En pocos sitios me han preguntado si soy zurda o diestra antes de servirme un coctel. Diría más bien que en ninguna parte (ni siquiera para ofrecerme alguna clase de cuchillo en un restaurante de carnes). Eso es lo primero que ocurre en Carnaval cuando uno pide el Matsuri, un coctel a base de whisky y cítricos japoneses que pertenece a la nueva carta de la que bien puede catalogarse como la barra más ambiciosa de Lima. Es imprescindible saber qué mano usa el cliente: la vajilla ha sido diseñada para que los dedos encajen de una determinada manera, algo crucial en el concepto con el que se ha creado el coctel (se toma como quien toma agua de un cuenco, pero con una sola mano). Evidentemente, hay para zurdos y diestros. Ese tipo de detalles aquí se toman en cuenta.
Carnaval lleva un año y medio ofreciendo una experiencia basada en coctelería conceptual, con propuestas que escapan al formato convencional y un sentido de espectacularidad que ya se han convertido en el sello del premiado espacio. Ello incluye desde la vajilla -el diseño para cada coctel se encarga especialmente a un artista determinado- hasta la combinación de ingredientes. Casi mil botellas en la barra, una sala dedicada especialmente a la elaboración y tallado de hielo, experiencias de degustación y destilados hechos en casa terminan de definir el panorama.
De la carta original se conservan favoritos como el White Negroni -totalmente transparente- que llega a la mesa con un hielo tallado a mano en la forma de un diamante (el Campari ha sido destilado para despojarlo de su rojo habitual). Otros, como el Black Truffle, lleva ron Havana Club Selección de Maestros, trufa, Campari, Punt e Mes y mezcal Alipús, y se termina con un trozo de queso Grana Padano. El Capitán Benítez -la gran sorpresa de la noche- combina jerez, sake y pisco en una aromática versión a cargo del bartender Juan José Benítez. Cocteles más complejos como el Diablada combinan whisky, pisco, maíz morado con (no se asuste) tabaco.
Las dos últimas creaciones pertenecen a la nueva carta presentada por el coctail chef Aaron Díaz, la segunda desde que el local abriera sus puertas a inicios de 2018. Alquimia II toma como referencia los carnavales más fascinantes del mundo para transportarnos en un viaje a través de los sentidos que va más allá del gusto. Tacto, vista, olfato y oído también entran a escena. La vajilla creada para el Casanova, por ejemplo -coctel a base de Gin, Saint Germain, grappa Gaja Luxardo Bitter Bianco y soda de sauco- reproduce la silueta de una mujer italiana del siglo XVIII en pleno carnaval de Venecia, con pluma incluida por supuesto.
Alquimia II clafisica los cocteles según su perfil (complejos, sours, semi secos, semi dulces y refrescantes) y también trae un espacio dedicado a coctelería en su versión clásica. Carnaval no es una experiencia para todos los días, ni pretende serlo. Lo que ocurre detrás de sus puertas solo puede definirse con un frase: fuera de lo común.
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