"Un pacto que ponga como enemigo mayor a la corrupción monda y lironda, aquella de la que damos cuenta e indicios todos los días, y no a los fantasmas del comunismo no sería nuevo en el Perú. Lo tuvimos en el 2000". (Foto: Congreso)
"Un pacto que ponga como enemigo mayor a la corrupción monda y lironda, aquella de la que damos cuenta e indicios todos los días, y no a los fantasmas del comunismo no sería nuevo en el Perú. Lo tuvimos en el 2000". (Foto: Congreso)
/ ERNESTO ARIAS
Fernando Vivas

No hay otra. Las fuerzas opositoras de derecha, centro e izquierda tienen que pactar contra la . Ese pacto debe ir más allá de la vacancia o de cualquier otra forma legítima de interrupción del mandato, pues debe de incluir todas las formas inmediatas del control político, desde interpelaciones y censuras hasta la presión a la justicia para que apure los procesos que involucran al castillismo y al cerronismo.

La grita ideológica anticomunista es estéril, pues pierde de vista el problema: el copamiento cleptocrático del Ejecutivo. Aquí no hay comunismo, porque el Gobierno es débil –ni siquiera tiene cuadros para controlar el MEF– y se agota en la captura del botín y en su cuoteo. La ideología es pretexto y coartada de este oficialismo. También, es una camisa de fuerza para la oposición que le dificulta conseguir votos y alianzas.

Un pacto que ponga como enemigo mayor a la corrupción monda y lironda, aquella de la que damos cuenta e indicios todos los días, y no a los fantasmas del comunismo no sería nuevo en el Perú. Lo tuvimos en el 2000, cuando izquierdistas, derechistas y políticos de centro se unieron contra Fujimori y apoyaron la sucesión de Valentín Paniagua, forzando la salida del vicepresidente Ricardo Márquez del Ejecutivo y de Martha Hildebrandt de la Mesa Directiva del .

Es cierto que, en el 2000, se buscó una fórmula para una transición corta de ocho meses con elecciones generales que ya estaban convocadas. Ahora, la tensión es para definir prácticamente un período entero hasta el 2026 y ni siquiera hay consenso sobre si los comicios debieran ser generales o solo presidenciales. Lo que quiero destacar con la comparación es que se necesita una base amplia unida por un motivo no sectario: la .

Cualquiera sea la correlación y el plazo para la salida, un movimiento anticorrupción estaría más atento a maniobras peligrosas que también suceden en el Congreso. Pondría el foco, por ejemplo, en el proyecto de la Comisión de Justicia para poner trabas a la colaboración eficaz y a los fiscales que la manejen o en el sistema de justicia, en el que no avanzan con la celeridad necesaria los casos de Los Dinámicos del Centro y otros que involucran precisamente a dirigentes de Perú Libre, el partido que, junto a Pedro Castillo, hace las designaciones más sospechosas.

Al pacto tiene que sumarse la izquierda que hasta hace poco acompañaba a Castillo en el Gabinete. La anticorrupción es tan transversal como el rechazo a la violencia familiar. Así como Castillo reculó cuando vio señales de mujeres de izquierda y derecha unidas contra él, se asustaría si ve coincidencias, en el Parlamento o fuera de este, de ambos extremos del espectro ideológico exigiéndole que rinda cuentas.

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