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Werner Herzog en Lima: la historia de su visita secreta y su llegada a El Comercio en 1998
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En 1998, el enigmático director Werner Herzog regresó a Lima con un propósito doble. Por un lado, buscaba nuevas pistas para un proyecto audiovisual sobre el recordado accidente aéreo de 1971 en Pucallpa, del cual Juliane Koepcke fue la única sobreviviente. Por otro, su visita tenía un motivo personal: encontrar las huellas de su propio pasado. Moviéndose de forma inadvertida, el cineasta exploró en el archivo los mismos lugares donde, 27 años antes, la fortuna lo había salvado de un trágico destino.
La historia indica que el cineasta alemán Werner Herzog (Múnich, 1942) también tenía la intención de revivir su propia experiencia, ya que él mismo estaba en la lista de espera para ese mismo vuelo la víspera de la Navidad de 1971, el 24 de diciembre.
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Reportes de un clima adverso limitaron el número de pasajeros del vuelo 508. Aunque en un inicio se dirigía a Cusco, el destino se cambió a Iquitos, con escala en Pucallpa. Veintisiete años más tarde, en 1998, el cineasta teutón seguía sintiendo una profunda inquietud por saber más sobre el fatídico vuelo.
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HERZOG: LA PRESENCIA DEL AUSENTE
El 17 de agosto de 1998, nadie en El Comercio notó su llegada. Deambulaba por los bulliciosos pasillos del diario como si fuera un actor de cine mudo, anónimo y discreto. En un mundo que idolatraba a las celebridades y buscaba el reflector, Herzog, un director laureado en Cannes, se paseaba sin gafas de sol ni la parafernalia de Hollywood.
Un empleado del archivo, que una semana antes le había entregado un folder con recortes sobre "Accidentes aéreos“, no lo reconoció de inmediato. Desde el estreno de ”Fitzcarraldo" en 1982 habían pasado 16 años, y el público recordaba más al protagonista, interpretado por Klaus Kinski, que al director Herzog.

Quienes lo vieron solo recuerdan a un hombre que ordenaba “¡silencio!” en un delicado idioma alemán, desde detrás de una cámara filmadora. Su presencia, ya fuera en el archivo de recortes, la hemeroteca o la cafetería, era la de un fantasma en “technicolor”, aliviado por el olvido.
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Herzog no buscaba la atención; de hecho, la evitaba. Se sentía feliz cuando su nombre no era susurrado ni era señalado como un cineasta popular. Para él, las palabras siempre estaban de más, como si pesara el simple hecho de nombrarlas.
En la gran hemeroteca del diario, acompañado por la sobreviviente Juliane Koepcke y su equipo de filmación, Herzog revisó la primera plana que anunciaba el hallazgo de la joven alemana en medio de la selva.

HERZOG: UN PASADO QUE REGRESA
La razón de su discreta visita fue tan profunda como una de sus propias películas. En ese frío agosto de 1998, se hallaba en el Perú para filmar un segmento de la serie de televisión alemana "Viajes al Infierno“, cuyo objetivo era entrevistar a Koepcke, la única que sobrevivió a un accidente aéreo en la selva peruana.
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Juliane, quien en 1971 tenía solo 17 años y era hija de dos científicos alemanes, también pasó varios días en agosto de 1998 en el “Departamento de Investigación Periodística y Archivo” (DIPA) de El Comercio. Ahí, revisó en microfilme páginas y páginas de las ediciones de diciembre de 1971 y enero de 1972, cuando la selva casi la devora.
Sin embargo, el verdadero hilo narrativo de la visita no era el de ella, sino el de él. Werner Herzog, a quien la prensa a veces llamaba "el cineasta maldito“, confesó al final de un fugaz encuentro con un redactor del diario Decano, que su interés iba más allá del proyecto.

Allí, reveló en detalle que el 24 de diciembre de 1971, él estaba en lista de espera para el vuelo 508 de Lima a Cusco. Su plan era llegar a Machu Picchu para filmar "Aguirre, o la ira de Dios" (1972). Por designio del destino o, como él lo describió, por la “cólera divina”, un reporte de clima adverso hizo que la aerolínea Lansa cambiara la ruta de ese fatídico vuelo.
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Así, el avión se olvidó del Cusco y se dirigió a Iquitos, vía Pucallpa, donde finalmente cayó y en el que viajaban Juliane y su madre. En 1998, Herzog aún recordaba con claridad aquella escena de hombres y mujeres empujándose por un asiento en ese avión, los gritos de alegría de los elegidos y los últimos adioses.
HERZOG: EL DIRECTOR BENDITO
El director alemán, quien de niño era tan callado que sus compañeros se burlaban de él hasta hacerlo llorar, se había acostumbrado a ser una persona de monólogos, de pocas palabras. Cualquier diálogo lo trababa o bloqueaba; era un esfuerzo que asumía con estoicismo.

Quizás por eso, su encuentro con la prensa peruana duró lo que un intermedio en el cine. Le preguntaron si seguía siendo el "cineasta maldito" de la generación de Wenders y Fassbinder, a lo que él respondió que, más bien, se veía a sí mismo como un "cineasta bendito“. No en vano, para esa fecha había realizado ya cuarenta películas.
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En ese breve encuentro, confesó que su único sueño en ese momento no era hablar de cine. Estaba demasiado concentrado en terminar la historia de Juliane Koepcke para la serie de televisión. Y de esta forma, tan enigmático como llegó, se alejó del alcance de los micrófonos y las grabadoras.
Werner Herzog pasó por El Comercio y dejó su imagen en la hemeroteca para la eternidad.











