Para los maestros Castillo Terrones y Paredes Navarro, tener o no un grado de magíster en el 2012, no era un sueño largamente perseguido. Significaba un cartón para lucir en la pared de su casa de Chugur y una bonificación que podían sumar a sus sueldos de maestros (pedí información precisa al Minedu sobre el monto o rango de ese bono, pero no me la han proporcionado). La maestría puede ser fundamental para pillar algún trabajo con el Estado que la pida de requisito; pero en esa temporada, que sepamos, el matrimonio chotano no estaba detrás de puestos de ese calibre.
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Pedro, en el 2012, estaba por enrumbarse en una carrera sindical que lo llevaría hasta el puesto más alto de la patria que, fíjense ustedes, solo pide tener DNI, más de 35 años y ser peruano. ¡Ni siquiera demanda estudios escolares! (Art. 115 de la Constitución). De modo que la bendita maestría, con todo lo que le está pasando, no fue una gran oportunidad, fue una desgracia.
El circo llegó al pueblo
Ni siquiera tuvieron que salir a buscar la maestría. Esta llegó al pueblo. No tuvieron que ir a Cutervo, donde estudiaron docencia en la década del 90. La universidad llegó a la mismísima capital del distrito donde residían, Tacabamba. ¿Es normal que un distrito de alrededor de 20 mil habitantes y un pueblo que apenas supera los 4 mil tengan una sede universitaria? Claro que no lo es.
Hay dos explicaciones para esta súbita irrupción universitaria en Tacabamba. Una personal y otra general. La personal es que el fundador y dueño de la Universidad César Vallejo, es tacabambino. César Acuña nació en el centro poblado de Ayaque, cerca de Tacabamba, a donde se trasladó con su familia y donde siguió sus estudios escolares. El pueblo siempre está presente en su discurso de emprendedor hecho desde abajo. No he confirmado si hubo un pedido expreso de Acuña a la UCV para que ponga a su distrito en el mapa; pero no hubiera sido necesario, su staff lo tiene muy presente.
La explicación general es que, en esos silvestres tiempos pre Sunedu, las universidades populosas y descentralizadas como la UCV, eran tan ubicuas y portátiles, que organizaban maestrías portátiles. Llegaban al pueblo, alquilaban un colegio o un hotel, y allí hacían las clases y otras obligaciones académicas. Una de ellas, era facilitar a los alumnos que encuentren profesores que les validen sus herramientas de investigación (generalmente, cuestionarios para encuestas). En el caso de Pedro y Lilia, según el reportaje de Panorama, los nombres y los DNI de dos de los tres validadores, no coinciden con la base de datos del RENIEC. He ahí el indicio de un fraude académico que va más allá de los párrafos y páginas plagiadas.
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Por fuentes cercanas a la UCV me he enterado de que la fiscal de lavado de activos, Luz Taquire, la que investiga los casos declarados por Karelim López, ha pedido abundante información sobre la maestría de Pedro Castillo, sus alumnos y sus pagos. Se puede presumir que Taquire, que no puede investigar directamente al presidente pues ello corresponde al fiscal de la nación, tendría indicios de algún desaguisado que repercute en los personajes que ella investiga. Por cierto, también me han contado que Castillo hizo pagos por su maestría, lo que descarta que se tratara de una beca. En aquel entonces, ni la organización fundada por Acuña ni nadie importante fuera de Chota, tenían a Castillo en el radar.
Beatriz y los remolones
Los otros protagonistas accidentales en esta historia son la UCV, su fundador Acuña, el partido Alianza Para el Progreso (APP), las autoridades académicas y, con una actuación especial, su presidenta ejecutiva, Beatriz Merino. Aparentemente, el escándalo de una maestría fraudulenta, obtenida con una tesis que incluya segmentos plagiados y validadores inventados, deja muy mal parada a la universidad y a su sistema de jurados y posgrados.
Sin embargo, visto políticamente, el problema es una gran oportunidad. Me lo explica, sin tapujos, alguien cercano a Acuña, Luis Iberico, ex secretario general de APP y hoy miembro de comité político. “No sé porqué César Acuña y el partido tendríamos que ponernos a Pedro Castillo de ancla en el cuello”, dice Lucho y da un paso más, cuando le comento que esta es una ocasión para que Acuña y APP tomen distancia frente a lo peor de Castillo. “¡Pero si esto puede ser la bala de oro!”, exclama, aludiendo al impacto que podría tener el caso si escala a arma política de una acción constitucional parlamentaria contra el presidente.
Beatriz Merino, acostumbrada al perfil discreto, desde que asumió el cargo que tenía Acuña en la universidad, ha tenido un gesto que revela que piensa como Iberico. Abandonó su silencio y tuiteó, a todo pulmón, el miércoles pasado: “He solicitado a las autoridades académicas de la UCV que difundan en el portal institucional la tesis de los ex alumnos Pedro Castillo Terrones y Lilia Paredes Navarro por tratarse de información de naturaleza pública dispuesta por el Tribunal de Transparencia”.
Según la interpretación que subyace en el tweet de Merino, desde que el tribunal ordenó a la universidad, entregar una copia de la tesis a la periodista Vicky Zamora, de “Panorama”, este ya era un documento de carácter público y, por lo tanto, la UCV harían bien en difundirlo. Según mis fuentes ligadas a la universidad, antes de lanzar su tweet, Merino envió una solicitud a la rectora Jeannette Tantaleán, pidiendo difundir la tesis en su sitio web. En vista de que esto no sucedía, es que se habría animado a dejar sentada su posición en público. Al menos, sí hubo un gesto que dejó sin piso la campaña oficialista contra la prensa: la UCV confirmó que la tesis mostrada en la televisión era auténtica, pues ellos la habían entregado.
¿Qué había pasado en la universidad con esta proactividad a medias? La principal tesis es el miedo. Muchas autoridades académicas suelen ser cobardes y remolonas para reaccionar a los retos que los políticos sí suelen responder de inmediato. Nombran comisiones –como en este caso se ha hecho- para emitir juicios sin el apuro que los tiempos mandan. Como si fuera difícil sopesar la dimensión de un plagio, confirmar virtualmente si los validadores existen y hablar con el asesor de tesis, Gerardo Gaitán Merejildo, quien ya ha declarado lavándose las manos.
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La otra tesis es que César Acuña haya recibido, directamente de Castillo o de intermediarios, el pedido de no contribuir a la ola crítica contra él. En ese caso, las autoridades académicas, que no le deben obediencia ciega, pero ya han demostrado lo timoratas que son; podrían estar acatando o interpretando la posición de Acuña que, en este caso, discreparía con las posiciones de la presidenta ejecutiva Beatriz Merino y de su correligionario Luis Iberico.
La licenciada
Es indispensable hacer una breve historia de la UCV para entender qué diablos pasó con la tesis de Pedro y Lilia. Desde 1991, cuando Acuña convirtió su exitosa academia pre universitaria en la UCV, inició un sostenido crecimiento de alumnos y carreras que convirtió a su campus trujillano en cabeza de un monstruo descentralizado y plataforma de un partido político, APP. El uso político y personalista de la educación en manos de Acuña llegó a tal extremo que fue uno de los acicates para la reforma universitaria que creó la Sunedu en el 2014.
Hacia el 2015, Acuña tenía grandes planes y grandes presiones. Quería ser presidente del Perú y tenía, para eso, que resolver las justificadísimas críticas que recibía por el uso político de la universidad. La Sunedu ya había empezado su campaña de licenciamientos y tenía la mira puesta en la UCV. El spot de la universidad, con el rostro del candidato y la consigna de ‘la raza distinta’ fue un exceso que sacó roncha a políticos competidores y a autoridades.
Entonces, el candidato presidencial tomó una gran decisión: salvar su patrimonio tomando una indispensable distancia frente a él. Dejó la presidencia ejecutiva a un personaje de prestigio, Beatriz Merino, para que comandara el proceso de licenciamiento ante Sunedu. El proceso no fue lo sereno que hubiera querido porque, recién debutada Merino y en plena campaña electoral del 2016, El Comercio hizo la denuncia del libro del profesor Otoniel Alvarado apropiado por Acuña y la tesis con segmentos plagiados o, por lo menos, citas escamoteadas, de su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid.
Apagado ese fuego con la exclusión del candidato de la contienda electoral, la UCV se licenció y cambiaron sensiblemente las condiciones en las que se produjo la maestría portátil de Tacabamba y la aprobación de tesis como las de Castillo y Paredes. En el entorno de Acuña se instalaron nuevas consignas, una de ellas, no mezclar universidad y partido. Pero el azar trajo una sorpresa: Pedro Castillo consignó en su hoja de vida la maestría obtenida en la UCV.
La universidad, según mis fuentes, no esperó que la prensa empezara a interesarse por ese detalle. Buscó la tesis y, oh sorpresa, no la encontró. Hubo una búsqueda especial, incluyendo una pesquisa en Tacabamba y, por fin, fue hallada. Ya la tenían consigo cuando los medios empezaron a pedir el documento. Se negaban a mostrarlo, aduciendo que no tenían la autorización del autor para ello; hasta que el pedido de Vicky Zamora se elevó en apelación al Tribunal de Transparencia y ya saben lo que pasó.
El caso que empezó como la raya adicional de un tigre que ya tiene, en la fiscalía de la nación, la imputación de encabezar una mafia de contubernio de obras en el MTC; ha cobrado consistencia. Es fácil demostrar páginas plagiadas y nombres inventados. La UCV, Acuña y APP no tienen por qué dejarse arrastrar por el descrédito de los Castillo, como sostiene Iberico y como reclama el tweet de Beatriz Merino; y probablemente sean diligentes en el proceso que debiera llevar a anular la maestría, lo que traería un debate –todo se complica- sobre las bonificaciones salariales recibidas. El Minedu –si el propio presidente no lo hace- tendrá que ayudarnos a aclarar desde cuándo y a cuánto ascendieron las bonificaciones. La tesis de título largo –”La equidad de género y los aprendizajes significativos del área de personal social en los estudiantes del IV ciclo de la institución educativo N 10465 Puña – Tacabamba – Chota”- podría acortar la carrera de su autor a medias.
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