Son las seis de la mañana y la playa está vacía. La marea ha barrido todas las huellas de la arena y la superficie es blanca y perfectamente lisa. Esa mañana nublada, solo visitan Tortuga Bay, una de las playas más populares de la isla Santa Cruz, tres investigadores de la fundación Charles Darwin. Elevarán un dron sobre la bahía para contar cuántas tortugas marinas hay a esa hora silenciosa y quieta. Más tarde, cuando los visitantes ya hayan llegado, volverán a hacer lo mismo. El objetivo es responder una pregunta: ¿cuál es el impacto del turismo en las poblaciones de tortugas que se alimentan y descansan en este lugar?
La interrogante surgió en plena cuarentena producto de la pandemia, cuando diferentes animales silvestres comenzaron a aparecer en las calles vacías de distintas ciudades del mundo. ¿Qué pasaba en Galápagos?, ¿también había más animales repoblando los lugares?, se preguntaron los científicos.
Como las restricciones de movimiento impedían realizar trabajos de campo en los sitios remotos donde suelen realizarse los censos de diferentes especies, los investigadores de la fundación Charles Darwin, en conjunto con el Parque Nacional Galápagos y financiados por la National Geographic Society, decidieron ver qué es lo que estaba pasando en Tortuga Bay, una playa de fácil acceso, a la que se puede llegar rápidamente desde el centro de la ciudad de Puerto Ayora.
Aunque el estudio aún se encuentra en desarrollo, los investigadores han podido observar grandes diferencias entre la abundancia registrada durante el tiempo en que la playa se mantuvo cerrada versus la realidad actual: un espacio que si bien no alcanza aún su máximo de visitas, ya ha comenzado nuevamente a recibir turistas.
Ahora también puedes recibir nuestras historias, videos e infografías en WhatsApp. Síguenos a través del número +57 3208726154 o haz click en la imagen.
Miles de fotografías
Son las 7:00 am. Los investigadores han cruzado la larga playa Brava hasta llegar a playa Mansa. Escondido detrás de una barrera de manglares, aquí el mar es completamente calmo. Un espejo de agua imperturbable donde las tortugas descansan y comen. Solo un bañista madrugador nada tranquilo. El resto de la playa es toda para las iguanas que reciben, estáticas, el sol de la mañana que se cuela apenas entre las tupidas nubes y la llovizna intermitente.
Byron Delgado, geógrafo, eleva el dron y lo dirige hacia el fondo de la bahía a 40 metros sobre el agua. El aparato está programado para que, mientras avanza, realice, cada tres segundos, una fotografía. Cada punto donde el dron se detiene a capturar la imagen está georeferenciado y siempre, cada vez que el equipo viene a Tortuga Bay a realizar el monitoreo, el dron repite el mismo recorrido y fotografía exactamente el mismo lugar.
Mientras tanto, el voluntario Alan Jacome mide la temperatura del agua y la bióloga, Diana Loyola, anota en una ficha lo que ve. Turistas: uno, el bañista solitario; número de kayaks y lanchas en el agua, cero; el cielo, cubierto y la temperatura del agua, anota 23°C en la ficha. Viento: calmo. Marea: alta.
Después de 40 minutos de vuelo y mil fotografías capturadas, el dron vuelve a tierra. Desde el aire los investigadores han podido identificar que las tortugas están principalmente al fondo de la bahía, pero también han podido ver a un grupo de tiburones punta blanca descansando, cerca a la orilla, junto a los manglares.
Tres hora después, a las 10:00 am., el paisaje cambia. Los turistas comienzan a llegar, la mayoría camina por el sendero que empieza cerca de la ciudad. Algunos rentan kayaks y dos lanchas entran despacio a la bahía trayendo a bordo más visitantes.
Byron Delgado y Alan Jacome vuelven a elevar el dron para repetir la maniobra y Diana Loyola anota nuevamente la cantidad de turistas, las condiciones climáticas, la temperatura del agua y la altura de la marea.
Desde junio de 2020, una vez por semana, el equipo de investigadores realiza el mismo monitoreo en Tortuga Bay y continuarán haciéndolo hasta la primera semana de diciembre. Luego, las miles de fotografías recogidas durante más de un año serán analizadas para realizar un mapa que permita ver cómo cambia la dinámica de la distribución de las tortugas cuando están y cuando no están los turistas, explica Macarena Parra, coordinadora del proyecto de tortugas marinas de la fundación Charles Darwin.
Toda la demás información recogida semanalmente por Loyola será analizada en modelos computacionales. “Estos modelos nos permiten leer varias variables, en este caso la presencia de personas, la presencia de embarcaciones, la presencia de kayak, la altura de la marea y la temperatura del agua, y el modelo me dice cuál de todas estas variables es la que causa mayor efecto sobre la abundancia de tortugas”, explica Parra.
El objetivo es poder aconsejar a la autoridad ambiental sobre cómo manejar mejor el sitio para que las actividades turísticas puedan convivir de manera armónica con las tortugas, sin causar impactos en ellas.
Por ejemplo, “si nosotros vemos que hay una zona en particular donde las tortugas están alimentándose, sería bueno no permitir que llegue gente con kayaks o con snorkel porque eso implica que tienes personas persiguiendo a las tortugas con la cámara (para fotografiarlas). Ese tipo de cosas se pueden recomendar”, señala.
Adicionalmente, esta información “tal vez se pueda extrapolar un poco a otros sitios del archipiélago, por ejemplo, en la isla Isabela donde hay una cantidad increíble de tortugas”, asegura la investigadora. “La idea es poder encontrar un balance (entre conservación y turismo) y que todos podamos convivir”, agrega.
Lee más | Las tortugas gigantes que hicieron brillar el café de Galápagos
Los resultados preliminares
Aunque la investigación todavía se encuentra en desarrollo, después de cada monitoreo las fotografías son descargadas y analizadas para determinar cuántas tortugas hay en cada coordenada. Gracias a eso, los investigadores ya han podido observar ciertos resultados preliminares. Según Parra, “hubo un cambio bastante drástico en el número de tortugas que tuvimos cuando la playa estaba cerrada y había ausencia total tanto de turistas como de embarcaciones”. De hecho, hay censos realizados durante ese tiempo en los que se cuentan unas 300 tortugas, asegura. “¡Increíble! Yo hace mucho tiempo que no veía esa cantidad”, dice la experta.
Además, “las tortugas estaban mucho más distribuidas en la bahía”, asegura, al contrario de lo que pasa actualmente que se ubican preferentemente en el fondo. La razón, explica, probablemente se deba a que los turistas ocupan la primera franja de la bahía.
Según la investigadora, ya existen estudios científicos que dan cuenta de los impactos que el turismo genera en el comportamiento de otras especies, por ejemplo, en los delfines. Estos animales utilizan zonas diferentes para comportamientos específicos, explica Parra, y “hay algunos estudios que muestran que interferir o perturbar a los delfines cuando están en las zonas en las que están interactuando (socializando entre ellos) es perjudicial para toda la dinámica de la población y eso genera el desplazamiento de los animales hacia otras áreas”.
El estudio que actualmente el equipo de científicos de la fundación Charles Darwin está realizando en Tortuga Bay podrá determinar, por primera vez, si es que algo parecido ocurre con las tortugas marinas.
Turismo pero responsable
La población de Galápagos es de unas 30 000 personas, sin embargo, son unos 250 000 turistas que, antes de la pandemia, llegaban todos los años. Aunque esos números todavía no se recuperan debido a la paulatina reapertura del archipiélago tras el período de cuarentena, se espera que el flujo de turistas comience a aumentar poco a poco. Ello, debido a que toda la economía de Galápagos está dinamizada en torno al turismo. No solo el presupuesto anual que maneja el Parque Nacional Galápagos depende de él, sino también los ingresos de los comerciantes, pescadores, agricultores o transportistas. “No importa si vendes carne o tienes un taxi, si no hay turistas tu economía se va a ver afectada”, explica Mariuxi Farías, representante de WWF en Galápagos.
Por lo mismo, aunque todos esperan el regreso a la normalidad, muchos coinciden en la necesidad de aprovechar este momento para replantear la matriz productiva del archipiélago. “Nos dimos cuenta de que es necesario mirar qué otras actividades se pueden hacer en Galápagos, por ejemplo, darle valor agregado a los productos pesqueros”, dice Farías.
Al mismo tiempo, aunque los galapagueños están de acuerdo en que la necesidad de la reactivación del turismo es innegable, también se preguntan qué tipo de turismo es el que quieren. “En lugar de tener un turismo que sea de masas más bien queremos uno que pueda apreciar el valor del patrimonio natural y que tenga una capacidad de gasto más alta”, dice la representante de WWF.
Según la experta, “el turismo lo tenemos que ver como una herramienta de conservación. Trae muchos beneficios a las comunidades, pero si no está bien planificado, bien manejado, sus impactos pueden ser muy negativos”.
El Parque Nacional Galápagos cuenta actualmente con un plan de manejo que ordena las actividades que se realizan tanto en el área protegida terrestre como en la marina. Entre los aspectos que dicho plan regula está la cantidad de grupos de turistas que pueden estar, al mismo tiempo, en un área determinada.
El problema es que “los sitios cercanos (a la zona urbana), como es el caso de Tortuga Bay, no están catalogados tan estrictamente como los que están más lejanos, que son más prístinos y a los que se va a través de barcos”, precisa Farías, porque “no le puedes decir a la población que no vaya a la playa”, explica.
Además, según Macarena Parra, “lo que ha pasado en los últimos 10 años es que las prácticas de turismo han cambiado. Antes el turismo dominante en Galápagos era el de crucero navegable. Pero ahora el dominante es el que llega directamente a los puertos”, dice. Según explica la investigadora, eso implica que sitios como Tortuga Bay, a los que se accede fácilmente y de manera gratuita, serán cada vez más concurridos. “Entonces puede ser que la situación ahora esté bien, pero tenemos que prepararnos para los próximos años y ver qué hacer, cómo mejorar y aumentar la protección para que los sitios se mantengan lo mejor posible”.
El artículo original fue publicado por Michelle Carrere en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
Si quieres leer más sobre animales en Latinoamérica, puedes revisar nuestra colección de artículos. Y si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí o seguirnos en Facebook, Twitter, Instagram y YouTube.