Si no puedes con el enemigo, ¡deja que gobierne! Ruego a Dios que, al menos, robe poco y haga mucha obra. A propósito, ¿de qué lado está Dios en esta contienda? No lo sé, pero su ala ultraderecha sí está con el favorito: Cipriani se lanzó, unas semanas atrás, contra el corredor azul villaranista, en evidente apoyo a Castañeda. Rafael López Aliaga, supernumerario varón del Opus Dei, es uno de sus principales financistas. Fabiola Morales, activista de la Obra, lo tiene por caudillo, cuya buena intención está por encima de los choros de su entorno. Los evangélicos homofóbicos revocadores también lo apoyan ahora.
Queridas amigas feministas, queridos amig@s LGBT: puedo pegarla de resignado, pero ustedes no. Armen su plan de contingencia, porque se viene una ofensiva ultraconservadora que intentará usar ordenanzas, hospitales de la Solidaridad y planes de acción comunitaria, para frenar cualquier avance liberal.
¡Qué sombría esta elección de intenciones de voto estancadas!, de retorno a un statu quo en que la informalidad de muchos se mantendrá en pro de la institucionalidad de pocos. Antes de estar resignado estuve equivocado: creí que los vientos del crecimiento, el nuevo interés por la marcha de Lima y las redes sociales decían que había espacio para alternativas al ‘Mudo’ y a la propia Villarán. De hecho, la hay, pero ahora veo que ese espacio tenía que ser conquistado con recursos distintos a los usados por Heresi, Cornejo, Altuve, Zea, Sánchez Aizcorbe y los demás.
Me explico: Castañeda es el candidato del antisistema hecho sistema, el caudillo conservador de apariencia no tradicional, el candidato del pueblo que no viene a hacer ninguna reforma sino a apañárselas con lo que hay y mejorarlo con obras. Para eso, solo necesita enviar señales de que chambea con eficiencia y para todos, sin prodigarse en los segmentarios medios de comunicación, ni en las reducidas redes sociales. Necesita demostrar que no es el candidato de los ricos ni de los radicales.
No, señores, ni los medios concentrados ni las redes desconcentradas ni los partidos tradicionales derrotarán a Castañeda. Él vencerá por la difusa pero masiva convicción popular en que la precaria armonía de esta patria urbana informal debe ser mejorada con infraestructura, pero sin nuevas reglas, sin padecer cambios traumáticos como los que identifican a Villarán. Acierta Max Hernández, entrevistado en El Comercio, con esta misma idea. ¡Ah, la izquierda!, subrayando su afán de reforma y revolución, cuando lo mejor es que el cambio parezca pacífico y natural.
El panorama podría disparar mi pesimismo cotleriano, pero prefiero el optimismo en última instancia que lució Cynthia Sanborn entrevistada en “Perú 21”. Quiero pensar que el voto por Castañeda es relajado porque pasa por alto hechos de corrupción e improvisaciones clamorosas como la del monorriel, pero no es voto que surge de la rabia ni de la mala onda, sino de un confuso mensaje de orden y crecimiento que no acabamos de descifrar.
Mi consuelo es que Lima ha cambiado desde que llegó Susana. Somos más patriotas urbanos y más prestos a fiscalizar a los alcaldes. Las cámaras de televisión entraron a la sesiones del consejo y deben volver a él. Y el 2018 será otra historia.