Ocurre con los genios: el día que consiguen la hazaña, cualquiera sea, pasan a pertenecerle a la gente. Son más de otros que del espejo. Con Maradona ocurría que su enorme corazón era de sus hijas, Dalma y Giannina; sus millones de los amigotes; su pie izquierdo de cada niño que sin nacer en Argentina se sentía argentino, y a través de su magia quería ser como él. Su imagen pertenecía a los fotógrafos, su rebeldía a los documentalistas y sus goles a los representantes. Ya ni su apellido era suyo: maradonianos habían en Sri Lanka o Afganistán. Diegos Armandos en millones de cunas.
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