No fue central (aunque luego sería esa palabra definiría su lugar en el mundo). Corría fines de los ochenta cuando un pequeño volante por derecha de la categoría 77 del Deportivo Zúñiga causaba sensación. Era una época gris del fútbol peruano: se terminaba la generación Cubillas, Uribe y Chumpitaz, los clubes locales se manejaban por dirigentes llamados mecenas y los campos de grass -digamos, el Estadio Nacional- parecían bombardeados por una guerra. Vivíamos, además, una terrible crisis económica.
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Querer jugar al fútbol era, al mismo tiempo, locura y salvavidas
Y Virgilio Martínez, junto a Pía León dueños del restaurante Central, el mejor del mundo según la edición 2023 de la lista gastronómica The World’s 50 Best, quería.
Le decían ‘Maradona’, pero no solo por portar la diez de aquel recordado equipo formador de menores, sino por su gran habilidad, técnica y potencia de piernas, que lo hacían imparable para sus rivales. Hasta tres ex compañeros de ese equipo con los que he hablado coinciden en eso. Era el llamado a ser la gran promesa de dicha institución. Su nombre: Virgilio Martínez.
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En una década complicada para el fútbol nacional, Deportivo Zúñiga buscaba encontrar a los nuevos talentos y en una de sus categorías – la 77 – uno de sus integrantes llamado Daniel le mencionó a su entrenador Paco Hoyos que tenía un compañero dispuesto a unirse al plantel. Fue así que el hoy dueño del mejor restaurante del mundo con 12 años llegó a dicho conjunto, donde no solo se encontraría con Daniel, sino también con otro buen compañero, Dusan, un lateral izquierdo goleador. El tridente pasó de las aulas del colegio Weberbauer a las canchas de fútbol.
Algo llenito, pero de un talento inigualable, Virgilio comenzó a ganarse los elogios desde los entrenamientos. Antes de su llegada, el equipo se encontraba a mitad de tabla; pero con él haciendo de las suyas por el sector derecho comenzó a trepar en la tabla de posiciones. Su nombre sonaba con fuerza por los pasillos de las oficinas de la plana mayor del Zúñiga – que tenía como su mayor talento a un chico de la categoría 80 de nombre Renzo Sheput -; por ello en un partido ante la Academia Tito Drago, la directiva encabezada por don Pepe Zúñiga decidió ir a verlo in situ.
No podían creer lo que veían. Lo que habían escuchado de aquel pequeño era totalmente cierto, incluso tenían claro el valor que tendría su pase si algún otro club deseaba llevárselo. Era la nueva joya azul. Tras ese primer campeonato, Virgilio disputó uno más y con él como figura alcanzaron un meritorio tercer lugar. Ya con 13 años, lo esperaban para dar inicio a su tercera temporada en la institución, pero no llegó a las primeras prácticas.
Las llamadas a su casa no se hicieron esperar y su padre fue el encargado de decirle al emisario del Zúñiga que Virgilio había decidido no jugar más al fútbol. El dirigente azul decidió ir a visitarlo para hablar con el propio adolescente. Espero unas horas, hasta que Virgilio llegó acompañado de un amigo, dos jovencitas y un skate. Le dijo al hoy reconocido chef para que no abandone el deporte rey, pero él lo tenía claro: ya no quería saber más del balón, sino quería andar en su patineta (quizá por amor a la muchachita que lo acompañaba). Era el fin de su trayectoria en el fútbol, pero también el inicio de otra pasión. Y no se equivocó.
Luego su historia ya es por todos conocida. En todo lo que hizo, fue el mejor. Desde una cancha de fútbol, una pista de skate hasta una cocina. Quizá perdimos a una extraordinario número 10, pero ganamos a un número 1 mundial. De niño, Virgilio ya ponía la sazón, no en la mesa, sino en la cancha.