Esta vez fue por las buenas. Con un modelo de estreno y otro renovado, los vehículos blindados de combate alemanes tomaron Europa. Transitorio, en su matriz, el tiempo es un continuo indivisible que vuelve a comenzar una y otra vez. Estos jugadores, los autóctonos y los llegados de todas partes, evocan la estampa de Beckenbauer, la potencia de Muller, la distinción de Breitner. Son otros pero, en esencia son los mismos: poderosos, elásticos, invencibles.
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Con el deber cumplido por el hermano menor, el Bayern y su estirpe copera, el Bayern y sus ochos triunfos en esta Champions, el Bayern y su mano de títulos levantados en Europa, medía fuerzas con esta pálida versión del Barcelona. Tras la gesta del Leipizg frente al Atlético, la presión había crecido. Aún con “el milagroso” Messi enfrente, los de Baviera eran favorito. Los antecedentes en Champions servían de augurio.
Ya en la cancha se entendió el porqué. Los blaugranas fueron oposición solo hasta el uno a uno. Había abierto Muller y replicado el Barza con autogol de Alaba. Hasta ese minuto, se intercalaban los ataques. Luego, víctimas de la presión muniquesa y de una inexplicable fatiga temprana, los catalanes se descascaron sin remedio. Flick ajustó las tuercas, los tanques agilizaron el ritmo y redondearon una velada inolvidable. Muller, otra vez, Perisic y el talentoso Gnabry enviaron al Barza al purgatorio. Fútbol moderno, lujoso y vertical en su versión más contundente. Se fueron 4 a 1 al descanso.
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Más de lo mismo en la segunda mitad, con rendimientos individuales altísimos a excepción de Lewandoski, su mejor jugador, la maquinaria bávara siguió masacrando al Barza. Ni siquiera el gol anulado al delantero polaco y el posterior tanto de Suarez despertaron a los catalanes. Física, táctica y anímicamente la abismal diferencia se tradujo en la red: Kimmich, Lewandoski en posición discutible y Coutinho, por duplicado, sellaron la paliza. Adrenalina para recuperar la pelota y velocidad sin precipitación en ofensiva fueron los valores diferenciales del campeón alemán. En contraparte, los ibéricos naufragaron en todo aspecto, al punto que el mismo Messi, devorado por la marea roja, lució como un mortal más.
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La goleada refleja con nitidez la calidad de la gestión dirigencial: serios y responsables los alemanes, caóticos los españoles. El Bayern cosecha su siembra y amenaza con gobernar Europa por mucho tiempo. El Barza tiene que refundarse pronto. Hace buen rato que solo con Messi no les alcanza.
El jueves el Leipzig del joven Naggelsman demostró que una billetera humilde no implica que el balón tenga que ser maltratado. Clasificó con justicia a las semifinales. Ayer en Lisboa, los reyes escarlatas, aplastando al Barza, proclamaron algunas de las claves del fútbol del futuro. Los Panzers avanzan firmes.
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