En un laboratorio de La Universidad de Washington, Estados Unidos, bebés de un año y medio miraban con ganas de comer los pequeños trozos de fruta que extraños dejaban caer frente a ellos. Aunque era la hora de la merienda, algunos pequeños devolvían las frutas a los desconocidos.
Para los investigadores de la universidad, esas pueden ser las señales iniciales de una característica positiva muy específica de los seres humanos: el altruismo, o sea, la voluntad de ayudar y ceder ante los demás.
En un estudio recientemente publicado, un equipo del Instituto del Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de esa universidad estadounidense analizó el comportamiento de casi 100 bebés de 19 meses frente a algo que a ellos les suele gustar: pedacitos de frutas apetitosas, como fresas, bananos, arándanos y uvas.
En una primera fase del estudio, uno de los investigadores (hasta entonces desconocido para los niños) mostraba a los pequeños pedacitos de fruta que fingía soltar sin querer. Después, extendía las manos, indicando que quería los trozos de vuelta, pero sin pedirlo verbalmente.
De los bebés que participaron de esa primera fase, 58% devolvieron las frutas al investigador en lugar de comérselas.
Luego, un segundo grupo de menores participó en el mismo experimento, esta vez con un cambio importante: con este grupo, el experimento se llevó a cabo a la hora de la merienda, cuando los bebés probablemente tenían más hambre.
El resultado de esa segunda fase fue que 37% de los bebés devolvieron las frutas. La mayoría, entonces, optó por comérselas.
A pesar de eso, hay un número considerable de bebés que ejercen un comportamiento altruista hacia un extraño, afirma Rodolfo Cortés Barragán, investigador de post doctorado y principal autor del estudio.
"Generalmente, en las discusiones sobre el altruismo, uno piensa: '¿Será que le cuesta a uno mismo beneficiar a alguien?' En ese caso, ellos (los niños) su hubieran beneficiado y deseaban la comida, aun así la cedieron. Lo que demuestra que actuaron de manera altruista", explica Barragán a BBC Brasil.
El señala que, a los 19 meses, "los bebés ya tienen mucha habilidad para caminar, agacharse y recoger cosas del piso, y entienden las intenciones de su interlocutor".
“Estudiar el altruismo a esa edad nos puede ayudar a explicar las raíces (de ese comportamiento), para poder entender por qué los humanos practicamos el altruismo y cuándo comienza, y de esa manera poder promoverlo e incentivarlo a medida que los niños crecen y se convierten en adultos”.
Un comportamiento esencialmente humano
El comportamiento altruista es algo que, según los investigadores, nos diferencia de los chimpancés, nuestros "parientes" más cercanos.
Barragán explica que, durante las investigaciones, él y sus colegas analizaron el trabajo de académicos del mundo animal, concluyendo que los chimpancés son capaces de ser serviciales con sus pares en algunos contextos limitados. Por ejemplo, comparten alimentos de menor valor nutritivo, como tallos y hojas que caen al piso.
Sin embargo, según el material recopilado por los científicos, "entregar comida voluntariamente (a un extraño) es algo virtualmente ausente" en el comportamiento de los chimpancés.
"Ellos no están dispuestos a compartir cosas como frutas, algo tan lleno de energía, tan delicioso, nutritivo, dulce e importante dentro de un contexto evolutivo. No hay ninguna evidencia de que un chimpancé le ceda estos objetos tan valiosos", dice Barragán en el informe.
Para el académico, es probablemente por motivos sociales que somos capaces de ceder algo tan importante como el alimento que suple nuestras necesidades biológicas: el altruismo, dice él, “es una parte importante de nuestro tejido social”.
Barragán y sus colegas indican en el estudio que, inclusive en tiempos de escasez de comida y guerra, muchas personas ceden sus alimentos a otras que están en situaciones más desfavorables, a pesar de que sean "circunstancias en las que dar comida a terceros puede amenazar su propia supervivencia".
¿Qué favorece el altruismo?
Si bien se necesitan más estudios para progresar en el entendimiento del altruismo, Barragán cree que el comportamiento solidario infantil que observó en su laboratorio probablemente reflejó la cooperación que los bebés vieron (o no vieron) en sus propios entornos del hogar y comunidad.
Un dato curiosos que resultó de la muestra de la Universidad de Washington es que los bebés estadounidenses de origen asiático o latino estaban en el grupo con mayor probabilidad de compartir su comida.
"Específicamente, en el contexto de EE.UU., los psicólogos sociales y culturales que acostumbran estudiar a asiáticos y latinos (dicen que) esos grupos se consideran más independientes: culturas que, en general, promueven relaciones más armoniosas y empáticas, en el que uno piensa más en la otra persona", continúa el investigador.
"Es muy posible que, a los 19 meses de vida, esos patrones pueden influir en el comportamiento de los bebés. También vimos eso en los menores con hermanos: tener hermanos cambia tanto en la casa que te puedes imaginar que les da más experiencia con otras personas, en cooperación, incluso compartiendo fruta (...) Así que creemos que las experiencias y aprendizajes sociales de los humanos juegan un papel importante en el desarrollo de ese comportamiento".
Además de los orígenes sociales o la composición del núcleo familiar, Barragán dice que, según su estudio, es en la interacción social positiva y en la formación de vínculos sólidos donde los niños pequeños aprenden lo que es colaborar con los demás.
"Creemos que están sucediendo dos cosas: primero, los niños observando a otras personas -la madre con el padre o con una vecina - y luego, aprendiendo y recordando esas interacciones; segundo, están los juegos infantiles que estimulan el compromiso social, como el juego de escondidas (donde el adulto cubre su rostro y luego lo revela, para ver al niño reír). Los niños que están más comprometidos socialmente con sus padres o cuidadores pueden estar mejor preparados para una futura colaboración positiva con nuevas personas ".
Barragán dice que sus estudios continuarán para buscar más pistas sobre cómo fomentar el comportamiento solidario a medida que los niños crecen y entran en la adultez.
Lo principal, por ahora, es “intentar establecer un ambiente positivo y respetuoso para con los demás, de modo que estemos sintonizados con las necesidades de los otros. Cuando alcanzamos esta empatía, podemos colaborar con otras personas”.
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