Para bastante gente no hay mejor salsa que la yema de huevo, en estado líquido pero caliente. Se trata de una salsa que es “de toma pan y moja”, pero además del pan hay cosas que se impregnan del sabor de esa yema y le sirven de soporte perfecto. Una de ellas es el arroz. El arroz blanco, sencillamente cocido.
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Sabemos que los huevos tienen tres partes: dos de protección, que son la cáscara y la clara, aunque ésta se coma, y una verdaderamente comestible y deliciosa, que es la yema.
Hay personas a las que los huevos fritos no les sientan demasiado bien, sobre todo si los cenan; personas que deben evitar al máximo las grasas, por muy sanas que éstas sean. Pero no por ello tienen que renunciar al maravilloso binomio yema-arroz.
Basta cambiar el procedimiento habitual por otro igual de satisfactorio, aunque visualmente el huevo carezca de esos adornos tan apreciados como son la parte inferior de la clara ligeramente tostada, o las “puntillas” que la misma clara forma, en los bordes, en contacto con el aceite hirviente.
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MENOS GRASA
Empecemos cociendo el arroz, según el procedimiento habitual. Luego haremos también los huevos, pero haciendo lo que suele llamarse huevos poché; esto es, con la clara cuajada, inmaculadamente blanca, y la yema aún temblorosa y casi líquida, pero con temperatura.
¿Cómo se hace? En una sartén profunda o una olla ponga a hervir un poco de agua, calcule cinco centímetros de altura. Una vez que haya alcanzado el punto de hervor, disminuya la potencia del fuego de manera de que el agua se mantenga caliente. Luego, proceda a colocar los huevos reventados, uno por uno.
Con una cuchara, tape la yema del huevo con la clara. Dejar que se cocine unos tres minutos. Con la ayuda de una espumadera, retire el huevo del agua y deje enfriar.
Para dar algo más de gracia a la combinación, en otra sartén coloque un chorrito de aceite de oliva, láminas de ajo y cuadraditos de ají o pimiento picante. Cuando el aceite se haya empezado a adorar, retire el ají y el ajo de la sartén. Inmediatamente, coloque el arroz ya cocido y saltee ligeramente.
Ya en el plato, un poco de sal y que cada uno sea libre de destrozar y mezclar los huevos con el arroz a su gusto.
Disfrutará de una combinación que no por vieja ni por cotidiana deja de ser perfecta, una de esas cosas de toda la vida, de todos los días, que cada vez valoramos más. Y es que para comer muy bien y con placer no hace falta dar la vuelta al mundo en busca de ingredientes exóticos, tener un laboratorio en la cocina o tirarse horas en la confección de un plato. En general, lo sencillo es bueno… y viceversa.
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