Renato Cisneros

Hace poco, en Chile, después de entrevistarme una periodista me contó que era oriunda de un pueblo llamado Peor es nada. «Soy peoresnadina», me dijo, con un mohín de falso orgullo o de graciosa resignación. Incrédulo, le pregunté si no estaba bromeando. La muchacha se puso seria y me aseguró que no, que ese pueblo existe a solo 170 kilómetros al sur de Santiago, en la región Bernardo O’Higgins, y que su gente es noble y se dedica al cultivo de peras y manzanas. También precisó el origen de tan peculiar nombre: en el siglo diecinueve, dijo, un terrateniente de la zona heredó a sus descendientes una serie de parcelas, la hija menor recibió la más pequeña y exclamó: «bueno, peor es nada». Sobre esa parcela se levantó la comunidad que con los años daría lugar a la actual Peor es Nada. Mientras escuchaba su relato, le daba vueltas a las implicancias simbólicas de nacer en ese lugar. ¿Qué sueños, qué ambiciones, qué horizontes puede plantearse el nacido en Peor es Nada? ¿Uno se asume conformista desde la infancia o más bien se rebela contra el apelativo del territorio? La periodista pareció adivinar mis reflexiones porque enseguida me interrumpió para aclarar: «ojo que hay sitios peores, con decirle que hay un pueblo llamado Entrepiernas». Me lo dijo y no lo creí. Luego averigüé que, en efecto, en la región chilena del Biobío existe una comuna que, según la versión del municipio, solía llamarse Entre piedras hasta que el ingenio popular decidió rebautizarla con esa contundente expresión pélvica.

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También supe de otro lugar en Chile conocido como Las Coimas, y pensé que esa podría ser la tierra de muchos malos funcionarios públicos. Los hombres y mujeres del pueblo, conscientes de la mala fama generada por el topónimo, se apuran en señalar que ellos son coiminos, no coimeros.

En las sierras de Córdoba, en Argentina, hay un pueblo de unos diez mil habitantes con un nombre que no da pie a interpretaciones: Salsipuedes. Según la leyenda local, una pelea entre dos sujetos acabó con uno de los contrincantes sumergido en las aguas del río; el otro le gritó: «a ver, sal si puedes» y sobre el eco de esas palabras se fundó el primer caserío. ¿Qué esperanzas puede permitirse un joven salsipuedino? ¿Es posible ser profeta en una tierra que te expulsa solo con mencionarla y parece exigirte que la dejes, que la abandones, que te largues?

En Minnesota, Estados Unidos, hay un lugar llamado Vergas. Imaginen nacer allí. ¿Quién será el patrono de ese pueblo?, ¿cuál será el traje típico?, ¿cuál su himno emblemático? ¿Sabrá la gente de Vergas que en Galicia, España, hay una población llamada Villapene?, ¿qué tipo de intercambios comerciales y sociales podrían hermanar a ambos pueblos?, ¿qué clase de discusiones merecerían el interés de los vergüenses con los villapenianos?

Pienso también en esas dos aldeas de El Salvador, ubicadas en el departamento de Sonsonate, llamadas Anal Arriba y Anal Abajo. ¿Cuáles serán sus accidentes geográficos más visitados?, ¿qué rutas de entretenimiento se le ofrecen al turista recién llegado?, ¿quiénes serán los próceres históricos de esas comarcas de nombres tan elocuentes?

Al mismo tiempo me pregunto: ¿cómo se ponen de novios los chicos y chicas del municipio brasilero de No-me-toques?; o ¿cuán amables y simpáticos pueden llegar a ser los residentes de la comunidad venezolana de Perro Seco?; o ¿cuánto duran las carreras de velocidad en las escuelas del municipio cantábrico de Correpoco?; o ¿cuán aburrido puede ser el día a día en la villa argentina llamada Matagusanos?; o ¿cada cuánto se organizan concursos de belleza en la localidad colombiana de El Bagre? (Y, lo más importante, ¿quién carajo los gana?).

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En el 2012, se hizo famoso el caso del poblado austríaco de Fucking, situado en el estado federado de Alta Austria. Sus poco más de cien habitantes, hartos de las incesantes bromas desatadas en todo el mundo por las obvias connotaciones sexuales del nombre del pueblo –y hartos también de que se robaran los carteles de señalización como si fuesen suvenires–, iniciaron los trámites para modificarlo. Desde enero de 2020 el poblado se llama Fugging, pero ya sabemos cómo le seguirán diciendo.

Cuando ese día terminé de conversar en Santiago con la periodista peoresnadina, me quedé pensando si en Perú existe algún sitio con un nombre así de insólito. Una rápida búsqueda en Internet arrojó como resultado principal el centro poblado de Comerccacca, en la provincia de Cotabambabas, en Apurímac. Antes de ceder al chiste fácil, cabe indicar que el nombre Comerccacca es quechua y significa peñasco verde. Eso sí, sobre la oferta gastronómica local, no he hallado mayor información.

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