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Fiscal tan perdido como caballeroso
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En entrevista con Milagros Leiva en El Comercio del último domingo, el nuevo fiscal de la Nación, Tomás Gálvez, aparece al mismo tiempo tan caballeroso como perdido en el ejercicio pleno de sus funciones.
No perder los buenos modales no quiere decir que, graciosamente y por una cuestión de ingenua galantería, vaya a perder la fuerza de su poder. Y lo que es peor: que él vaya a terminar perdido, sin saber qué hacer de verdad.
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Resulta que Gálvez, más lleno de miedo que de prudencia en su interinato de seis meses, no quiere sentarse en el sillón de fiscal de la Nación, en el noveno piso de la sede institucional, y prefiere hacerlo en el suyo, del octavo piso. Su argumento, noble e ingenuo, es insostenible: él ha sido nombrado no para calentar un asiento arriba o abajo, sino para dirigir y garantizar la persecución del delito, caiga quien caiga, y para devolverle al Ministerio Público respeto y credibilidad, no importa si lo hace en dos, cuatro o seis meses.
Despierta dudas que Gálvez quiera ser caballeroso con una fiscal que le ha demostrado a medio mundo no tener respeto ni por la ley ni por su institución y que, a la primera de bastos, a la hora que retorne de su suspensión de seis meses, seguramente echará fuera y sin miramientos al actual fino, educado y tierno ocupante del cargo.
Mientras tanto, el crimen organizado pone en jaque mate a buena parte del transporte masivo de pasajeros, bajo reglas homicidas atroces, y la presidenta Dina Boluarte se revela incapaz de asumir siquiera por un momento la jefatura del Estado para ponerse por encima de la organización política del país, convocando a autoridades y dando forma y poniendo en marcha una estrategia eficaz como aquella que tuvimos alguna vez para detener, con inteligencia y valor, la sanguinaria actuación de Sendero Luminoso y el MRTA.
Señor fiscal de la Nación, con todas las mayúsculas que su cargo merece, que sabe, además, de maltratos y traiciones, como Chávarry, por sus propios colegas encumbrados en el poder, usted no está para renunciar a sus obligaciones y mandatos, ni para sustraerse del despacho que lo honra ni para recibir con un ramo de olivo a la señora Delia Espinoza, que hasta hace poco solía deshonrarlo con cada desacato a los poderes públicos.
El Ministerio Público requiere una urgente y transparente reforma desde la iniciativa de los propios fiscales que realmente la quieren, antes que desde otros poderes pretendan materializarla.
A usted, doctor Gálvez, le bastan y sobran los seis meses de interinato para emprender esa transición. Acométala de verdad, como Valentín Paniagua acometió la transición que siguió al derrumbe fujimorista del 2000. A usted y a sus colegas aún no se les ha derrumbado la fiscalía porque Dios es grande. Haga entonces lo que tiene que hacer. No tendrá que esperar el retorno de la ‘dama de hierro’ de la avenida Abancay porque usted se habrá ganado el derecho a ser titular de la institución.

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