “dictadora más ‘cool’ del mundo mundial”. Estas políticas –y sus apariciones en redes– cosechan millones de ‘likes’ en la región, son admiradas por ciudadanos de otros países que requieren de esa mano dura y se vuelven líderes de culto.

Esto es una ficción, pues no hay mujer ‘irreverente’, ‘excéntrica’ o ‘provocadora’ que haya llegado tan lejos en la política latinoamericana. Los ejemplos –como el informado lector se habrá dado cuenta– corresponden a Antauro Humala, Javier Milei y Nayib Bukele, respectivamente, y los adjetivos empleados son los que sus propios simpatizantes y algunos medios les han adjudicado.

Diferentes en el ámbito ideológico –algunos libertarios, otros nacionalistas–, pero similares en su conservadurismo y superioridad moral. Atravesamos en la región una ola ‘antiestablishment’ cargada de testosterona. En este panorama de ‘derechistas valientes’, no asoma mujer alguna que haya adoptado un discurso radical que atraiga el foco de este electorado colerizado.

Todo parece indicar que, en estos tiempos, los discursos de centro y la moderación tradicional perdieron su valor en el márketing político. Muy por el contrario, el ser “tibio” (o “cobarde”) y pertenecer a una “élite” son características negativas para los que aspiran al poder. Las campañas vienen cargadas de marcas personales que atraen adhesiones políticas viscerales. La polarización de estos tiempos así lo exige en medio de crisis de inseguridad ciudadana, altos déficits fiscales y falta de legitimidad política, según sea el país.

El espacio de ultraderecha o ‘antiestablishment’ no está vetado para las mujeres. Por ejemplo, Marine Le Pen en Francia ha consolidado la ultraderecha con expectativas de victoria en el 2027, y la primera ministra italiana Georgia Meloni se acomoda cada vez mejor en el poder en medio de conflictos bélicos vecinos.

Pero, pensando más en nuestro barrio, vale la pena preguntarse lo siguiente: ¿qué posibilidades de triunfo electoral podría tener el perfil de una candidata ‘antiestablishment’ que denoste la Constitución y proponga una refundación ‘etnobastidista’ del Estado Peruano? ¿Cómo podría conquistar la voluntad electoral de nuestra sociedad una mujer ‘irreverente, excéntrica y provocadora’? ¿Acogerían las mujeres conservadoras la sororidad de las progresistas? ¿Cuáles deberían ser sus atributos para poder ser aceptada como “polémica pero brillante”, como algunos sectores ultramontanos califican a Bukele o a Milei? ¿Tendría la misma oportunidad y respeto una política peruana paseándose por las calles, no con un 13 en la nalga, sino con una motosierra en la mano gritando “¡Qué tiemble la casta!”? ¿Cómo pasaría a la historia “la loca”?

Mabel Huertas es socia de 50+Uno, grupo de análisis político

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