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¿Dar la talla o perderse?
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Desde que inicié mi formación en Psicología, he sido testigo de cómo muchos compañeros priorizan el rendimiento académico por encima de su bienestar. Este tipo de ‘esfuerzo’ responde a una cultura universitaria que glorifica el sacrificio y normaliza las jornadas extenuantes, donde el descanso y el autocuidado se consideran prescindibles, e incluso mal vistos.
Esta lógica del desgaste ha sido ampliamente estudiada por Christina Maslach, quien define el ‘burnout’ académico como una combinación de agotamiento emocional, despersonalización y disminución de la autoeficacia. Este fenómeno se manifiesta en insomnio, ataques de pánico, ansiedad, desmotivación, constante autocrítica y baja autoestima. A pesar de ello, persiste la creencia de que “si no destacas, no eres nadie”, lo que refuerza la sobreexigencia entre los estudiantes.
Aunque algunas universidades han incorporado servicios de apoyo psicológico, estos siguen siendo claramente insuficientes frente a la magnitud de las necesidades estudiantiles, que no dejan de crecer. Esto evidencia que el bienestar psicológico continúa siendo relegado, tratado como un simple complemento y no como una necesidad básica en la formación profesional.
Para crear un entorno donde el cuidado psicológico tenga el mismo peso que el rendimiento académico es necesario replantear políticas institucionales. Formar profesionales comprometidos con la salud mental exige proteger la salud mental de quienes aún están en formación. Porque un título sin salud mental es, al final, un diploma vacío.

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