Hace diez años escribí una novela que se llama así. Y, esta semana, Seix Barral la publica de nuevo. Tuvo dieciocho capítulos y ahora tiene doce. Juro que resistí a la tentación de reescribirla. Hubiera sido inútil, por mucho que lo intentara no habría logrado tener la misma voz. Ya no soy ese muchacho enardecido. Vivía tan obsesionado con la idea absurda de que la literatura me permitiría, por fin, cobrarme la revancha que, muchas veces, perdí el hilo de mi propia historia y acabé varado en cualquier recodo del camino. Mi cabeza era un caos tan perfecto que se me hacía dificilísimo completar una tarea que tendría que haber sido bastante más sencilla: relatar una historia que nadie conocía mejor que yo. De pronto, a mitad de una página cualquiera, me acordaba de alguien con quien también tenía que ajustar cuentas y me inventaba un capítulo extra solo para que nadie fuera a quedar impune. Y así, iba enredándome y enredando conmigo a los pobres personajes de mi novela en la inextricable telaraña de mis odios. Nunca he vuelto a escribir como en aquellos febriles meses de 2004 en los que me saqué tantos cuchillos que tenía clavados en el cuerpo para poder cometer algunos crímenes imaginarios. Mayte, mi amorosa editora de siempre, tuvo entonces el encargo de arrearme a control remoto para que escribiera y el dudoso honor de ser mi primera lectora, evitando una mayor carnicería.
Muchos de esos pérfidos capítulos que le envié pronto quedaron fuera del libro y yo no opuse resistencia pues ella me convencía de que no solo eran malvados sino también malhechos. Algo similar me ocurrió con los capítulos de la novela original que, juntos, decidimos dejar fuera de esta segunda edición. Las historias que contaban eran demasiado coyunturales, habían envejecido malamente y ya ni siquiera se entendían. No resistieron la prueba del tiempo. Otros capítulos fueron fusionados entre sí, sacrificados en bien de la trama -otrora errática, hoy bastante más directa- de la novela. Espero que, con los cambios que hemos introducido, la estructura del libro sea menos caótica ahora. Nada como el tiempo para decantar, para separar la arena de la cal, la paja del trigo. Más allá del título de la novela, es bueno que estén informados de la existencia de la maldición que pareció rodearlo desde que vio la luz . Cuando se publicó en Lima, no pude regresar de Nueva York para presentarlo porque si lo hacía, la policía me habría detenido en el aeropuerto. El gobierno de Alejandro Toledo había dictado una orden de captura en mi contra como represalia por la denuncia de corrupción que envió a la cárcel a su principal asesor. Por si fuera poco, la crítica sometió a mi libro a un severo juicio que –más que literario- era moral. Se le dijo –o, lo que es lo mismo, se me dijo- ruin, vulgar, abyecto, vengativo. El establishment literario me ninguneó como estila hacerlo con “la farándula que escribe”. Lo que nunca dijeron fue si este libro estaba bien o mal escrito. Los voy a estar esperando este jueves a las 9 pm en la Feria del Libro. Espero que esta vez me lo digan.