Arguedas en el tribunal
Carmen María Pinilla es socióloga y, a diferencia de algunos miembros de su cofradía, usa su ciencia para el bien. Arguedas, conocimiento y vida, recientemente publicado por la Pontificia Universidad Católica, es un libro importante y hermoso. La obra, prologada por Francisco Miró Quesada Cantuarias, está dividida en dos grandes capítulos. El primero versa, fundamentalmente, sobre la biografía del autor, los supuestos históricos y sociales que le tocaron vivir y la manera tan especial como los hizo suyos. Arguedas, qué duda cabe, fue un científico social de marca mayor, pero también, y principalmente, uno de nuestros grandes escritores. Carmen María Pinilla se dedica, con sabiduría y sensibilidad poco comunes, a rescatar la creación literaria como forma de conocimiento, confrontándola con las teorías y los dogmas que, con frecuencia, pretenden ser las únicas maneras de calar en la llamada realidad.
El segundo capítulo está consagrado a la magistral novela Todas las sangres. La preocupación de la autora gira, más que nada, en torno a las polémicas políticas que la obra levantó en su momento. Tiempos en que, por decir lo menos, Arguedas fue expulsado del Parnaso de las ciencias sociales, acusado de escamotear la realidad. La parte culminante de esa discusión sobre si Todas las sangres, libro totalizador a mi buen ver, representaba o no el convulsionado Perú de los años sesenta, tuvo lugar en el Instituto de Estudios Peruanos. Y aunque Arguedas, es verdad, era un autor muy querido y profundamente respetado, el signo intelectual de aquellos tiempos le dio a la reunión un tufo (no sé si inevitable) de tribuna inquisitorial. El escritor era el reo.
Ahora parece curioso ver que, en ese entonces, hasta los letrados más sobrios y brillantes, Sebastián Salazar Bondy sea el ejemplo, no pudieron sustraerse a un cierto espíritu fiscal. José María Arguedas rechazó en todo momento el heterogéneo cargamontón. Sin embargo, es conmovedor como, en el fondo, este visionario del país real en que habitamos, se la pasó, a la larga, defendiéndose. Conmovedor como el libro de Carmen María Pinilla que, tres décadas después, rescata las audaces y libertarias verdades del maestro.
(Publicado el 18 de diciembre de 1994)
In memoriam
Mi querido Julio, justo ahora que se anuncian los frutos del verano se te ocurre dejarnos. Tu terraza está vacía y este sol que brilla como un trompo sobre el mar de Barranco carece de sentido por completo. Qué diablos voy a hacer con mi pobre alma. Apenas queda una bicicleta sin jinete, una botella de Burdeos intocada, la Copa Libertadores que se viene y donde da lo mismo si ganamos o perdemos. Ah, Julio Ramón. Solo el viento golpea contra los acantilados. Y el mar se retira para siempre.
(Publicado el 11 de diciembre de 1994)
Poeta a la carta
A comienzos de los años ochenta, Noches de adrenalina de Carmen Ollé fue uno de los libros definitivos en la renovación poética del Perú. Esta vez, su última obra editada por Peisa, es una novela: Las dos caras del deseo. Ada, la protagonista, antigua profesora universitaria, opta por el exilio neoyorquino, donde se gana la vida como obrera y la sobrelleva entre una fauna variopinta de emigrantes tan perdidos como ella. Al mismo tiempo, en medio de una mar de desconciertos, elige, si es que elige, los usos del amor de Lesbos. A pesar de unos cuantos, y muy logrados, atisbos líricos, la autora ha tenido el tino y el talento de no confundir a la poeta reconocida con la eficiente narradora que ahora podemos disfrutar. Su plato favorito, tal vez como un conjuro contra el exilio, está cargado de hogar y de nostalgia:
“Adoraba a mi abuela materna y, en el recuerdo, las entradas que ella preparaba cuando pasaba temporadas en casa. Verla entonces en la cocina desplazando a la cocinera es una imagen inolvidable. Me viene a la memoria su plato preferido: migas de pan. Es una entrada que data del siglo pasado cuando no existían los electrodomésticos y los preparados se hacían en batán y a mano. Los ingredientes son los siguientes: pan remojado con leche, cebolla, ajos, tomate, ají verde, pimienta y un ramito de hierbabuena.
Preparar el aderezo en una cacerola con la manteca, ajos, cebolla, sal, pimienta, tomate bien picado y ají verde que se ha lavado con agua con sal y molido en el batán, de la manera como suele hacerse, es decir, dejando dorar primero el ajo y la cebolla. En este aderezo mi abuela echaba un poco de leche para cortarlo. Luego se vacía el pan estrujado con la mano como budín, junto con la leche. Poco a poco se le va agregando agua durante veinte minutos aproximadamente hasta ver el fondo de la olla. Cinco o diez minutos antes se echa el ramito de hierbabuena. Se sirve acompañado con arroz, dados de queso fresco, aceituna y huevo escalfado. Adicionalmente puede comerse con bistec apanado o chuleta de chancho. Es una receta muy barata y deliciosa que no debe perderse”.
(Publicado el 8 de enero 1995)