Por momentos, la señora Boluarte parece un personaje extraído de las páginas de Julio Verne. No es difícil imaginarla dispuesta a viajar de la Tierra a la Luna, a pasarse cinco semanas en globo o a darle la vuelta al mundo en 80 días. Se diría que padece de aquello que los alemanes denominan ‘Wanderlust’: un ímpetu irrefrenable por emprender expediciones sin rumbo fijo, con la vaga esperanza de celebrar encuentros notables y captar imágenes para el recuerdo a lo largo del camino. Algunos científicos postulan que el ímpetu en cuestión sería en realidad un síndrome y hablan sin empacho de “el trastorno del viajero”. Una condición que estaría relacionada con el gen DRD4-7R, receptor de la dopamina en el organismo humano y presente de manera especial en los descendientes de las poblaciones que se vieron obligadas a migrar de manera constante miles de años atrás, cuando los mismos cambios climáticos que hoy existen eran atribuidos a los caprichos de los dioses y no a la codicia del protervo capitalismo. Dictado por la naturaleza o no, sin embargo, el afán trotamundos de la gobernante merece atención.
–Aywalla, Apurímac–
En opinión de los entendidos, el viaje en el que ella se embarcará la próxima semana es importante. El Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC) que tendrá lugar del 14 al 18 de este mes en San Francisco (Estados Unidos) no es un evento cualquiera y si en esta ocasión, además, será escenario de la transmisión de la presidencia pro témpore de la organización al Perú, la concurrencia de la señora Boluarte resulta indispensable. Por eso, uno de los argumentos centrales de quienes han defendido la necesidad de esta gira ha consistido en sostener que no deberíamos juzgarla a partir de la trascendencia o intrascendencia de las anteriores. Y tienen razón… Pero con la misma lógica, se debe reclamar que no se juzgue los viajes pasados a partir de la relevancia de este. Para evaluar el asunto que nos ocupa hay que fijarse, pues, en el patrón y no en los episodios excepcionales. Y el patrón sugiere que la jefa del Estado acusa un prurito paseandero inédito en Palacio. Cinco viajes en cuatro meses son como para renunciar al Club Apurímac y afiliarse a la Royal Geographical Society que fundaron en Londres hace casi dos siglos los exploradores más intrépidos de los que el Viejo Mundo haya tenido noticia.
Algunos momentos estelares de los periplos para los que solicitó permiso al Congreso en ocasiones previas han dado pie, por otra parte, a que estos sean vistos como ejercicios de frivolidad sin atenuantes. Nos referimos, por ejemplo, a las entrevistas con el borroso presidente alemán (¿puede alguien citar su nombre sin consultar Wikipedia?) o con el papa Francisco (oportunidad de una fotografía que trajo a la memoria imágenes del emperador Palpatine). No ayudó tampoco la explicación modulada por la Cancillería para justificar que la anunciada reunión bilateral entre el presidente Joe Biden y la señora Boluarte no se produjera durante la reciente visita de esta a Washington. “Los tiempos quedaron cortos”, balbucearon desde Torre Tagle. Y la sensación que existe ahora al respecto es que el libretista de semejante coartada tiene que haber sido el mismo que, días después, formuló la tesis de que el apagón en el estadio de Alianza tuvo por objeto “preservar la integridad y seguridad del público”.
La verdad, simplemente, es que la presidente se apuntaría a un crucero por las islas Kerguelen sin pestañear y la pregunta que todos nos hacemos es por qué. Con prescindencia de cualquier otra consideración, la designación de Javier González-Olaechea como nuevo ministro de Relaciones Exteriores sirvió para asegurar el voto de las bancadas derechistas a favor de la próxima excursión de la gobernante a los Estados Unidos y eso solo puede obedecer a una suerte de ‘Wanderlust’ criollo. No olvidemos que los permisos que el Legislativo extiende a la gobernante para ausentarse del país descansan sobre una norma de discutida constitucionalidad, acerca de la cual el Tribunal Constitucional está llamado a pronunciarse pronto. Y si ese órgano decidiese que la ley de marras está reñida con el espíritu de la Carta Magna, se acabaron los viajes presidenciales.
La vehemencia migratoria de la mandataria podría responder, entonces, a la impresión de que hay una cuenta regresiva en marcha; y a la sospecha, también, de que, culminado su mandato, sus posibilidades de dejar el país no están precisamente aseguradas. Es probable, en esa medida, que a esta solicitud de licencia para conocer tierras exóticas le sucedan en el futuro inmediato otras de características similares. Pero falta ver si las disertaciones de González-Olaechea alcanzarán en todos los casos para persuadir a una mayoría de la representación nacional de la conveniencia de aprobarlas.
–El último safari–
A todo aventurero o explorador, sin embargo, le toca algún día emprender un último viaje (distinto, se entiende, a aquel que emprenderemos todos cuando nos llegue la mala hora). Les tocó a Colón y al capitán Cook en la vida real; y a Odiseo y a Simbad, en el mundo paralelo de los sueños literarios. De igual forma, pues, habrá de tocarle a la expedicionaria que hoy nos gobierna colgar un día la mochila y el sombrero de safari. Y esperemos que para entonces nuestra condición de contribuyentes nos haya procurado por lo menos el derecho a curiosear el álbum de fotos de tanta travesía asombrosa.