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“Happy Gilmore 2”: a Adam Sandler solo le faltó resucitar a Carl Weathers para lograr la secuela perfecta
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Las estadísticas dicen que desde 1989, con “Going Overboard” (¡Hombre al agua!), Adam Sandler no ha parado de protagonizar películas de diversos géneros casi anualmente. Aunque hoy mayoritariamente lejos del cine convencional, la filmografía del comediante neoyorquino nacido hace 58 años sigue cautivando a millones por diversos motivos. Tal vez consciente de ello fue que Netflix firmó con él un millonario acuerdo de trabajo que ambas partes mantienen bajo siete llaves, pero que le permite al artista desarrollar ideas tan –a priori—irracionales como una secuela de “Happy Gilmore”, aquella comedia de 1996 que, aún sin mayor sustento racional, se pegó en nuestra memoria como lo haría cualquier chicle en la parte inferior de una silla de escuela.
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Dirigida por Dennis Dugan y con el guion coescrito por Sandler y Tim Herlihy, “Happy Gilmore” contaba la historia de un aspirante a jugador profesional de hockey que, en un momento de suerte, recibe un mensaje iluminador: no sirves para el hockey, dedícate al Golf. La razón era tan fácil de explicar como varios de los pilares alrededor de su respectiva trama: al golpear la pelota con el palo, nuestro protagonista desarrollaba una fuerza y precisión inusitada. De este punto al siguiente, en el que Happy juegue campeonatos oficiales y gane millones de dólares en premios, sin embargo, había una gran distancia. Gilmore solo era bueno en tiros largos. En los cortos, o bajo obstáculos como arena, jardines o agua, la magia simplemente desaparecía. Había que entrenar.
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¿Qué motivaba a Gilmore a entrenar un deporte que parecía no interesarle? Aquí aparecía el toque sentimental. El protagonista de la película de 1996 necesitaba 275 mil dólares para recuperar la casa embargada a su querida abuelita (Frances Bay). El ‘gancho’, aunque nada original, funcionaba, básicamente por dos motivos. El primero: Happy recordaba cada cierto tiempo que su abuela podía perder definitivamente su hogar. El segundo: porque al asilo donde esta fue a parar, un psicópata enfermero de nombre Hal (Ben Stiller) le impedía ser feliz.

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Volviendo a las escalofriantes estadísticas del humorista neoyorquino, a la fecha de estreno de “Happy Gilmore” las películas de Sandler –con mayor o menor resonancia—no pasaban la docena, sin embargo, ya tenían ciertos elementos que serían comunes. Uno de estos bien podría ser la presencia de personajes tan o más absurdos que el propio Happy. La abuela podría ser el primero. Hal el segundo, y el Sr. Larson (Richard Klein con un clavo atravesado en el cráneo) el tercero. Pero había uno que saltaba a la burla para incidir directamente en el devenir de nuestra historia: Chubbs, el mentor de Happy.
Interpretado por el recientemente fallecido Carl Weathers, Chubbs destacaba tanto por la llamativa prótesis que usaba en su faltante brazo, como por la fe que mostró desde el primer día en Happy. A lo largo de la hora y media que dura esa primera película, Weathers y Sandler irradian una química tan original que uno se pregunta porqué no hicieron una docena de películas juntos (para los expertos en filmes ‘comerciales’, Weathers brilló como Apolo Creed en la saga “Rocky” en las cuatro primeras entregas, emitidas entre 1976 y 1985). Pero volviendo a “Happy Gilmore”, era Chubbs el que abrazaba muy graciosamente por detrás a Happy para enseñarle a hacer un mejor swing. Y era también él quien lo incitaba a pensar en “su momento feliz” para levantar la moral caída en un momento de crisis. Esto, por supuesto, lejos de cada acción ridícula que ejecutaba con su prótesis, necesaria luego de haber sostenido una pelea cuerpo a cuerpo con un cocodrilo.
Veinteinueve años y 50 películas después, Adam Sandler se apoya en su millonaria sociedad con Netflix para, también de la mano de Tim Herlihy coescribir el guion de esta secuela (ahora dirigida por Kyle Newacheck). Y la primera sensación que deja el filme –más allá de que ahora se alarga de hora y media a dos—es que el comediante, coguionista y productor mantiene su tendencia de apelar a elementos de antaño, tocando la siempre efectiva nostalgia, y combinarlos con otros algo más recientes: como el uso y abuso de ‘cameos’. Quedará en cada uno juzgar si en este caso más termina siendo menos.

Ante la imposibilidad de recurrir a roles útiles de la primera parte (Happy ‘mató’ a su esposa lanzándole una bola de golf a velocidades incontrolables, la abuela murió hace 10 años y Chubbs igual), el argumento de “Happy Gilmore 2” lo respalda con otros personajes. Algunos tal vez más fáciles de convocar, como Christopher McDonald en su papel del golfista y ahora exconvicto Shooter McGavin, y otros quizás más difíciles, como Ben Stiller –ahora más centrado en sus roles de director de series ambiciosas como “Severance”--. A Chubbs lo reemplaza su hijo Slim (Lavell Crawford) sin una pizca de equivalencia, y la ausencia de la esposa Virginia (Julie Bowen), más allá de sus apariciones imaginarias, se compensa con nada menos que cinco hijos. Cuatro varones y una mujer que nunca gustaron del golf, por lo que, tras la quiebra financiera de su padre, terminan siendo simples integrantes de la inconmensurable clase media norteamericana. Nada más que eso.
Aunque retirado del golf profesional desde hace 10 años, Happy se ve nuevamente en la encrucijada de volver a practicarlo ya no por salvar la casa de nadie. Ahora necesita 300 mil dólares para pagarle clases de música en París a la luz de sus ojos, Vienna (Sunny Sandler). Y aquí un factor relativamente reciente que, presumimos se extenderá sin límites en el ‘Universo Sandler’ en adelante: la participación cada vez más preponderante de la familia del actor neoyorquino en sus proyectos. Aunque la esposa Jackie (la maestra de baile Mónica) sí tiene currículo como actriz, lo cierto es que Sunny y Saddie (que interpreta a una visitadora de un grupo de alcohólicos anónimos) han llegado a los estudios de grabación básicamente por ser ‘hijas de’. Aunque son ambas jóvenes para, primero, demostrar que podrían estar fuera de la etiqueta de ‘nepobaby’ y, segundo, abrirse paso fuera de los filmes que estrena su papá en Netflix dos o tres veces al año.

Volviendo a “Happy Gilmore 2”, y quizás en lo único realmente cierto de la película, el argumento plantea al golf como una actividad bastante venida a menos en cuanto a popularidad. Ciertamente, aunque mantiene auspicios de alto calibre, este deporte parece lejos de los grandes momentos alcanzados no tan atrás en el tiempo de la mano de figuras como Tiger Woods, David Duval o Phil Mickelson. Tomando como base eso, y en plena fiebre de los E-Games, Frank Manatee (Benny Safdie) surge como un empresario que promueve una especie de ‘golf alternativo’, acercándose a la audiencia más joven, brindándole escenarios más espectaculares y valiéndose de efectos especiales de alto calibre.
De esta forma, tenemos claramente planteadas las dos trayectorias que sigue esta secuela. La primera, la búsqueda de los 300 mil dólares que Happy necesita para enviar a su hija a estudiar Ballet a París. La segunda, salvar al ‘viejo golf’ de su (casi) desaparición ante una propuesta más acorde a los nuevos tiempos, pero que aleja por completo las tradiciones que, paradójicamente, parecen haberlo convertido en una disciplina de alcance limitado. Para otros, incluso exclusiva.
En ese recorrido de la trama, el equipo recurre a uno de los elementos más comunes en el ‘Universo Sandler’ de la última década. Lo mencionado líneas arriba: el uso y abuso de cameos. En esta nota de Saltar Intro se enumeran todos con suma exactitud. En 156 minutos veremos desde Benito Antonio Martínez Ocasio (a.k.a. Bad Bunny) hasta el mismísimo (y sumamente avejentado Eminem), pasando por el jugador de fútbol americano Travis Kelce, conocido fuera de dicho deporte, y en el resto del mundo, por ser el novio de la multimillonaria cantante Taylor Swift. Las actuaciones de los tres van como en una escalera. Eminem porque no habla, apenas se mueve. Bad Bunny, sometido a una especie de ‘derecho de piso’ en el ‘Universo Sandler’, termina siendo objeto de burlas de parte del mismísimo Happy, pero también participan varios otros personajes. Y Kelce con un rol de ‘jefe abusivo’ de un restaurante que debe imponer órdenes, en ocasiones inclusive al ‘Conejo Malo’. Su desempeño es medianamente convincente.

La importancia de estos tres ‘cameos’ sumado al peso de las dos hijas de Sandler en el reparto más el siempre convincente trabajo de Ben Stiller casi en el rol que sea, terminan, ciertamente, convirtiéndose en un bálsamo para el propio Sandler. Porque la historia, aunque en teoría lo sea, no es solo la de Happy levantándose desde abajo para volver a brillar en el golf (lo cual sería una simple repetición de la película de 1996), sino también la de una adolescente que parece haber hecho todos lo méritos para ganarse ese viaje a París, pero también la del villano explotador que funge como educador de alcohólicos anónimos y paga un justo castigo. Así, pues, aunque con trayectorias resueltas con suma facilidad, la película de Newacheck luce correcta. Sus números sin siquiera una semana online han sido altísimos, tal como casi todo lo que hace Sandler en Netflix, pero aquí el saborcito es otro. “Happy Gilmore” es un producto surgido en el cine (comercial) de mediados de los noventa. Que luego se haya repetido de forma casi infinita en la televisión no debe hacernos olvidar ese detalle. Porque su recientemente estrenada secuela es un producto hecho para el streaming, con elementos propios de esta época (e, innegablemente, con el soporte de los millones que posee Netflix en su cuenta bancaria). Tal vez por eso ha funcionado casi automáticamente, porque una vez más Sandler demostró que sabe leer a su fiel público.
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"HAPPY GILMORE 2"/NETFLIX
Sinopsis: Visite de nuevo la carrera de golf de Happy Gilmore tras su victoria en el Tour Championship.
Elenco: Adam Sandler, Julie Bowen, Christopher McDonald, Ben Stiller, John Daly, Bad Bunny, Haley Joel Osment
Calificación: 4 estrellas
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