Veinte días antes de dejar de ser un indocumentado, la vida le enseñó sus colmillos, y a su vez le dejó en claro que tenía otros planes para él.
Juan Reynoso inició su carrera en el fútbol siendo un sobreviviente. Gracias a una lesión, no se subió a un avión que luego se desplomaría en el mar con el equipo completo de Alianza Lima, en 1987.
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Desde entonces hasta estos días, Reynoso ha demostrado que, como hombre de fútbol, es alguien que toma decisiones.
A los 21 años, el hijo de un agente de la PIP (Policía de Investigaciones del Perú) y una ama de casa dejó su quinta en Barranco para probar suerte en el fútbol español y, de paso, casarse con su compañera, Rocío Serna –exvoleibolista–, y convertirse en padre.
A los 23 años, de vuelta en Lima, fichó por Universitario, consciente de las consecuencias: el rencor de la hinchada aliancista generación tras generación.
Y a los 30 años, a inicios de este siglo, tomó la decisión de marcharse en silencio después ser borrado de la selección peruana por el colombiano ‘Pacho’ Maturana sin ninguna explicación de por medio.
Reynoso se prometió a sí mismo que sería otro tipo de entrenador. Uno capaz de plantarle cara a los problemas en lugar de rehuir de ellos. Dicen, quienes lo conocen, que cuando tiene algún pendiente por resolver con un futbolista busca a un par de testigos para que presencien la discusión, y así evitar los ‘teléfonos malogrados’.
Y eso es muy valorado, en un medio donde a los entrenadores les cuesta sentar a los consagrados para darle oportunidad al que esté mejor, en esa semana.
El exarquero Leao Butrón, dirigido por Reynoso en Melgar, ha dicho: “Si fuera técnico sería como él. Renegón, pero con llegada al grupo”.
Omar Fernández, un colombiano muy querido en Arequipa, lo secunda: “Él me cambió la vida porque me dio muchas oportunidades. No se me olvida cuando mi hijo pequeño tuvo un accidente y de las primeras personas que estuvieron apoyando fueron él y su esposa”, contó.
Walter Bustamante, un peruano que radica en Virginia y fue compañero de Reynoso en una preselección juvenil a mediados de los ochenta, lo define así: “Fuera de la cancha era muy correcto y dentro de ella bastante cumplidor. Era el último en irse. Por eso ha escalado tanto”.
Perspicaz de la táctica
Miguel Torres, campeón nacional en el 2009 con Universitario, recuerda que Reynoso preparaba un papelógrafo con todos los datos de los rivales antes de los partidos.
“Juan no confía en su suerte y menos en la de los jugadores. Lo planifica absolutamente todo. Hoy tenerlo como entrenador debe ser una delicia”, opina.
El periodista Rubén Marruffo, testigo de la hazaña del ‘Cabezón’ de darle un título al Cruz Azul luego de más de dos décadas, da más luces: “Se interesa por el crecimiento personal del futbolista. A inicios de temporada tiene charlas individuales con ellos y siempre les pregunta: ¿Cómo te ves en diciembre?”.
Claramente, no desea que solo le respondan que se ven levantando más de un trofeo. Acaso pretende que descubran el resplandor de la sencillez. Ese, más o menos, es Reynoso.