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A 44 años del “Centenariazo”: la gesta de Perú ante Uruguay camino al Mundial 82 | FOTOS EXCLUSIVAS
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El 23 de agosto de 1981 no fue un domingo cualquiera. La expectativa deportiva era masiva, todos sabíamos que nos jugábamos gran parte de la clasificación al Mundial España 82 en ese choque con Uruguay en el mítico Estadio Centenario de Montevideo. La Blanquirroja se enfrentaría en una batalla de titanes a su par uruguaya, en un duelo que definía no solo un resultado, sino el destino de una nación hambrienta de gloria, unida por el sueño de volver a la cita más grande del fútbol mundial.
Las eliminatorias para el Mundial de España 82 habían tejido una trama de drama y esperanza, y el capítulo clave de esa odisea se escribiría en la ribera del Río de la Plata. La ‘garra charrúa' esperaba en su feudo, con la historia de su lado y con la pesada camiseta de campeones del mundo que alguna vez vistieron con orgullo.
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Pero al frente, en ese coloso de cemento de tantas proezas celestes, estaba la Blanquirroja que no iba a ofrecer menos que la entrega más absoluta, y sus ganas de volver a un mundial de fútbol, luego de su anterior y cercana experiencia en el de 1978, en Argentina.
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PERÚ VS. URUGUAY: EL ESCENARIO DE UNA BATALLA TÁCTICA
El telón se levantó con el pitazo inicial, y de inmediato, el césped se convirtió en un campo de batalla donde cada pase era una amenaza y cada quite, un acto de fe. Los peruanos, en su máxima expresión de virtuosismo y carácter, comenzaron a dibujar en la cancha la silueta de un equipo que jugaba de memoria.

Ese equipo bicolor que armó el brasileño Tim, con Quiroga, Rojas, Díaz, Chumpitaz y Duarte; Cueto, Velásquez y Uribe; Oblitas, Barbadillo y La Rosa, se conocía con solo mirarse; ellos sabían que su fuerza radicaba en la colectividad. Esa tarde montevideana, Perú fue más que nunca esa sinfonía de toques que tanto había deleitado al continente.
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El juego transcurrió con la tensión de un hilo a punto de romperse. La presión del local era palpable, una marea celeste que intentaba ahogar el avance peruano. Pero la defensa bicolor, sólida como una roca, resistió los embates, y el mediocampo, con su dominio magistral, convirtió la adversidad en oportunidades.

El combinado peruano parecía andar al filo del abismo, o de una trampa celeste, pero su paso era seguro, incluso elegante, como si la presión del momento no fuera sino una motivación más para exhibir su mejor versión.
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PERÚ VS. URUGUAY: EL GRITO PERUANO QUE ACALLÓ EL CENTENARIO
Y entonces, en el momento clave, con la precisión de un relojero suizo y la astucia de un cazador, llegó el instante cumbre. Un contragolpe fulminante, una jugada de esas que solo los conocedores pueden concebir, desarmó la defensa uruguaya y, a los 40 minutos del primer tiempo, el grito de gol de Guillermo La Rosa, que remató violento de derecha, tras pase de Juan Carlos Oblitas, se escuchó en cada centímetro del estadio rival.

Entre los peruanos asistentes al Centenario, ese grito fue como un huracán de júbilo, y en cada rincón del Perú la gente golpeaba sus puertas y ventanas, y entraban y salían de sus casas... La ventaja era nuestra, el marcador había cedido ante el empuje de la Blanquirroja.
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Los minutos que siguieron fueron un ejercicio de entereza y gallardía. Los celestes arremetieron con todo su ímpetu, buscando el empate, la redención en su propia casa. Pero la selección peruana, lejos de replegarse, continuó jugando con la misma vocación ofensiva, con la seguridad de quien sabe que el triunfo no es casualidad, sino el fruto de un trabajo arduo y disciplinado.

Así, apenas iniciado al segundo tiempo, en la primera jugada de ataque de los peruanos, José Velásquez dio un pase milimétrico al “Diamante” Julio César Uribe, y este con toque sutil pero firme, batió por segunda vez el arco custodiado por Rodríguez. Era el minuto 2 de la segunda etapa. Los charrúas estaban sorprendidos en la cancha y mudos en las tribunas. Solo les quedó buscar la imposible hazaña de remontar ese marcador.
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PERÚ VS. URUGUAY: LA EXPLOSIÓN DE ALEGRÍA DE UN PUEBLO ENTERO
Luego vino un gol bien anulado en el minuto 19 del segundo tiempo del jugador Paz. Aquello pareció terminar con las esperanzas celestes, pero estas renacieron tres minutos más tarde. Entonces, el monstruo celeste pareció despertar. Desde la banda derecha, el incansable Moreira lanzó un balón con la precisión de un artillero, un centro de esos que llevan veneno, directo al corazón del área peruana. Allí, emergió el instinto de cazador de Victorino.

Esa vez, el goleador celeste no titubeó. El “9” oriental dominó el balón con el pecho y con el mismo toque, desairó a su marcador que se vio superado por el ingenio y la potencia. El arco del guardameta bicolor Ramón Quiroga, que hasta ese momento era un búnker inexpugnable, se vio asaltado.
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El disparo, tan potente como sorpresivo terminó en las redes de la escuadra peruana. Sin embargo, a partir de ese gol, el del descuento, la selección de Perú controló el juego, los tiempos, jugó con tranquilidad, con una personalidad que ya quisiéramos tener hoy, hasta que el pitazo final del árbitro chileno Juan Silvagno señaló el final del juego en el Centenario.


Lo que siguió en los hogares peruanos, esa gloriosa tarde del 23 de agosto de 1981, fue una explosión de entusiasmo, de júbilo sin reservas, de una emoción desbordante que hizo que Lima y todas las ciudades del país se llenaran de banderas, cánticos y caravanas que avanzaban en medio de gestos emocionados y abrazos espontáneos.
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Los peruanos de todas las edades se volcaron a las avenidas, a las calles, en un torbellino de euforia que no tenía límites. Los cláxones sonaron sin cesar, las camisetas rojiblancas se multiplicaron como un manto de fe sobre la multitud, y los gritos de “¡Perú, Perú!” resonaron en todo el país. Así se vivió esa epopeya futbolística de hace 44 años.











