Se cumplió a medias la progresión ideal de las miniseries: empiezan con un buen capítulo, el segundo se da el lujo de flaquear y el tercero tiene que ser, al menos, de la calidad del primero. Además, se crearon expectativas adicionales: estaba el puntero, Yonhy Lescano, y estaba el candidato problema, el ‘outsider’ que se pelea con el sistema y con su reflejo en el espejo, Rafael López Aliaga.
RLA objetó, mediante carta hecha pública, a reglas y moderadores que sus representantes habían aceptado. Su decisión de acudir no solo pasó por el cálculo de cuánto sería el costo de su ausencia de acuerdo a la ‘Ley Reggiardo’ (establecida en la memoria electoral desde que el favorito por Lima en el 2018, Renzo Reggiardo, ninguneó un debate y generó un relato de perdedor); sino por rayos y truenos en su tienda. De no asistir, no hubiera sido el único, pues José Vega le robó la idea sin pena ni histeria.
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En el resumen de la previa, RLA es el que más hizo por generar expectativa para el debate, aunque la organización rabió y los moderadores –mis respetos a su profesionalismo- se mordieron la lengua. El candidato también hizo el propósito de mordérsela, y así lo hizo a expensas de su personalidad. Optó por leer.
Los estilos, que no las ideologías, se apreciaron en la antesala. Los hubo amigos de lo intempestivo, como el propio RLA dudando, en serio, si asistiría (hay quienes sostienen que fue una maniobra, pero mis fuentes y la observación de campaña me hacen sostener lo contrario, que el candidato realmente deploraba el formato y la idea de soportar la dupla con Julio Guzmán), para finalmente ir con voto de templanza: ingresó raudo sin entretenerse a pisar los palitos de la prensa y, en una escena previa, se le vio chancando sus papeles y secándose el sudor de la frente. En RLA hasta la disciplina es intempestiva.
Lescano en cambio, es la encarnación de la improvisación. Él sí se entretuvo con la prensa antes de ingresar y en la víspera hizo caminatas proselitistas, mientras otros de sus colegas –Julio Guzmán, con toda seguridad- se encerraban a hacer training de debate ensayando, con cronómetro, el uso estratégico de la ‘bolsa de tiempo’.
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Ah, Santos
El permiso humanitario a Ciro Gálvez, convaleciente de COVID-19, dejó un podio vacío que alejó visualmente a RLA del resto. Ensimismado en leer sus notas, no lanzó ataques a los otros cinco. Para faltosos, estaba Rafael Santos, el que menos tenía que perder, que se lanzó contra Lescano, Guzmán y Salaverry, quienes no quisieron replicarle. Se cumplió la ley de favorito o famoso que no regala votos a un pequeño latoso aunque le patee la canilla.
A notar que Santos no atacó a López Aliaga y sí a Lescano, lo que haría cualquiera pues es el favorito. Pero también atacó a Salaverry y, sobretodo, a Julio Guzmán, el principal enemigo de RLA, lo que delató una alianza de debate. No sabemos si se pre cocinó o fue espontánea, pero la vimos en ebullición en las provocaciones del ex alcalde Santos que tocaron a otros menos a RLA.
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Ciro Gálvez, desde su virtualidad, no interactuó con nadie. Sus intervenciones fueron parte plan de gobierno, parte ‘gracias a la vida, no se peleen colegas’, bilingüe, en español y quechua (traductores advierten que estuvo al filo de sacar la vuelta a las reglas); de modo que el debate fue solo de cuatro y medio, pues el outsider RLA fue renuente a la pelea. Tenía quien peleara por él y, acusarlo, le costó a Julio Guzmán una amonestación con pérdida de segundos.
Desde el punto de vista de la renta política de debate; la amonestación le valió la pena a Guzmán. Santos bajó las revoluciones y López Aliaga siguió leyendo. Sin embargo, esa imagen del candidato problema bajando la mirada hacia sus papeles, que ya hervía las redes y se postulaba, desde el bando opuesto a RLA, como resumen de la noche; no fue subrayada a tiempo por sus rivales. La perspectiva visual y comprensiva de los espectadores, no es la misma de los candidatos con los que simpatizan.
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Recién en el último tramo, en dupla con Salaverry, López Aliaga se animó a replicarle a este un ataque puntual. La dúplica de Salaverry se estrelló con su obligación de responder la pregunta de los moderadores. Aquí se evidenció, ya en fecha póstuma, un equívoco: hubo la expectativa frustrada de que la interacción dramática se concentraría en las duplas, pero en esta en realidad, se interactuaba con los moderadores neutros.
El recuerdo de la dupla Alan García versus Fernando Olivera en el debate del 2016, creó la falsa expectativa de que a López Aliaga le sucedería lo mismo con Julio Guzmán. El propio RLA lo temió y Guzmán vaciló entre inmolarse por esa causa o recitar su plan con brío. Eso solo se vive una vez y quizá fue por ello, que el JNE sacó de allí el carbón interactivo para ponerlo en una bolsa que se acabó sin que nadie aprendiera a usarla estratégicamente.
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