Desde que se desató la pandemia de coronavirus, las voces de los científicos se han hecho más prominentes en los medios con el objetivo de explicar cómo es el nuevo virus, las complejas formas en que interactúa con nuestro cuerpo y los avances más recientes en la búsqueda de una vacuna y un tratamiento.
Sin embargo, el acceso fácil —y en su mayoría gratuito— a información científica fidedigna y expresada en términos sencillos no ha sido suficiente para frenar la proliferación de teorías de la conspiración que carecen de toda evidencia científica.
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La idea de que el SARS-CoV-2 fue creado deliberadamente en un laboratorio por la industria farmacéutica para hacer dinero con la venta de una vacuna, de que fue diseminado por los gobiernos de China o Estados Unidos, o de que se propaga a través del 5G son aceptadas por un número significativo de personas en el mundo, según reveló recientemente un sondeo global.
Entre las más populares se encuentra la teoría que cuestiona la veracidad de las cifra de muertos, que hasta el 2 de noviembre había superado los 1,2 millones, según datos de la Universidad Johns Hopkins.
De las cerca de 26.000 personas de 25 países que participaron en la encuesta realizada por el YouGov-Cambridge Globalism Project en asociación con el periódico británico The Guardian, alrededor del 40% en México, Grecia, Sudáfrica y Polonia consideraba que el número de víctimas era muy inferior al reportado.
Este porcentaje solo fue superado en Nigeria, donde el 60% de los participantes cree que esta cifra es una exageración.
Sin embargo, la teoría que cuenta por lejos con más seguidores, es la que sostiene que hay “un único grupo de gente que controla eventos secretamente y maneja el mundo”, más allá de los gobiernos nacionales.
Esta idea, indica el sondeo, fue catalogada como “definitiva o probablemente cierta” por 78% de los nigerianos, 68% de los sudafricanos, 55% de los españoles, 47% de los polacos, 45% de los italianos, 37% de los estadounidenses, 36% de los franceses y 28% de los británicos encuestados.
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Tiempos de incertidumbre
¿Por qué la pandemia se ha convertido en un campo fértil para el surgimiento de teorías conspirativas?
“No es una sorpresa”, le dice a BBC Mundo Stephan Lewandowsky, profesor de psicología cognitiva de la Universidad de Bristol, en Reino Unido, y experto en desinformación.
“Cualquier situación de miedo donde la gente siente que pierde el control de su vida hará que algunos se vuelvan susceptibles a las teorías conspirativas”.
“En Estados Unidos, por ejemplo, aparecen teorías conspirativas cada vez que hay un tiroteo masivo, como el de la escuela primaria Sandy Hook (2012). Aparecen uno o dos días después y duran por un buen tiempo”.
“Ese es básicamente el trasfondo. Y una pandemia es un caso supremo de algo que atemoriza a la gente y la deja sin certezas”.
En medio de ese mar de preguntas sin respuestas, las teorías conspirativas cumplen la función psicológica de ofrecer alivio a quien cree en ellas, “porque ahora tienen alguien a quien echarle la culpa de lo que está ocurriendo”.
Los peligros que crean, sobre todo en tiempos de pandemia son muchos.
Quienes creen en ellas son más propensos a ignorar las recomendaciones sanitarias —como el uso de mascarillas, el mantenimiento de la distancia social o el lavado frecuente de manos— para limitar la propagación de la enfermedad y, en el peor de los casos, a cometer actos de violencia.
Grupos vulnerables
No todos somos igual de susceptibles a caer en estas explicaciones falaces de la realidad.
“Las personas jóvenes tienden a creer más que las de más edad en las teorías conspirativas. Y las personas con un nivel más alto de educación son menos propensas a creer en ellas”, le dice a BBC Mundo Karen Douglas, profesora de psicología social de la Universidad de Kent, en Reino Unido.
El vínculo con la tendencia política, en cambio, es más complicado.
“Las personas en los extremos —tanto de derecha como de izquierda— tienden a creer fervientemente en ellas, en oposición a la idea generalizada de que las teorías conspirativas son del dominio de la derecha”, dice Douglas.
En cuanto a los rasgos de personalidad que nos hacen comparativamente más vulnerables, la situación tampoco es tan blanco y negro.
“Los psicólogos se han alejado de la idea de que existe un perfil del ‘teórico de la conspiración’, porque el contexto es muy importante”, le explica la psicóloga a BBC Mundo.
“En cambio, parecen atraer a la gente cuando no están satisfechas necesidades psicológicas importantes: la primera se relaciona con el conocimiento y la certeza, la segunda se refiere a la necesidad de seguridad y la tercera a la de sentirse bien con uno mismo”.
En la búsqueda de un culpable
Tampoco puede preverse qué tipo de teorías van a surgir en una crisis determinada, ni cuáles perdurarán por más tiempo.
Sobre la teoría que acusa a la tecnología 5G de propagar el covid-19, que cobró fuerza en el comienzo de la pandemia y que disparó la quema de antenas de telefonía celular en distintos lugares del mundo, Lewandowsky destaca que, en el pasado, circuló una idea muy similar.
“En la pandemia de gripe de 1918, había gente que pensaba que la gripe había sido causada por las ondas de radio de larga distancia”.
“Alguien juntó dos cosas invisibles: un virus y las ondas de radio. La mayoría no comprende ninguna de las dos cosas, por eso si las vinculas, (la teoría) puede colar”.
Así, las ondas de larga distancia y la tecnología de 5G se vuelven “un blanco que se puede atacar o culpar”, añade el experto.
Respecto a la teoría de la exageración de la letalidad del virus, su función es más obvia.
El atractivo es que “la vida diaria no tendría por qué verse afectada como lo está ahora. Da una excusa para desentenderse de las restricciones recomendadas y continuar como si no pasara nada”, dice Douglas.
“Te hace sentir mejor”, añade Lewandowsky. “Si puedes desestimar una amenaza, tu vida es mucho más fácil, no tienes de qué preocuparte y no le tienes miedo a nada”.
Todas estas teorías tienen un elemento en común: una sospecha profunda sobre todo lo que sea oficial (pueden ser organizaciones internacionales, gobiernos, medios de prensa reconocidos, etc.).
“No hay nada que los teóricos de la conspiración crean exento de corrupción. Lo que cambia (en estas teorías) es cómo se manifiestan”, sostiene el experto.
Aunque no es responsabilidad de los gobiernos, Lewandowsky cree que “cuanto más ambiguo y confuso es el mensaje oficial, más terreno ganan los emprendedores de las teorías conspirativas para vender su mensaje”.
Cómo limitar su impacto
A la hora de reducir su impacto, los medios tienen un papel complejo por delante.
“Yo creo que, salvo excepciones, los medios han hecho en general un trabajo muy razonable informando sobre el covid”, señala el investigador de la Universidad de Bristol.
En su opinión, ignorar las teorías conspirativas no es una opción, porque eso contribuye a su florecimiento, pero “tomarlas en serio también socava el discurso público, porque hay evidencia de que la gente que está expuesta a ellas, aunque no las crea, pierde confianza en el gobierno, las burocracias o la sociedad”.
Lo que puede hacerse es recurrir a la llamada “inoculación”, que consiste en alertar a la gente con anticipación de que dada la situación surgirán teorías de la conspiración y que todas ellas se caracterizan por los mismos defectos.
“Hay evidencia de que esto funciona”, asegura Lewandowsky.
El experto aclara que aunque las cifras reveladas por el sondeo son elevadas, los defensores de línea dura de las teorías conspirativos no son tantos.
“Los números son altos, pero de toda esta gente que parece apostar por estar teorías, muchos no creen en ellas con tanta vehemencia, solo se convencen a sí mismos para poder dormir por la noche. Si les pides que articulen lo que piensan, su argumento se les cae. Es solo un escudo protector”.
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