No existe el razonador magnético. No importa. Hay que inventarlo con urgencia. Trascendiendo el lapsus lingüístico que lo convocó, así como las penosas burlas discriminatorias al respecto, la vida peruana después del 6 de junio requerirá de todas las herramientas posibles para reconciliar a un país dividido hasta el hueso.
La simple magia del imán, esa alegría electromagnética de cuando los niños experimentaban en vez de languidecer frente a una pantalla, podría regalarnos su benéfica maravilla: atraer a los opuestos.
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En su versión de uso casero bastaría un razonador magnético dispuesto al centro de la mesa familiar. Desde ahí reordenaría la población neuronal de los presentes a través de una estimulación magnética transcraneal. Este influjo sobre el córtex motor induciría al buen juicio – y a quien lo necesitara- a dejar el cigarrillo. Su bajo consumo eléctrico permitiría tener el dispositivo encendido las 24 horas del día. Nos evitaría ser cretinos aún hasta dormidos.
La madurez racional inducida por los imanes alejaría las funciones lingüísticas de la paparruchada narcisista y la emotividad superficial, propiciando la sindéresis. Por más carenciado que fuera el sujeto a todo tipo de mesura, el impulso electromagnético simularía en él algo muy parecido al criterio, disminuyendo dramáticamente en el las opiniones exaltadas a favor o en contra de candidatos. Eso sí, al usarse bajo techo habría que tener cuidado con las paredes. El debilitamiento de la señal haría que el insensato volviera inmediatamente a su estado natural con solo cambiar de ambiente.
Asimismo, las polaridades contrapuestas inducirían a una inusitada tolerancia en los intransigentes, generando una empatía impensable en los casados con una sola idea tal como los náufragos se aferran a una sola tabla. Adicionalmente, el pulso magnético fomentaría la adquisición del tino, elegancia del pensamiento que entra en veda en elecciones. Los imanes lograrían el prodigio de lograr que uno se quede callado si no se sabe de qué se habla o cuando lo único que se nos ocurre decir es desagradable.
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En su versión portátil el razonador magnético tendría la forma de un gorro. El buen juicio nos acompañaría ahí donde fuéramos, evitando el consabido reproche de “apenas sales de tu casa te vuelves un imbécil”.
Para los casos graves de falta de criterio el razonador se ofrecerá en una versión plus, con 75% mas de fuerza magnética discretamente acondicionada en un supositorio antialérgico. Esta versión más potente es altamente recomendable en casos de fanatismo, una de las formas más porfiadas de la abdicación del pensamiento. Tiene óptimos resultados en quienes han convertido el aborrecimiento en un atributo moral, el cual vociferan mientras saltan a un abismo.
Tiene también efectos prometedores en quienes interpretan la improvisación y la falta de competencias como una cualidad digna de paternalismo, haciéndoles ver que en realidad se trata de un callejón sin salida racional.
El mejor beneficio del razonador magnético será recuperar la armonía entre familiares y amigos. La lucidez magnética proveniente de la profundidad intrínseca de ese supositorio imantado revelará que pelearse por un político es una estupidez mayor. Especialmente porque el político no te conoce. Y porque, a nivel individual, no le importas. Especialmente apenas acabe la campaña.
El racismo, la homofobia, la exacerbación y un copioso catálogo de taras mentales ya no podrán ser atribuidas ni a la ociosidad ni al estado. El único responsable de no pensar serán su cerebro y su razonador, ciudadano.
No opine ni salga de casa sin ellos. //
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