Ricardo León

—Dice el reciente editorial del que acá vivimos “una crisis de gobernabilidad que amenaza a la democracia peruana”. ¿No es tremendista? La política peruana parece más bien tener cierta resistencia en las crisis, y al mismo tiempo nunca logra salir de ellas del todo.

El Perú vive una que no está causada por razones económicas ni porque se haya vivido un estallido social de la magnitud de Chile o Colombia. La crisis peruana se debe básicamente a las decisiones y motivaciones de sus actores políticos. “Financial Times” está viendo quizá el calendario de este año, pero esta crisis en realidad viene del 2016 o 2017, cuando empiezan las disputas entre la derecha tecnocrática y la derecha populista. En este episodio en particular no creo que la crisis ponga en riesgo la democracia porque esta ya se viene pauperizando desde esa época. La futura democracia en el Perú depende de la voluntad y la vocación de los actores políticos. Lo que ellos han hecho en los últimos años es debilitar la democracia poniendo medidas excepcionales o extremas, como el cierre del Congreso o la destitución presidencial, como si fueran algo normal. Se han convertido –como diría Hernando de Soto– en “the rules of the game”.

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—En unos días pasamos del “que se vayan todos” a esa sensación de “mejor nos quedamos todos”, con disculpas públicas y choques de puño. El presidente ahora da entrevistas, aparece con sus ministros, se quitó el sombrero. ¿Resulta sospechoso este segundo aire?

La tregua no significa necesariamente que haya paz, significa que se pone pausa a las hostilidades y no sabemos cuándo se reanudarán. Temo que en el Perú, dada la creciente polarización de la sociedad, pero sobre todo la de las élites, las posiciones maximalistas van a volver a tomar la hegemonía del debate público y vamos a volver a una confrontación. Es un empate a cero entre el Gobierno y el Congreso.

—En una entrevista usted habló de los maximalismos cotidianos de ambos extremos: la derecha pensando que el único problema es Castillo, cuando en realidad lo que temen es que cambie el modelo; y la izquierda pensando que la única solución a todo es una nueva Constitución. Los dos están equivocados, magullados en sus argumentos.

No es casual que la columna la escribiera desde Chile, donde estamos viendo las complejidades y consecuencias que puede tomar un proceso constituyente sin norte político. Un promercado debería pensar si el enemigo es o la amenaza de una asamblea constituyente. Por otro lado, en la izquierda, está la utopía de una nueva asamblea constituyente pero, ya que están en el poder, ¿por qué mejor no aprovechan estos años y hacen una buena gestión? Esto es lo que normalmente los actores pensarían. Pero ha aparecido un tercer factor, la opinión pública. El Congreso se ha dado cuenta de que hay algo más impopular que Castillo, y es el propio Congreso. Entonces, una crisis política como las que se dan en el Perú terminan normalmente como una carambola de billar. Desde el lado del Ejecutivo tampoco es que tengan el diseño y la planificación como para poder llevar a un cierre del Parlamento, y por eso termina primando este cero a cero.

—En una reciente columna en “La Tercera”, planteó además que “tanto a la derecha como a la izquierda peruanas les conviene la permanencia de Castillo”, como una potencial verdad incómoda. ¿Por qué?

Vivimos el resultado de una elección del mal menor. Y como diría Hannah Arendt, cuando optamos por el mal menor nos olvidamos rápidamente que hemos elegido un mal. Todos los días ese mal nos recuerda, desde el Gobierno, lo que era: algo muy amateur, precario. Hace 10 años Vargas Llosa escribía que no podía creer que los peruanos tuviéramos que elegir entre el cáncer y el sida. Bueno, ahora elegimos el cáncer. Las respuestas de parte de las élites políticas y de las élites en general han sido: amputemos parte de los cuerpos, el Congreso, la presidencia. Yo no tengo la solución, pero ante la metástasis de la política peruana, lo primero que toca es detener ese avance. Eso no significa cerrar el Congreso ni destituir al presidente, sino convivir con esta enfermedad sin claudicar en la fiscalización.

—Imaginando que hay sapiencia en estos actores, tal como están las cosas, ¿hasta dónde tolerar? ¿Hay un límite?

El Legislativo, antes de buscar una vacancia, debe pensar en una buena estrategia de fiscalización frente al Ejecutivo, como una mega-comisión que investigue la asignación de puestos a personas incompetentes. Necesitamos un shock de fiscalización desde el Congreso.

—Mirko Lauer, después de ver las encuestas, opinó que “el peso del disgusto está en lo económico”. Exactamente, ¿qué quiere el elector peruano? Últimamente usted ha repetido un concepto: el correcto “delivery de políticas públicas”. ¿Qué es eso?

Me refiero a que al ciudadano común y corriente le lleguen los resultados de políticas de los diferentes sectores. Si el Ministerio del Interior aplica buenas políticas de seguridad, el ciudadano de a pie va a invertir menos en pagar guachimanes para cuidar el barrio. O la vacuna, que es el mejor delivery de políticas públicas. Salvo las vacunas, ¿está llegando a todos ese delivery de políticas públicas? No. El gobernante está pensando más en cómo lidiar con la oposición que en cómo llegar técnicamente al común de la gente. La democracia popular no se hace sostenible si no hay niveles mínimos de satisfacción en las condiciones de vida.

—El presidente dice que no lee periódicos, pero alguien le está soplando las encuestas. La gente reclama seguridad ciudadana, y ahora quieren armar al serenazgo, patrullar con tanques, prohibir que vayan dos en una moto. ¿Así va a ser esto, el Gobierno va a actuar según los sondeos? ¿Es sostenible?

Castillo llegó a congeniar muy bien con el populismo silvestre que hay en el Perú, que no es de izquierda ni de derecha, y donde se cree que todo lo que viene del pueblo tiene que ser una decisión tomada por el Gobierno. Eso es un maniqueísmo: todo lo que viene del pueblo es puro y virtuoso, y todo lo que viene de la élite es perverso y maligno.

—-Raúl Ascensio, historiador y columnista de este Diario, ha escrito: “Hemos visto durante este tiempo a un presidente mucho más cómodo en el papel de símbolo que en el de gobernante”. Pienso en Toledo y en Humala, en cómo sobrevivieron, uno con su personalidad caótica y el otro rodeado de desleales. ¿Cómo se hace para gobernar cinco años seguidos en el Perú?

Pactar con los ‘caviares’ [risas]. Es lo que hicieron Toledo y Humala. Es decir, tener tecnocracia de izquierda. En un país como el Perú un líder tiene que intentar representar el ‘anti-establish-ment’, pero además debe tener una tecnocracia que te permita mínimos niveles de gobernanza. Castillo no tiene esos tecnócratas ‘progres’ que le cubren la espalda, Pedro Francke y Anahí Durand terminan saliendo del Gabinete por esta polarización. ¿Cuánta gente moderada de Lima se sentía muy bien con Mirtha Vásquez como primera ministra? El tema es que estos sectores le han dado la espalda a Castillo muy rápidamente.

—En el otro lado tenemos a Keiko Fujimori, que todavía habla de fraudes, del periódico de ayer. ¿Se empieza a diluir el fujimorismo después de tres elecciones perdidas?

Ella ha sido arrinconada hacia un extremo del espectro político y no ha sabido lidiar con ese extremo. Está rodeada por posiciones maximalistas que le están diciendo que insista con la narrativa del fraude. Así como Castillo no puede armar un gabinete de ancha base, Keiko Fujimori no puede tener posiciones más moderadas porque está atrapada en la dinámica de representación frente a la clase media o media alta ansiosa por que salga el presidente. La derecha peruana se ha convertido más rápidamente en la derecha venezolana, que Pedro Castillo en Hugo Chávez.

—En radio Ambulante, en aquel podcast que usted grabó y se tituló “Que Dios nos ayude”, explica que tras el shock del 90 vino un crecimiento pero con reglas de la selva: menos inflación, muchos pobres, muchísimos informales. Allí agrega: “Así nació el capitalismo popular que halagan los defensores del modelo; así también se fue precarizando nuestra calidad de vida, como critican sus detractores”. ¿Castillo no es precisamente una consecuencia de esto?

El llamado ‘milagro peruano’ no fue solo de los tecnócratas, fue un milagro de la gente. Nuestras élites en realidad no vienen de lo que esperarían los ‘Chicago Boys’, una clase media que ha llevado a sus hijos a la universidad y estos se convierten en los CEO de las grandes transnacionales, sino en una ‘lumpenburguesía’ –es un término de Hugo Neira– que compra títulos en universidades que no pasan por la Sunedu, y que evaden impuestos a la Sunat. Nuestro shock neoliberal no previó que podía surgir la representación de este informal con plata. Aunque esto suene marxista, la clase política es el resultado de lo que pasó en la economía en los últimos 30 años. Y el ‘output’ político de una sociedad informal es el populismo. “¿Cuándo se había jodido el Perú?” y “Que Dios nos ayude” van a simbolizar la dialéctica de la historia peruana.

Según el politólogo, “la clase política es el resultado de lo que pasó en la economía durante los últimos 30 años”. (Foto: Archivo GEC)
Según el politólogo, “la clase política es el resultado de lo que pasó en la economía durante los últimos 30 años”. (Foto: Archivo GEC)

“Un dominio de las izquierdas”

—Visto desde Chile, ¿es difícil el juego de espejos entre la llegada al poder de Gabriel Boric y Pedro Castillo? Usted escribió que la única fórmula es reemplazar el ‘establishment’ con un ejército de amateurs.

Un estallido social no es de izquierda, necesariamente. Requiere una insatisfacción en la gente, requiere ser más plural que lo que ofrece una ideología típicamente de izquierda. Boric fue muy hábil al tomar elementos de la izquierda pero asumir otras banderas, como la del feminismo, la del medio ambiente o de las identidades. Todos esperarían que de esa articulación salga un gobierno socialdemócrata. Pero el problema de Chile no está tanto en el Ejecutivo que se ha formado, sino en la Convención Constituyente.

—¿Se puede anticipar que habrá un problema de gobernabilidad en la política chilena? Las calles han vivido las protestas hace relativamente poco tiempo.

El riesgo siempre está. No sabemos cuál va a ser todavía la carta fundamental que elabore la convención, ni cómo votará la gente en el referéndum de salida. En el caso chileno las masas son mucho más radicales y extremas que lo que el mismo Gobierno pretende hacer.

—¿Cómo se recompone el mapa ideológico sudamericano? Está claro que Pedro Castillo no va a liderar algo puntual, y que el Perú va a ser un espectador más de lo que viene.

Vamos nuevamente a un dominio de las izquierdas. Lula es favorito para ganar en Brasil, Chile ha pasado de una Constitución hecha a imagen y semejanza de los ‘Chicago Boys’ a un gobierno de los ‘London Boys’ , con maestrías en Inglaterra pero inclinados al progresismo europeo. Y Gustavo Petro en Colombia es uno de los favoritos para ganar. La derecha queda aislada en países pequeños. Habrá un predominio de las izquierdas, pero diferentes a las izquierdas autoritarias que gobernaron en la primera década de este siglo, cuando surgen Chávez, Correa o Evo Morales, con un pie en las barracas militares y el otro en la ideología marxista-leninista. La de ahora es una izquierda más variopinta.

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