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El día del sorteo, el 27 de julio de 1961, los escolares de Lima habían impresionado con su desfile en el Campo de Marte, en Jesús María. Esa fecha, las esperanzas de los peruanos no estaban puestas en el predecible discurso por Fiestas Patrias del presidente Manuel Prado en el Congreso sino en el esperado sorteo de las 4 de la tarde del Ramo de Loterías de Lima y Callao. El sorteo de julio venía con un “premio gordo” de cinco millones de soles. La sorpresa llegó apenas se dieron los números ganadores: ¿quién tenía el número de la suerte?
Desde que las loterías de Lima y el Callao se fusionaron en 1907, los afortunados fueron numerosos hasta ese jueves 27 de julio de 1961. Todos habían sido personas agradecidas, efusivas y desbordantes, suertudas, y lo decían a los cuatro vientos. Pero ese año ‘61, el sorteo del Ramo de Loterías de Lima y Callao iba a tener a unos supuestos ganadores muy enigmáticos, extraños, casi inéditos en la historia de esa “ruleta rusa” de cupones o ‘cachitos’.
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Los nervios cundieron esa tarde. Era tradición que el conocido sorteo empezara a las cuatro. Cuando los niños sacaron los tres bolos del “primer” número ganador del premio mayor, el “20-05-53″, nadie sabía que ese no se había vendido. Enterados de ello, debieron extraer nuevamente los tres números de la suerte; se escuchó decir el 15, el 22 y el 64. “El número ganador era el 15-22-64″, gritaron a voz en cuello. (EC, 28/07/1961)
Los cinco millones de soles esperaban a su dueño o dueños. Se corroboró que el número había sido vendido, y luego empezó el calvario para ubicar a los aparentes afortunados. El boleto se había vendido por el agente Humberto Méndez, quien tenía su puesto ubicado en la avenida Abancay, en el Centro de Lima. Sin embargo, Méndez no solo vendía en Lima. Una buena cantidad de ‘enteros’ la enviaba a provincias, por eso no podía decir a quién creía haber vendido el ‘entero’ con el número ganador. Cada sorteo implicaba una cantidad impresionante de ventas. (EC, 28/07/1961)
Ese jueves 27 de julio de 1961, el segundo premio de Loterías de Lima y Callao consistía en medio millón de soles y lo ganó el número “20-88-67″, vendido en Ventanilla, Callao. Pero, la historia del primer premio, el “gordo”, recién empezaba.
NÚMERO DE LA SUERTE: LA SORPRESA DE LOS GANADORES QUE NO QUISIERON SER GANADORES
Al día siguiente, el 28 de julio de 1961, el discurso presidencial de Manuel Prado por el 140 aniversario de la independencia del Perú, trajo un dato interesante (al menos, el más recordado): Lima contaba con una población total de “un millón 729 mil 892 habitantes”.
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La data, obtenida en el censo nacional realizado el 2 de julio de ese año, implicaba un notable aumento, si lo comparábamos con la cifra de 1940, en cuyo censo Lima llegaba solo a “520 mil 528 habitantes”. Prado no tenía el número exacto de peruanos a nivel nacional, “por la complejidad de los cómputos”, se excusó el presidente. (EC, 29/07/1961)
La gente pasó por alto esa falta de cifras en el discurso del presidente, porque estaba más interesada en saber sobre el ganador del sorteo del Ramo de Loterías de Lima y Callao. El asunto empezó a convertirse en un tema polémico. Ese 28 de julio, las autoridades del Ramo de Loterías detectaron al fin que el ganador había sido el señor Javier Zapata Espinoza, natural de Chulucanas, Piura, quien ese día dio la cara, pero no para celebrar su premio, sino para negarlo todo.
Extrañamente, Zapata, suboficial de la Marina de Guerra, apareció sonriente, campechano, y dijo ante la prensa que él y su hermano Pedro (también de la Marina) no se habían sacado los cinco millones de soles, y que todo había sido una “broma”. Lo más extraño fue que su hermano, Pedro, sí llegó a decir que se habían ganado el premio mayor. (EC, 29/07/1961)
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Los hermanos Zapata eran de Bellavista, Callao; eran cercanos, pero no se pusieron de acuerdo con lo que iban decir, al menos al comienzo. Así, mientras el hermano mayor, de 31 años, Pedro Zapata, que estaba de servicio en el Arsenal Naval, había declarado a El Comercio que ellos se beneficiaron de la fortuna; el hermano menor, de 29 años, Javier Zapata, dijo lo contrario. Fue este último quien aseguraba que todo había sido un malentendido.
El menor explicó que fue una “broma de mal gusto que se gastó con su hermano y familiares, al decirles que uno de los dos billetes que compraron a medias, era el número 15-22-64″. (EC, 29/07/1961). Es decir, se confesó como el bromista de la familia.
Javier Zapata fue muy lejos con esa supuesta “broma”, pues no solo le dijo eso a su hermano y demás familiares, sino que, cuenta El Comercio, “permitió incluso que tanto su hermano mayor como el resto de la familia compraran abundante licor para festejar la ‘buena nueva’ anteanoche”; esto es, la noche del 27 de julio de 1961, día del sorteo.
LOS FALSOS MILLONARIOS DE 1961: UNA BROMA QUE LES SALIÓ CARA
Pero la cosa pasó a mayores. Para buena parte de sus familiares y amigos, el hecho ya no era visto como una “broma”. Estaban convencidos de que los hermanos Zapata solo querían evitar la avalancha de “préstamos” que su familia se preparaba a pedirles. Todos dudaban. Nadie estaba seguro de nada.
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El Arsenal Naval estaba rodeado por la prensa. Los reporteros querían hablar con los hermanos, quienes eran allí “oficiales de Mar de Tercera”. Pedro y Javier Zapata eran casados y, al parecer, con varios hijos. (EC, 29/7/1961)
La historia había comenzado cuando los Zapata compran, a medias, dos ‘enteros’ de la lotería. “Fue Javier Zapata el hermano comisionado para la compra de los billetes que efectuó a un vendedor del jirón Puno; pero este se cuidó bien de no decir a su hermano mayor qué números había adquirido”, informó el diario decano.
El Comercio preguntó a Pedro Zapata -el hermano que creía haber ganado el premio mayor hasta ese instante- cómo es que fueron los hechos. Este relató que el miércoles 26 de julio de 1961, por la tarde, le llegó a preguntar a su hermano Javier por lo números que había comprado. Javier le dio dos números, “el 15-22-64 (número agraciado) y otro más”. (EC, 29/7/1961)
Entonces, con esos datos bien apuntados, Pedro quedó tranquilo y se fue a su trabajo en el Arsenal Naval. La versión de Javier, por el contrario, era para no creer: confirmaba todo lo que Pedro había contado a El Comercio, pero completaba la historia así: aceptaba haber mentido a su hermano, “para que en caso de que si salía el número que verdaderamente tenía su billete le daba la sorpresa”. Según él, había comprado los números “25-4-382″ y “19-01-66″.
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Cuando llegó el momento del sorteo, el 27 de julio de 1961, Pedro Zapata saltó hasta el techo al escuchar por la radio el anuncio de uno de los números ganadores que su hermano le había hecho anotar, el “15-22-64″: era el premio mayor. Pedro no había visto el billete, puesto que lo tenía su hermano, contó. Por eso fue a buscarlo a su casa.
“Este, sin mostrarle los huachos, le contestó tranquilamente que se habían sacado los cinco millones”. Y el propio Javier Zapata comenzó a decir a todos que habían obtenido el “premio gordo” de la lotería, y sin más celebraron con licor que habían comprado sus familiares. (EC, 29/7/1961). La familia Zapata vivía en la calle Lincoln, en Bellavista, y hasta allí llegaron los reporteros del diario decano esa misma tarde del 28 de julio.
En la calle Lincoln Nº 151 había un “bautizo” y gente celebrando la suerte de los hermanos Zapata Espinoza. Cuando los reporteros merodeaban entre los asistentes para saber sus comentarios sobre el suceso en la lotería, apareció Javier Zapata, y en ese momento, sin percatarse de la presencia de los reporteros -según el cronista de El Comercio- anunció a sus familiares y amigos allí reunidos, “que aquello del premio de los cinco millones era falso, todo había sido una broma”. (EC, 29/7/1961)
Javier pidió disculpas, de una forma “muy estudiada”, según indicó el reportero del diario. Dijo, además, que en la mañana había pedido disculpas a sus amigos, a los que también, admitió el marino, “había engañado con la noticia”. Aparentemente sincero, y algo abrumado, el menor de los Zapata confesó que “lo que más me apena, es que el Comandante de la Unidad a la que pertenecemos mi hermano y yo, me ha creído un mentiroso”.
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UNA HISTORIA QUE NO ACABÓ CON UNA DISCULPA: LOS HERMANOS “MILLONARIOS”
El sábado 29 de julio de 1961, los hermanos Zapata desaparecieron de sus respectivos domicilios en el Callao. Algo no estaba bien. Ya desde que El Comercio publicó una nota con el titular de “Aumentan indicios de que hnos. Zapata ganaron los cinco millones de soles”. (EC, 30/7/1961), las sospechas no se desparecieron. Los medios de prensa aún seguían considerándolos como “presuntos ganadores de los cinco millones de la lotería de Lima y Callao”. (EC, 30/7/1961)
Según fuentes del diario decano, los dos hermanos estuvieron todo ese día, hasta la noche, en la casa de un familiar, en el barrio de El Porvenir, en La Victoria. Se supo que allí también hubo un “bautizo” que celebraron entre ellos. Por su parte, algunos familiares insistieron en que ambos no parecían haber perdido ese “premio gordo” sino que expresaban hasta alivio y alegría, decían.
Uno de esos convencidos de que ellos habían ganado el premio mayor fue el oficial de mar Andrés Ayala, quien era concuñado de los Zapata y compañero de armas. Otra persona más convencida fue Yolanda Zuviati de Ayala. Entrevistados en su casa, en La Perla Alta, el sábado 29 de julio, estos parientes aseguraron haber escuchado al propio Javier Zapata que el ‘entero’ premiado con los cinco millones “lo tenía guardado junto a una imagen del beato Fray Martín de Porres, y que por esto le iban a levantar un pequeño altar en la nueva casa”. (EC, 30/7/1961)
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Otros familiares más testimoniaron que Javier Zapata había dicho que con ese dinero “iban a viajar al extranjero, llevándose a un familiar que sufre de grave enfermedad, para que lo vean especialistas famosos”. Retirarse de la Marina era otro camino de los Zapata, al menos de Javier, dijeron los testigos; y que junto a su hermano Pedro y su concuñado Andrés Ayala se dedicarían a la pesca, para lo cual tendría pensado comprar “una lancha bolichera”. Todas estas acciones o tareas las realizarían a su regreso del extranjero.
Sin embargo, otro familiar, que no quiso identificarse, dijo a El Comercio que esos planes, efectivamente, fueron expresados por Javier Zapata, pero este mismo le dijo que todo lo había dicho ebrio, con varias copas encima, el mismo sábado 27 de julio, el día del sorteo. “Estuve divagando con mi broma”, le habría dicho el “bromista” de los Zapata. (EC, 30/7/1961)
Para Andrés Ayala, el concuñado, aquello que desmentía Javier Zapata era muy extraño: lo más probable, según él, es que le haya dado miedo o haya visto demasiadas dificultades si aceptaba públicamente haber ganado el premio. Ayala conocía a Javier Zapata no como un “bromista” sino como una persona seria.
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El CASO DE LA LOTERÍA DE LIMA Y CALLAO DE 1961: LA VERDAD FUE SALIENDO A FLOTE
Luego ocurrió algo que se esperaba que pasara: el martes 1 de agosto de 1961 el diario informó que, el día anterior, el lunes 31 de julio, por la mañana, alguien había encargado el cobro de una fracción del entero ganador Nº 15-22-64 (la sexta parte) a las oficinas del First National City Bank de Lima. Esa fracción correspondía a la suma de S/. 622,187.50, deducido el descuento de ley.
Esa misma tarde, dicho banco hizo efectivo el cobro en el Ramo de Loterías de Lima y Callao, que emitió un cheque bancario con el Nº 252426. “La persona que cobró por el Banco fue el señor Fernando Moyano”. Por más esfuerzo y solicitud del reportero de El Comercio, no fue posible conseguir el nombre de la persona ganadora del premio. El banco negó cortésmente ese dato a la prensa. El resto del premio seguía esperando a su afortunado ganador. (EC, 1/8/1961)
Por la forma en que se cobró esa fracción, la opinión pública entendía que los hermanos Zapata con seguridad deseaban “cobrar el premio por partes y de tiempo en tiempo”. El Comercio ubicó por fin a Javier Zapata en su casa, el lunes 31 de julio (el mismo día del misterioso cobro), luego de vanos intentos el sábado 29 y el domingo 30. Declaró, de nuevo, que no era el ganador de la lotería, como había dicho a todos el mismo 27 de julio. “Aunque no le causó sorpresa enterarse que ya una fracción de número había sido cobrada”.(EC, 1/8/1961)
Agregó que “hasta el momento mi hermano Pedro no me ha dado un centavo por los dos enteros, yo solo los tuve que comprar”. Dijo que ya había tenido los ‘enteros’ de la lotería en su poder, cuando efectivamente le propuso pagarlos a medias. Era el “premio gordo”, valía la pena. Javier Zapata reiteró que le había mentido a su hermano Pedro cuando le dijo, un día antes el sorteo, que tenía el número 15-22-64, y que pudo decirle cualquier número ese día. “Todo fue una coincidencia”, señaló. (EC, 1/8/1961)
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La misma prensa y la gente comentaban entonces que si hubiera habido otro ganador que no fueran los hermanos Zapata, ya se habría presentado para reclamar el premio. Era lo que el sentido común decía. Por eso, cada vez más las miradas se cernieron sobre esta familia. Sin embargo, ellos no solo seguían negándolo en todos los idiomas sino que, desde esa semana, empezaron a hacerlo con fastidio, incluso con irritabilidad.
Ya no eran los propios Pedro y Javier Zapata los que declaraban, ahora les tocaba el turno a sus esposas. El lunes 31 de julio, los periodistas abordaron a la señora Isabel de Zapata, quien les dijo, de manera airada, que “para broma la cosa ya debía haber terminado, no permitiré que los diarios sigan molestando para averiguar si es verdad o falso aquello del premio”. (EC, 2/8/1961)
Cuando se le inquirió el por qué tanta alegría en su casa entonces, esta dijo que “hay que estar contentos ya que en estos últimos tres días hemos sido tratados como millonarios, por la broma de Javier. A lo mejor mi esposo me tiene reservada una sorpresa sobre la lotería. Yo no sé”, declaró. (EC, 1/8/1961)
En tanto, la esposa de Pedro, quien vivía en la calle Apaza, también en Bellavista, contó a los reporteros que había devuelto 10 mil soles a un banco, porque sus agentes habían dejado en su casa esa cantidad “sin compromiso”, dijeron. “A la fuerza quieren que los hermanos Zapata sean los afortunados y depositen su dinero en dicho banco”, expresó la esposa.
El caso llamaba la atención porque no era usual, en esos tiempos, que el ganador de la lotería ocultase o negara su suerte. La gente festejaba un premio de lotería, lo contaba, declaraba sus planes a futuro, etc. Además, Javier Zapata lo seguía negando, pero a la vez no dejaba de sonreír y seguir brindando con sus amigos y familiares. Eso podía confundir a cualquiera.
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JAVIER ZAPATA: UN TESTIMONIO QUE PARECÍA CERRAR EL CASO
El viernes 4 de agosto de 1961, poco más de una semana después de todo el barrullo que empezó el jueves 27 de julio, Javier Zapata, el que originó toda la confusión, dio una entrevista a El Comercio.
“Tener fama de millonario, sin serlo, es una de las tragedias más grandes que uno puede sufrir”, dijo. Era una de las frases más llamativas de esa sorprendente conversación. Y así empezaba la nota del diario decano. Zapata, esta vez, parecía realmente sincero. Ya no tenía esa sonrisita nerviosa de sus primeras declaraciones “aclaratorias” para decir todo había sido un juego con su hermano… Ahora estaba adusto, por momentos parecía hasta acongojado.
Ocho días después del tobogán en el que había caído, el hermano menor de los Zapata se confesaba: “Mi vida ha sufrido un trastorno terrible. Ya no tengo paz ni tranquilidad; las felicitaciones, los abrazos y brindis de los primeros días se están convirtiendo ahora en gestos de hostilidad”, se quejaba. (EC, 5/8/1961)
Javier Zapata ahora solo veía malas caras, incluso dentro de su familia y en su entorno amical. “Creen que soy avaro o mentiroso al no corresponder, con largueza de millonario, las demostraciones de parientes, amigos y conocidos”, confesó al diario. Pese a señalar ese calvario que vivía, el cronista de El Comercio no pudo dejar de describirlo como un tipo “moreno y un tanto burlón”.
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Aparentemente, todo era paz en la vida de Javier Zapata hasta esa tarde del 27 de julio de 1961. Trabajaba en la Base Naval del Callao como “furriel”, es decir, encargado de la distribución de suministros de algunas unidades y del nombramiento del personal de servicio para la tropa. Casado y con cinco hijos, contó esa vez que su hogar se vio invadido de pronto “por una verdadera ola de vendedores de toda índole de cosas: desde radios hasta haciendas, edificios, aviones, automóviles, etc.”, todos en la creencia de que es un nuevo millonario. Una mina de oro. (EC, 5/8/1961)
Zapata pintó al reportero de nuestro diario un escenario desquiciante. Más allá de los mercachifles, de sol a sol, le visitaban o intentaban hacerlo agentes de empresas para proponerle negocios o inversiones en uno u otro sitio; recibía cartas de todo el país y del extranjero en las que, contaba, le hacían “proposiciones inverosímiles”. Desconocidos lo saludaban por su nombre, “Javier, Javier”, y también mujeres hermosas aparecían para seducirlo. “Cosas de millonarios”, se decía y lo dejaba pasar.
“Le aseguro que ni 50 millones de soles me alcanzarían para efectuar todos los negocios que me han propuesto”, decía Zapata con cierta ansiedad. Pero eso no era todo. Contó que sentía una gran impotencia por no poder ayudar, por no tener, en verdad, ese dinero que todos creían que tenía y con el que hubiese podido apoyar a tanta gente humilde. (EC, 5/8/1961)
“Me duele no poder atender estos pedidos y me duele el resentimiento que hay en las personas que hacen una gestión inútil. Me creen egoísta, avaro, mal educado, etc.”, decía. Entonces, el periodista le preguntó: “¿Qué es lo que usted más desea en esos momentos? ¿Ganarse en verdad alguna lotería?”.
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“No, de ninguna manera. Lo que más quiero es que la persona que realmente se ganó los 5 millones, diga quién es. Para mí esto constituirá la mejor satisfacción”, finalizó. No había forma de saber si Javier Zapata estaba diciendo la verdad o no.
Con el paso de las semanas y los meses, el tema de los hermanos Zapata y la lotería se fue diluyendo en la prensa. Para el Ramo de Loterías de Lima y Callao, Javier Zapata Espinoza había comprado el número ganador. Los cobros en el banco se siguieron haciendo, bajo la reserva del nombre del ganador.
Finalmente, los nombres de estos supuestos ganadores dejaron de ser públicos. Mantuvieron sus casas en Bellavista, Callao, y solo entonces empezaron a disfrutar del placer del anonimato. Un anonimato que luego se hizo frecuente en los ganadores de los siguientes sorteos de las Loterías de Lima y Callao por Fiestas Patrias.
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