Estábamos con una de las peores resacas que recuerdo y tratábamos de no tambalear frente a él. Roberto Escobar Gaviria o más conocido, como ‘El Osito’ o ‘Peluche’, hermano de Pablo Escobar —que fue uno de los narcotraficantes más populares del mundo—, nos recibió cojeando, casi ciego y con la mitad de la cara “reconstruida”, así, entre comillas, por aquella carta bomba que casi le quita la vida. Desde que ingresamos a una de sus viviendas autodenominada “casa museo” empezó el show y nos pidieron que: “traten de no tomar fotografías, ni grabar videos”. Éramos siete amigos que habían viajado a Medellín (Colombia). Más de la mitad de nuestra joven tropa estaba entusiasmada por realizar el ‘narcotour’ que días previos, uno de ellos, un amigo desde inicial del colegio había encontrado en Internet. Sí, donde cientos de agencias de turismo ilegal aprovechan la poca seguridad del ciberespacio para ofrecer este oscuro recorrido.
Con respecto a la cultura narcoterrorista yo era el más monse (una palabra habitual entre los jóvenes peruanos para definir al más sonso o tonto) del grupo. Ellos no podían creer cómo, hasta esa fecha, no había visto la conocida serie de televisión “Pablo Escobar: El patrón del mal”, producida desde 2012 por Caracol Televisión y que unos años después y meses previos a nuestro viaje a Medellín había alcanzado excelentes puntos de rating, también, en Perú. Además, el mismo año en que viajamos acababan de estrenar la primera temporada de Narcos, la exitosa serie de Netflix basada en la lucha contra el narcotráfico en Colombia de los noventas y que también se enfoca en la historia de Pablo Escobar Gaviria, también conocido como el ‘Zar de la Droga’.
Todo ese eco televisivo acompañado por publicaciones como: “Pablo Escobar, mi padre”, de su hijo Juan Pablo Escobar; “Sobreviviendo a Pablo Escobar”, la historia de Jhon Jairo Velásquez Vásquez, conocido como ‘Popeye’, un ex-sicario que formó parte de la principal estructura criminal del Cartel de Medellín liderado por ‘El Patrón’, entre otros libros y mucha prensa alrededor, pusieron en auge en 2015, uno anormal, un tema tan delicado como el narcoterrorismo. Y hasta la fecha, cualquier historia o drama relacionado a este es sinónimo de éxito televisivo y hasta publicitario.
¿Qué pasó en nuestra sociedad? ¿Cómo ha ayudado Internet a esto? Son algunas de las preguntas que me hice al culminar ese viaje. Después de ver casi todas las series, de haber leído y haberme informado sobre dicha cultura que a mi parecer le restó y lastimó tanto a un país... entiendo las caras y reacciones de todos los colombianos a los que les conté que había realizado dicho tour. Me refiero al haber hecho un turismo que lucra con la sangre directa del líder de una organización millonaria gracias al contrabando de cocaína distribuida desde Colombia a distintos lugares del mundo. Esta dispuso para su protección una red de despiadados sicarios que cometieron en nombre de Pablo Escobar más de cuatro mil asesinatos que incluyen a policías, jueces, periodistas, funcionarios públicos y rivales de otros carteles de la droga, entre otros. Efectivamente, no es una historia digna de reconocimiento. Es oportuno que cuatro años después explique por qué hoy no volvería a tomar dicho tour. Y por qué es tan importante informarnos antes de emprender cualquier viaje en épocas donde la palabra “leer” es cada vez más extraña a los jóvenes.
Hace más de dos años logramos disfrutar con mi esposa, en una fría noche parisina de nuestra Luna de Miel y desde una congelada banca de concreto que disputaba la mayoría de los turistas que, así como nosotros habían esperado recrearse desde ahí, descorchando un vino barato, acompañado de pan y charcutería francesa, la impresionante vista de la Torre Eiffel con sus distintos juegos de luces. Mientras nuestras mentes volaban en aquella escena, para nosotros, romántica… un par de turistas que no logramos descifrar de qué país eran y que estaban echados sobre el jardín que estaba frente a la que habíamos convertido en “nuestra banca”, nos preguntaron: “¿De dónde son?”. Un poco asustados, porque en la zona solo estaban ellos y nosotros acurrucados en nuestra banquita, les respondimos con orgullo: “¡De Perú!”. Al instante nos dijeron: “¿Perú? ¡Ah! ¡La mejor cocaína!
La escena no me pareció graciosa. Es más, no me sacó ni una sonrisa. Teniendo una de las mejores y más variadas gastronomías, a Machu Picchu como una de las Nuevas 7 Maravillas del Mundo Moderno, a Mario Vargas Llosa, Susana Baca, Juan Diego Flórez, Gastón Acurio, entre otros emblemáticos personajes peruanos… ¿cómo carajo podían asociar a nuestro país por la ‘mejor cocaína’ del mundo? Ahí aprendí por los palos. Sentí lo mismo que miles de colombianos y sobre todo una población hermosa y súper educada que habita en una ciudad como Medellín, de mucha cultura, arte, excelentes servicios de transporte como metro, tranvía, Metroplús, Metrocables y más. Una ciudad donde se aprecia mucha moda y que goza de una excelente arquitectura que incluso, en 2013, Medellín ganó el Premio Verde Verónica Rudge en diseño urbano, otorgado por la Universidad de Harvard.
“Pablo se acercó a mi lado y esperó que se bajara lentamente y lo saludó: Bienvenido a Colombia, señor Montesinos —cuenta Roberto Escobar Gaviria en las primeras páginas de su libro “Mi hermano Pablo”—. Ahí precisó la importancia de una figura como Vladimiro Montesinos “para poder hacer negocios con la pasta de droga peruana que era la más codiciada en el mercado. (…) Y para concretar la liberación de algunos narcotraficantes amigos de Pablo, apoyado en las buenas conexiones con las autoridades judiciales y militares peruanas”. Después de leer esas líneas, la historia de Pablo Escobar la sentí más cercana. Sí, por la figura de Montesinos. Aquel personaje que dominó gran parte de nuestra política, el sistema judicial, militar, algunos medios de prensa y canales de televisión en Perú. Tiempos en los que la prensa amarilla, las risas burdas de distintos cómicos ambulantes, entre otros lamentables programas de televisión nos ocultaban la realidad.
Hacer el recorrido en la casa museo que administraba Roberto Escobar Gaviria se podría asemejar a la creación de un circuito turístico ilegal en nuestro país y administrado por algún familiar de Vladimiro Montesinos. Que el mismo termine con la visita al búnker de la playa Arica que fue construido con dinero sustraído del Estado Peruano. Ahí en esos más de dos mil metros cuadrados donde Jacqueline Beltrán, la compañera y amante de Vladimiro, por aquel entonces, hicieron de las suyas y disfrutaron ilícitamente junto a sus testaferros. Entonces, ¿qué razón tendría apoyar dicho proyecto turístico? ¿A quién o quiénes estaríamos favoreciendo con dicho dinero?
Con un par de operaciones matemáticas sencillas se pueden sacar las ganancias netas mensuales del controversial narcotour. El mismo cuesta un promedio de cincuenta dólares por persona. Al culminar el recorrido, Roberto Escobar Gaviria ha desarrollado un sistema fugaz de venta de souvenirs que van entre los quince y cuarenta dólares. Atienden en dos turnos (mañana y tarde), los 7 días de la semana y a un aproximado de tres grupos (de unas cinco personas) por cada turno. Tomando en cuenta que cada persona compre algún recuerdo, estamos hablando de unos veinte mil dólares mensuales de ganancias (descontando pagos a guías ilegales, transporte, entre otros pequeños gastos). ¡Ah! Solo aceptan dinero en efectivo. Claro, con eso evaden cualquier registro o pago de impuestos.
A fines del año pasado me enteré de que habían clausurado varios lugares que se visitaban durante el famoso narcotour. Entre ellos, la casa museo que yo visité por no cumplir con las normas turísticas de la ciudad. Pero al cierre de esta columna, y tras una búsqueda rápida en Google, aún se aprecian cientos de páginas como Pabloescobargaviria.com que ofrecen recorridos similares. Incluso, te invitan a realizar el tour en carro antibalas (blindado) por $ 450 dólares por persona.
Y es que Internet y las redes sociales muchas veces fungen como una suerte de espacio donde se encuentran suplementos musculares sin filtro, incontrolables y que desautorizan a la razón. Los mismos que sorprenden con distintos contenidos a muchos jóvenes y los dejan sin chance de conocer la verdadera historia, condenándolos así a no entender bien los delitos de los personajes que Netflix, las redes e Internet, convierte en glamorosos. Yo no volveré a caer así y espero que ustedes tampoco.
**Sergio Sicheri se desempeña como Jefe del Núcleo de Audiencias del Grupo El Comercio, es gerente general de Brand Wash & Solutions (asesoría en imagen de marca y soluciones digitales). Cuenta con una maestría en Dirección de Marketing y Gestión Comercial en el EOI de España y la escuela de postgrado de la UPC. Ha dictado cursos de marketing digital en la universidad Mayor de Chile, la universidad Científica del Sur y en ISIL.