La economía no calienta y se nos acaba el año. Los pronósticos oficiales han ido postergando el plazo en el cual arrancaríamos con fuerza de nuevo. Ya empezaba a dar vergüenza ajena escuchar al ministro de economía repetir, como en el cuento de Julio Ramón Ribeyro, “el próximo mes me nivelo”.
Ahora todo parece indicar que el verano llegará mucho antes de que volvamos a tener las tasas de crecimiento de los últimos años. Con razón, las autoridades buscan en su caja de herramientas los instrumentos más propicios para administrar una resucitación cardiopulmonar al paciente: aumento del gasto público, incentivos al consumo, destrabe de grandes proyectos.
En medio de esos afanes, un género preocupante de políticas públicas se está sumando al abanico de la promoción del desarrollo: la microintervención en sectores económicos basada en planes, estudios y priorizaciones. La ciencia del “clúster” está de moda.
Un antecedente fue el llamado Plan Nacional de Desarrollo Industrial, que aspiraba a la “inclusión productiva”, una construcción mental que felizmente nunca fue definida. El entusiasmo por esta iniciativa llevó a algunos congresistas a presentar un proyecto de ley con un único artículo: la declaración de la industria como actividad estratégica. La exposición de motivos era contundente (sic a todo lo que viene): “La relación entre la economía y la pobreza está estrechamente relacionada. Ya se está comprobado que los países cuyas economía están basadas en recursos y en una industria primaria, no generan actividad económica intensiva, ya que no existen pocas posibilidades de generar mayores puestos de trabajo”.
Luego vino el Plan Nacional de Diversificación Productiva, con sus sectores claves y consejos varios de coordinación, y el sueño de una burocracia omnisciente capaz de “maximizar” el desarrollo sectorial y guiar a los empresarios a la tierra prometida.
Más recientemente le ha tocado el turno a la “Agenda de Competitividad 2014-2018”, buena colección de propuestas ambiciosas, pero que mucho tiene de arroz con mango. Incluye temas de facilitación transversal de negocios, como la incorporación del 100% de trámites de comercio exterior en la Ventanilla Única de Comercio Exterior (VUCE). Pero también contiene objetivos como incrementar en 3,5 veces el número de empresas que operan como franquicia en el exterior, es decir, un asunto absolutamente privado.
A las políticas de la microintervención sectorial se suma ahora un nuevo dispositivo promotor: el desarrollo de clústeres, otro invento de Michael Porter que no pudo salvar de la quiebra a su propia empresa consultora, pero que es el ‘gadget’ del momento. No pregunte mucho en qué consiste; súbase nomás a la ola.
Con la ayuda de la ciencia clúster, ya tenemos más finamente definidos los sectores ganadores. No solo conocemos su tamaño, composición y características. También los hemos podido poner en un ránking en función de su potencial y, por ende, del atractivo para ser apoyados con planes, subsidios, estudios y viajes. El clúster de textil-moda en Lima es uno de ellos. Otro es el de la gastronomía, respecto del cual los consultores ya han determinado que uno de los riesgos estratégicos que enfrenta es que suba el precio del pollo y que se resienta el consumo del pollo a la brasa. Como lo lee.
Ojalá todo este ejercicio de dirigismo microeconómico nos lleve lejos, nos haga más prósperos y nos sirva para retomar la senda del crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Total, ya no falta nada para los milagros de octubre.