Muchas de mis tardes adolescentes las pasé con cuatro mercenarios, Los Magníficos y podría apostarle mi salario que, a estas alturas, en su cabeza ya se formó la imagen de su camioneta negra con la franja roja en sus costados.
Años después, cuando trabajaba en una agencia de publicidad, mi socio me confió un sueño: encoger nuestra oficina de tal manera que pudiera entrar en una de esas camionetas. La idea era que, al igual que Los Magníficos, no tuviéramos un local específico sino una especie de entrega de talento a domicilio. “¿Te imaginas?”, me decía hace veinte años, “una van con fax, una impresora y nuestros celulares, y asunto arreglado”.
Sonaba maravilloso. Lo que mi socio no podía anticipar era que el tráfico iba a ponerse tan grumoso que trasladarse hoy en una camioneta sería el equivalente a tener una dirección fija.
Pero si el tráfico circuló en un sentido prohibitivo, la revolución tecnológica lo hizo en sentido contrario. Para mí, el sueño de la no oficina en su sentido tradicional ya es una realidad.
Mi consultora de comunicación trabaja donde sus integrantes quieran. Mi despacho está en mi casa. Lo mismo ha decidido mi coordinadora de proyectos, mis directores gráficos y mi apoyo administrativo. Si un cliente necesita nuestros oídos, hacia él vamos. Si una idea necesita ser discutida, en algún lugar nos juntamos. En estos días, las salas de juntas tienen el tamaño del planeta gracias a las videoconferencias.
Es verdad que a veces extraño los rituales de quienes reman en un mismo lugar. Pero con la comparación, uno se da cuenta de que la calidad de vida tiene que ver más con la libertad individual que con las costumbres grupales. Al menos, es mi caso. Entiendo que hay rubros donde es más fácil tomar esta decisión. Es casi imposible que un maestro de escuela o un operador fabril haga la parte medular de su trabajo en su hogar, a diferencia de la gente que ofrece intangibles. Lo que llama mi atención es la gente que se dedica a lo mismo que yo y que aún no se decide a ir en esta dirección, aunque sea de manera paulatina. ¿Es mucho pedirle a una organización que sea más flexible con la presencia física de sus empleados?¿Que les ofrezca la opción de trabajar desde casa un par de días a la semana?
Nos quejamos del tráfico, y somos nosotros los que lo formamos cuando nos movemos solo para marcar tarjeta. Nos quejamos de la polución, y somos nosotros los que la producimos cuando vamos a una reunión por pura formalidad. Nos quejamos de que pasamos menos tiempo en casa, pero somos nosotros los que alimentamos la noción de que responsable es quien está siempre en la oficina. Nos quejamos, inconscientes de que el mundo siempre cambia más rápido que nuestros paradigmas. Un día decidí perder el miedo y aquí estoy, disponiéndome a ver el Italia-Uruguay luego de ponerle el punto final a este artículo. No sé cuál de ambos equipos retornará contento a su camerino, pero sí sé que yo lo estaré de todas maneras.