En el lugar de Brasil donde se formó el primer Nobel de matemática latinoamericano, los cursos se dan gratis y sin prerrequisitos, hay alumnos de maestría que ni completaron secundaria, las huelgas “no existen” y un número en discusión es cuántos goles lleva convertidos un profesor.
Rodeado por la exuberante vegetación tropical de Río de Janeiro, lejos del ruido de la gran ciudad, el Instituto Nacional de Matemática Pura y Aplicada (IMPA) es una suerte de meca regional de esta ciencia formal, que enseña del modo más informal posible.
El nombre del IMPA ha recorrido el mundo en los últimos días, después que Artur Ávila, un brasileño que se doctoró en él a los 21 años, ganara el premio más prestigioso en matemática: la Medalla Fields, conocida como “el Nobel de matemáticas”.
“Es el primer ganador de una Medalla Fields con una formación integral, hasta hacer el doctorado, en un país en vías de desarrollo”, explica César Camacho, un peruano-brasileño que dirige el IMPA y que estuvo en Seúl cuando le dieron el premio a Ávila.
“Esto acaba siendo también un reconocimiento para el IMPA”, agrega. Pero, ¿cuáles son los secretos de este instituto donde cerca de la mitad de los alumnos son extranjeros, en su mayoría latinoamericanos?
“Pequeño”
Fundado en 1952, una peculiaridad del IMPA es que, pese a recibir recursos y ser fiscalizado por el ministerio brasileño de Ciencia y Tecnología, funciona desde el 2000 como un instituto privado.
Eso le ofreció más libertad que otros centros de educación estatales para decidir dónde invertir el dinero o tomar personal científico por unos años, sin firmar contratos permanentes.
Camacho explicó que, aprovechando la crisis económica en países desarrollados, el IMPA ha abierto concursos internacionales para traer docentes “extremamente calificados” de Estados Unidos o Europa.
El IMPA tiene recursos anuales equivalentes a unos US$26,5 millones, que provienen en gran parte del gobierno pero también de donaciones privadas, dice Camacho.
La mitad de ese dinero se invierte en el propio funcionamiento del instituto, que cuenta con 49 profesores-investigadores (18 extranjeros) y 166 alumnos becados de maestría, doctorado y posdoctorado.
Al recorrer su sede en el barrio Jardín Botánico se nota a simple vista la diferencia con otros centros de enseñanza pública de Brasil y la región: las aulas son luminosas, con sillas cómodas y aire acondicionado; la biblioteca es un tesoro que recibe medio millón de dólares en libros al año, y la amplia sala de lecturas brilla en blanco inmaculado.
“Aquí no existen huelgas”, sostiene el director. “No me pregunte por qué; imagino que es porque somos un instituto pequeño”.
La otra mitad de los recursos se destina a organizar una olimpíada de matemática en escuelas públicas, que desde el 2005 se realiza en todo Brasil con problemas concretos de orden práctico.
Esta competencia abarca a unos 18 millones de estudiantes y permite descubrir nuevos talentos: buena parte de los medallistas se dedican luego a la ingeniería, computación o matemáticas.
El lugar donde cuentan hasta los goles
Sin examen previo o exigencias para entrar, el IMPA es de hecho un lugar abierto a quien quiera (o pueda) seguir alguno de sus cursos. Quienes logran terminarlo bien o presentan un currículum y recomendación de peso suficiente, ingresan a las carreras de posgrado.
“Hay que trabajar duro aquí”, señala Diana Carolina Torres, una colombiana de 21 años que inicia su maestría. “Vemos todo un capítulo en una clase, cuando en la universidad (en Colombia) lo veíamos en una semana”.
El IMPA llegó a tener estudiantes adolescentes que aún no terminaban secundaria, como fue en su momento el caso de Ávila. Recomendado por sus profesores de colegio, concluyó el doctorado con 21 años.
Elon Lima, uno de los decanos del instituto, orientó a la nueva estrella de las matemáticas a su llegada. Recuerda que en su examen de curso tenía una hora y media para exponer sobre un tema con una bibliografía dada, y ofreció una presentación “completamente fantástica”.
Pero Lima asegura que otros alumnos del IMPA han mostrado niveles sorprendentes desde jóvenes. Uno de ellos es Fernando Codá, que también era considerado candidato a la Medalla Fields.
Otro es Carlos Gustavo Moreira, que ingresó al IMPA con 14 años y terminó la maestría con 17 en 1990, el mismo año en que recibió su graduación universitaria en matemática.
Hoy “Gugu” es investigador del IMPA y sostiene que, en los partidos de fútbol que alumnos y profesores suelen jugar los viernes, pasó la marca personal de 4.000 goles.
“Creo que cuenta hasta los de videojuegos”, bromea Lucas Farias, un alumno que charla con compañeros en la cafetería. De inmediato le recuerdan que Moreira dice tener un acta de semejante récord. Pese a todo, el IMPA también tiene grandes desafíos.
El desafío de la “fuga de cerebros”
Uno de ellos es limitar la salida de talentos jóvenes a países desarrollados, como ocurre en el fútbol.
Lima compara que los profesores en el IMPA ganan hasta US$5.000 por mes, un salario que “no es tan malo” pero representa una cuarta parte de lo que ofrece una universidad estadounidense como Princeton.
El propio Ávila, con 35 años, es investigador extraordinario del instituto pero vive buena parte del año en Francia, donde obtuvo la ciudadanía y trabaja para el Centro Nacional de Investigación Científica CNRS.
La medalla la obtuvo por su trabajo en sistemas dinámicos, uno de los campos donde el IMPA se destaca. Pero en Brasil se estudian unas 15 áreas apenas de las cerca de 60 reconocidas en matemáticas, y otro reto del instituto es ampliar esa cobertura en tres décadas.
“Vencida esa etapa”, sostiene Camacho, “podremos decir que Brasil será una potencia mundial en matemáticas”.