El amor es un sentimiento grandioso y noble. Pero involucra a la vez un importante componente de estupidez. Una diáfana expresión de esta es suponer que nuestra felicidad depende de otra persona. Vamos. La plenitud se enriquece y florece con la compañía indicada. Pero nadie logra el milagro de hacer crecer lo que no existe.
Parte de la disfuncional de este sentimiento radica en sus virtudes intuitivas, sutilmente descalibradas. La persona enamorada ve el futuro, pero desenfocado. Por ello toma decisiones cuestionables, inmunes a las advertencias. Irá directo hacia un precipicio con una sonrisa en el rostro. La sonrisa del idiota enamorado.
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Un 14 de febrero del 2014 Zully Pinchi Ramírez vio el futuro. Zully Pinchi, para quien no lo supiera, es muchísimo más importante que Eminen en el efecto Fiu Fiu que nos embarga. Zully es Fiu Fiu.
Lo es porque en su mente, o en su corazón si concedemos funciones románticas a la bomba de carne que llevamos en el pecho, fue dónde brotó la letra irremplazable de una canción que impregna el mundo con una adherencia por la que Arjona daría el alma.
La música ya existía. El talento de Tito Silva la adaptó al remolino de incongruencias impredecibles que nos definen como nación. Pero el sustrato verbal que construye el embelesamiento amoroso del Fiu Fiu es una creación heroica de Zully, sacrificio romántico presuntamente acaecido en la habitación 423 del hotel Monasterio del Cusco.
Un día de San Valentín de hace ocho años, Zully – abogada, política, escritora, mujer- escribió la génesis del Fiu Fiu. Se trató de un texto inicialmente intitulado ¡Las noches que te soñé!, que la historia irreversiblemente recordará como el Poema del Pionono. Dice así en su octava estrofa:
Este amor se enreda entre mis tímidas venas y mis dulces arterias, entre tanto frenesí, envuélveme como un tornado, empápame como caramelo de chocolate y enróllame como azúcar en polvo en un pionono de vitrina, moja mis pies con lluvia de mi verano, tómame que mis océanos son infinitos (…)[1]
Solo la poesía puede transformar al ser amado, así sea horrible, en un apetecible dulce de chocolate. Prodigio reforzado con el imperativo de “empápame”, guiño a otro hito de la poesía contemporánea como lo es Caramelo, caramelo[2] de Monique Pardo.
Resulta aún mas genoroso ofrecerse al amado en la forma de un pionono enrollable, flexible sensualidad suavizada por la mención del azúcar en polvo en vez del polvo a secas.
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La especificación del pionono de vitrina alude a la necesidad de un sentimiento público y no negado, como penosamente habría sido el caso.
El detalle final de la onomatopeya característica, el Fiu Fiu, es otra visión encubierta. El silbido se origina en un código marinero para convocar la atencion sobre la cubierta, señal que se trasladó al avistamiento de muchachas. Tex Avery lo importalizó en el silbido del lobo feroz erotizado de los dibujos animados, gesto precursor del acoso femenino.
Pero lo que escapa a la voluntad poética y a la viralización de los indicios de un supuesto ejercicio extramarital, es la posibilidad de generar simpatía hacia un procesado por cohecho pasivo en agravio del estado.
El susodicho ha demostrado su mala fe judicial al no observar las reglas de conducta impuestas por el juez. Pero, peor aún, ha honrado la sangre fría propia de anfibios, arácnidos y reptiles.
Con todo respeto señora Zully, un discapacitado moral que miente hasta en sus pasiones no merece su pionono.
[1] La parte recitada de la canción, asimismo, corresponde al segundo párrafo del Poema del Pionono.
[2] “Saboréame de ti, lléname de ti// Caramelo, caramelo, no me quites mi caramelo.”
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