Mario Ghibellini

“¡Es el fin, ingeniero, es el fin!”, le dice Edmundo al periodista televisivo al que le reparte los periódicos todos los días. El periodista, que, por supuesto, no es ingeniero, coge alarmado el primero de los diarios que ha caído sobre su escritorio y se pone a revisar los titulares en busca de la noticia que ha provocado pánico en el hombre que tiene al lado. “¿Se habrá confirmado que el fenómeno de El Niño que se avecina es el peor de los últimos tiempos?”, piensa. “¿Será que se queda Reynoso?”, especula. “¿Estará organizando la congresista Amuruz una fiesta de Año Nuevo?”, se pregunta… La primera plana de la publicación que tiene entre manos, sin embargo, no anuncia nada por el estilo. Tampoco habla de terremotos o del descubrimiento de algún virus que amenace con devolvernos al encierro que sufrimos hasta hace poco. Simplemente, recoge los hechos más saltantes de la política local producidos el día anterior. Materia suficiente, al parecer, para hacer temer a algunos la inminente llegada de un apocalipsis criollo.

(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).

–Ceporros y quemaditos–

Lo que la letra impresa proclama, en efecto, es que el expresidente Fujimori por orden del Tribunal Constitucional, que la fiscal fue suspendida por la Junta Nacional de Justicia en sus funciones como titular del Ministerio Público y que el partido de obtuvo luz verde del Jurado Nacional de Elecciones para lograr su inscripción formal. “¿Cuál de estas primicias es la que te hace imaginar que estamos por reventar?”, interroga entonces irónico el hombre de prensa a su contertulio. “Todas, pues, doctor”, responde Edmundo, que, como se ve, reparte grados académicos con más generosidad que el Jirón Azángaro. Pero el periodista detecta seriedad en su voz. “De verdad está asustado”, se dice. Y, en consecuencia, decide ponderar cada uno de los restos noticiosos de la jornada anterior que tiene al frente para ver si alguno justifica tanta zozobra.

La salida de Fujimori de la Diroes, reflexiona en primer lugar, se les antoja a unos un acto de justicia y a otros, una barbaridad. No obstante, más allá de esa controversia, que continuará seguramente teniendo voceros de uno y otro lado hasta cuando Perú vuelva a clasificar a un Mundial, la pregunta es: ¿puede lo ocurrido acarrearnos un cataclismo? ¿Desatará marchas que puedan traerse abajo la precaria institucionalidad que rige nuestra convivencia? ¿Atraerá sobre nosotros sanciones que nos conviertan en parias internacionales de la calaña de Venezuela o Nicaragua? Todo es posible en la dimensión desubicada, razona el periodista, pero no se trata de escenarios verosímiles. Los jóvenes en edad de marchar ya no tienen muy claro si Fujimori gobernó antes o después de Odría, y a la Corte Interamericana de Derechos Humanos ya antes otros estados de la región han dejado de hacerle caso sin que eso los hiciera objeto de anatema alguno.

Con respecto a la fiscal Benavides, considera a continuación el presunto doctor, su suspensión podrá significar el retorno de los llamados “caviares” al manejo del Ministerio Público, pero eso tampoco es sinónimo del advenimiento del Armagedón. Por lo visto hasta el momento, esa circunstancia solo representará el cambio de los enganchados políticamente de un lado por los enganchados políticamente del otro. Incapaces de redondear acusaciones aunque pasen los lustros, por otro lado, los ahora vueltos a empoderar a lo mejor hasta empiezan a sentir vergüenza de seguir pidiendo prisiones preventivas. Pero solo a lo mejor, claro.

En lo que concierne a la inscripción del partido de Antauro, se dice por último el hombre de prensa, eso efectivamente le abre las puertas a la postulación de un criminal a la presidencia. Uno, además, que quiere arrasar con el Estado de derecho y volver al intervencionismo económico de cuando la gente –alguna gente– creía que los teóricos de la Cepal eran unos iluminados. Cómo si no hubiéramos tenido ya bastante de eso en el pasado remoto y reciente. ¿No podría acaso un candidato de esas características arrastrarnos a la desgracia final? Podría, admite para sí mismo el periodista. Pero inmediatamente recuerda que, a la larga, los ceporros y los quemaditos terminan actuando siempre como tales y que eso difícilmente conduce a una victoria electoral. Ya más calmado, entonces, se vuelve hacia su acompañante de ocasión y decide tranquilizarlo a él también. “Estas exagerando, hombre; esta no es la antesala del Juicio Final”, sentencia alejando los diarios de sí con gesto de displicencia. “Esto es solo el anuncio de una temporadita más en el infierno en el que hemos veraneado siempre”.


–Serenata mariachi–

“Pero si yo he escuchado las trompetas, licenciado”, protesta el aludido haciendo alarde de cultura bíblica. “Habrán sido unos mariachis llevándole serenata a una vecina tuya que estaba de cumpleaños”, replica su interlocutor. Y para terminar añade: “Porque lo único que todo esto garantiza, mi querido Edmundo, es que tú seguirás vendiendo periódicos por un tiempo y nosotros, comprándolos para saber cuándo Dios se acordará de que es peruano”.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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