Debajo de esa túnica única, guerrera y blanquirroja, David Chauca, el Hincha Israelita, ha demostrado que tiene un par de cojones bien puestos.
Principalmente, porque dedica su vida a la selección según lo que le sale del forro. Esta es una interesante paradoja teniendo en cuenta que su vestimenta carece del mismo y lo más probable es que la use en modo comando. Ante todo, frescura y libertad.
Mucho antes que Cuto Guadalupe existiera como encarnación de la fe, el Israelita ya creía con una docilidad a la enésima potencia. Bendecido por el manso don de la credulidad no tuvo reparo en aceptar la estrambótica prédica de don Ezequiel Ataucusi Gamonal, el Mesías que ante la desesperación de las moscas no pudo resucitar.
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Chauca cree en un nuevo pacto entre Cristo y el Tawantinsuyo representado en don Ezequiel, el Cristo Andino. Este difundió la prédica israelita, mandamiento bíblico literal que entre cosas impone el uso de la susodicha túnica, cabello largo y barba crecida aún a pesar del lampiñismo peruano. Esta fe advierte además que pronto carros de fuego descenderán de los cielos para recoger a los seguidores del Nuevo Pacto.
Si Chauca creyó en eso, como no iba a creer en la selección.
Empezó a hacerlo en su peor momento, cuando Chemo del Solar la llevó al último puesto de Sudamérica. Entonces tomó la posta el improbable mago Sergio Markarián y su humeante falacia del ratoneo y los Cuatro Fantásticos. Al Israelita lo podrán acusar de todo menos de arribista.
Desde estas épocas inconcebibles en que un Raimond Manco sobrio jugaba en pared con Farfán, y de cuando Claudio Pizarro fallaba todo penal que le fuera posible, Chauca ya tenía fe. Ponte en la cola, Cuto Guadalupe.
Sensibilizado por esta tentación del fracaso, abismo alimentado por las tentaciones de la carne que asolan a nuestros seleccionados, Chauca derivó su apoyo al equipo desde el sacrificio. El propio y ajeno.
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El propio gira en torno a esforzadas labores de albañilería y polladas direccionadas que tenían como destino financiar su peregrinación detrás de la selección. A cambio, la gloria inútil del triunfo moral.
El sacrificio ajeno lo ejerce sobre inocentes carneros. Con su sangre Chauca busca apaciguar los impulsos eróticos del futbolista. Decenas de ovinos deben haber sido necesarios para atemperar el talante eléctrico de Luis Advíncula, lateral con fama de infringir cojera en el sexo opuesto.
Inicialmente Ricardo Gareca mandó a la policía cuando vio a un sujeto en túnica trepado en un tejado vecino a la Videna. Luego su don de gentes y natural carisma le han valido un espacio de afecto – y de cábala- dentro de la selección. Además, ha desarrollado una facilidad de palabra muy superior a los señores César Acuña y Pedro Castillo, por citar dos referentes de la cultura nacional contemporánea.
Es hora de que a este sacrificio celebrado desde lo pintoresco se le agregue otro reconocimiento: el de estar en la presencia de un espíritu verdaderamente libre.
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El Israelita no tiene pretextos ni dudas acerca de lo que quiere hacer con su vida, que es estar ahí donde esté su selección. Antepone su albedrío al fardo inmovilista de la responsabilidad, tensando al límite su vida familiar, poniendo en riesgo su incipiente finanza, y arrinconando temerariamente la armonía conyugal, harta de selfies con féminas alborotadas. Su primera prioridad, no lo juzguen, es la oncena de sus amores.
Nosotros, que apenas le regateamos a la vida 90 minutos para no perdernos un partido, saludemos a un hombre libre. Libre y valiente, que acompaña a su equipo gane o pierda vistiendo apenas una túnica sin calzoncillo, con los porongos expuestos al mismo viento indómito que enfrenta la querida blanquirroja sobre la cancha.
Israelita, te queremos en Qatar. //
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