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“En 20 años saldrá el gran libro sobre la diáspora en Venezuela”
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“Atrás queda la tierra” es una novela de no ficción. Pero también es el testimonio de una periodista, un manojo de cartas escritas para su hijo pequeño, el doloroso intercambio con el padre distante, la terrible crónica de lo sufrido por los venezolanos de la diáspora, el registro de casos mortales de niños que recorren con sus padres miles de kilómetros antes de alcanzar un destino incierto. Invitada por la Feria del Libro limeña para presentar su primer libro, Arianna de Sousa García, exilada en Chile desde 2016, prefiera no darle ningún orden a todas estas definiciones. Por el contrario, el corazón del libro está, literalmente, en el cruce de fronteras, sean estas reales o simbólicas. “A mí me interesaba que el libro fuera también un reflejo de cómo se siente la migración, el vaivén en el que uno está metido, como un torbellino. Me importaba que sensorialmente, que la experiencia de lectura, fuera así. Que la angustia y el dolor fuera compartida”, explica.
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¿Cómo crees que la diáspora venezolana viene plasmando su testimonio en el arte, en la literatura?
Ya empezaron a salir algunas cosas. En la Feria del Libro estará Rodrigo Blanco Calderón presentando su último libro, que también va de la diáspora. Jesús Montoya tiene un libro precioso que se llama “Rua Sao Paulo”, está María Elena Morán, autora de “Volver a cuándo”, o los libros de Miguel Hernández Zambrano. En las artes plásticas también hay una producción muy interesante. Admiro mucho a Wiki Pirela, que tiene un talento impresionante para expresar la pérdida de lo doméstico. O Karelyn Mejías, artista plástica venezolana que vive en Argentina cuyo trabajo tiene que ver con cómo vamos perdiendo a los hijos en el desplazamiento a otro lugar, que deriva en desvincularlo del tuyo. Si bien muchas cosas se están haciendo, creo que lo mejor está por venir. El tiempo es un aliado magnífico para poder hacer cosas de peso, bien pensadas, bien ejecutadas. En 20 años más estoy segura que va a salir el gran libro sobre la diáspora. Hay toda una generación de niños que está creciendo fuera de Venezuela y me inquieta mucho saber qué va a pasar con eso. Nosotros tenemos mucho por decir y nos va a tomar un montón de tiempo. A mi me tomó siete años escribir mi libro. Mi prioridad era sobrevivir en un país muy difícil. Como muchos. Lo primero que haces es ponerte a salvo. En mi caso, criar a mi bebé era la prioridad. Y tenía muy poco tiempo para escribir. Lo hacía cuando él ya estaba dormido y el cansancio no me ganaba. Fue un libro que se gestó muy lentamente.
¿Crees que podemos hablar de muchas diásporas dentro de la diáspora venezolana? No es lo mismo la realidad que se vive en Ecuador, en el Perú, en Colombia o en Chile. Pareciera que en cada país los problemas son distintos… Se suele creer que Chile es el destino más amable…
Yo siempre digo que Chile tiene excelente marketing. Y eso sería todo. Cuesta hablar de “diáspora” porque las palabras dolorosas son difíciles de formular. Pero es muy distinto decir “migración”, pues el término engloba oportunidades laborales, de estudio, etc. La palabra diáspora involucra un desarraigo mucho más doloroso. Yo parto de la defensa de los términos que duelen. Chile me enseñó eso. Cuando llegué, empecé a trabajar en un call center, sentía toda esta soledad, la frustración de no conocer a nadie. Y por suerte empecé a trabajar en una librería, lo que fue para mí una salvación. No solo me permitió un espacio para trabajar, sino que pude leer todo lo que se me antojó. Leí casi toda la literatura escrita sobre la dictadura y postdictadura chilena. Y ahí algo pasó dentro mío. En mi manera de pensar, de sentir, de acercarme a las cosas. Aprendí a llevar el duelo y a nombrar las cosas por su nombre.

¿Cómo se elige el país al que buscas emigrar? ¿Cómo se da en la diáspora el “boca a boca” que le promete al migrante una ilusión de futuro?
Pasan dos cosas. Es tan sencillo que es triste. Está primero la idea que uno tiene, muy vaga, muy superficial, influida por los noticieros internacionales. Segundo, algo que importa más: dónde te pueden recibir. Eso sería todo. De todas las personas de la diáspora que yo conozco, nadie se fue a un destino elegido. Todos nos fuimos al país en el que alguien ya estaba y que nos recibió. En mi caso, fue una tía. En el caso de mi hermana, otro tío. Una de mis mejores amigas fue a casa de una persona que conocía por Internet. Tiene que ver con quién te tiende la mano, más que con el país. La urgencia no te permite escoger.
Inicias tu libro contando la historia de las víctimas más débiles: los niños que acompañan a sus padres en estos desplazamientos masivos por miles de kilómetros. Muchas veces, desde la falta de empatía, la gente se pregunta qué mueve a una mujer a cruzar fronteras cargando un bebé…
Es una pregunta que se hace la gente realmente, juicios que se aplican muy a diario. ¿En qué está pensando una madre que pone a sus hijos en ese peligro? Cuando tu hijo puede morir en cualquier momento, cuando lo ves hospitalizado sin hidratación ni medicina, cuando lo ves desnutrido, la desesperación es muy grande. Es una cuestión de vida o muerte. Uno no piensa en buscar una vida próspera, solo piensas en sobrevivir. El trayecto es muy peligroso, pero prefieres hacer algo, intentar todo lo que está en tus manos para que no se te muera en tus brazos. Mucha gente puede verlo como un manotazo de ahogado. ¿Pero qué le queda al ahogado sino manotear? Se trata de perder o quizás de no perder.
Supongo que gran parte de estas preguntas que te hago las hiciste tú a otros venezolanos migrantes para escribir este libro…
En algunos casos, no se puede preguntar. Me di cuenta que es cuestión de conversar. El dolor de perder un hijo es inimaginable, y que venga alguien a preguntarte por eso es difícil. Entonces yo les proponía conversaciones. Es una palabra distinta para lo mismo. Hablaba de lo que quisieran decirme. Y siempre ofreciéndome adelante. Contando mi propia historia. Ahí se abría una puerta, entonces ahí las madres que habían perdido a sus hijos me contaban cosas.
En tu libro se advierte un sentimiento que acompaña toda tu escritura: la culpa del sobreviviente…
Es terrible. Ofrecerse era algo que yo necesitaba hacer para el libro. El libro era sobre todos nosotros, pero sin mi historia. Al final no pude hacer eso. Lo sentía, frío, falso, carente de afecto. Todas esas personas me contaron sus historias porque yo les ofrecí las mías. Entonces, por qué no haría lo mismo en el libro? Me costó un montón hacerlo. Como periodista, nunca había escrito en primera persona. Pero sentí que las estaba dejando solas, y eso no podía ser. Yo también formaba parte de ese coro. Todas estamos hablando o cantando este dolor. La historia nos atraviesa a todos los que formamos la diáspora venezolana.
La dictadura le ha robado el país, pero también las familias. En tu libro hablas de cómo, años antes de la migración, ya la ruptura de la familia por las diferencias políticas dividió a las familia generacionalmente. Como hija de un padre chavista, lo cuentas en carne propia. ¿Ese es el germen de la destrucción del país?
Sí. Visto en retrospectiva, ese desmembramiento ya había tenido lugar. Solo faltaba que se tornara físico. Es muy fuerte no darte cuenta en el momento cuando están pasando, y no poder detenerlo. Que es lo que uno quisiera. Por ejemplo, ver romperse una cena de Navidad porque hay que escuchar al presidente en su discurso. El gobierno sembró el germen de que había un enemigo, y que ese enemigo podía estar en tu familia. Si era algo estratégico, les salió muy bien. Divide y vencerás. Ahora estamos cada quien en un lugar distinto del mundo, extrañándonos. Sin poder nombrar lo que sentimos. ¿Cómo se repara eso? Estamos muy solos.
Con la experiencia que te da el ser periodista, ¿cómo ves la cobertura que dan los medios a la realidad actual en Venezuela?
En cada país, el discurso mediático ha servido para convertirnos en su enemigo externo. Un enemigo que se puede extirpar. Es tremendo. En Chile pasa algo impresionante: la izquierda y la derecha son fuerzas que nunca habían tenido nada en común, hasta que llegamos nosotros. Ahora están unidos por el odio hacia los migrantes venezolanos. Para ambos, solos los culpables de todo. Y los medios no hacen más que reforzar esa idea. Es peligrosísimo, porque sentimos que la violencia ha escalado enormemente. El venezolano es el enemigo. Todos somos miembros del Tren de Aragua. Es lamentable. En Chile, los medios son una máquina de entretenimiento y manipulación. Y no creo que puedan hacer algo distinto. Ya no espero nada de ellos.
Hablando de esperar ¿Guardas alguna ilusión por el futuro de Venezuela? ¿Esperas algún cambio en un futuro mediato?
No. Tengo una esperanza que está ahí, que no se apaga. Pero si algo nos ha dejado claro todos nuestros tropiezos, es que todo nos va a costar. Todo va a exigir trabajo dentro y fuera. Es un ejercicio de fuerza, de paciencia, de mucha inteligencia. No sé si vamos a poder salir de esto en los próximos diez años. El país está muy tomado. Nuestro mayor deseo es que nuestros niños puedan volver a ver su país. Es algo sobre lo que hablo con León, mi hijo. Tiene ganas de conocer a sus abuelos, a pesar de que se siente absolutamente chileno. Hay una esperanza, pero no la llamaría ilusión. Solo espero que sigamos siendo tercos. Es terrible que te roben así el país, es desolador. Pero algo tiene que pasar. Aunque no tengamos claro qué.











